Tengo que creer. Esta sentencia afirmativa y esperanzadora, la cual he tenido que repetírmela como un mantra de sanación tras las últimas elecciones presidenciales, responde a mi apoyo incondicional por el país que tanto quiero. Mi decisión, como la de muchas otras personas, se debe a que la oposición enfermiza de obstrucción que hizo el uribismo durante casi ocho años al gobierno de Santos es una escuela para no repetir. Me he tenido que casar con la idea de que nuestra oposición tendrá que ser distinta, y en la medida de lo posible, propositiva y conciliadora.
Quizá este súbito encuentro con la esperanza, se debe a que hoy el país tiene un legado con el que antes no contaba, y es la figura de Santos, pues detrás de un Acuerdo de paz que busca sanar los vestigios de una violencia que reinó por más de cincuenta años, hay un nuevo estado y quizás otra forma de hacer política. Tal legado, está cimentado en la proeza que tuvo que hacer el mismo Santos por seguir gobernando aun cuando perdió todo su capital político y se convirtió en rehén de una oposición que no dejó hacer ni dejó pasar.
Precisamente, logré evidenciar durante la posesión presidencial de Duque que no puedo repetir prejuicios del pasado, pues parece ser que hay un nuevo presidente que está al margen del radicalismo colérico de un partido como el del Centro Democrático.
Me refiero a que, por lo menos durante su posesión como presidente de la república, la incomodidad de Iván Duque fue tan evidente tras la intervención incendiaria del presidente del Congreso, que en mi opinión, tal hecho constituye una prueba reina de que han sido y serán muchas las cosas que, se moverán por debajo de cuerda dentro del Centro Democrático sin la más mínima consulta y aprobación por parte de Duque. Sin embargo, dentro de esa maquinaria radical puede que esté la jugada de un Duque que sea capaz de tirar por la borda al Centro Democrático y se independice de éste, sobre todo si hay un capital político dispuesto a beneficiarlo cuando decida con determinación ser autónomo.
Paradójicamente, mientras Santos perdió capital político por su autonomía, Duque podría- y con toda la humilde esperanza del caso-, sumar capital político si muestra independencia, más aún cuando el país entendió el nivel de lagartería que necesita tener Duque si quiere seguir trabajando para Uribe y el Centro Democrático, pues el discurso de Macías es un espejo del talante que le exigirán a Duque por estar en el poder.
La prueba reina de que esta cruzada incomoda entre el Centro Democrático y Duque puede acabar muy mal, es lo que vaya a ocurrir durante este mes, pues según Duque, este será el tiempo necesario que se tomará para estudiar y analizar el proceso de paz con el ELN. Si Duque logra tener autonomía sobre el tema, habrá un capital político dispuesto a hacer de las veces de colchón, más aún si decide poner todo su compromiso tal y como lo hizo Santos con el proceso de paz con las FARC.
De otra parte, Iván Duque puede contar con la experiencia política de la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez, quien ha sido enfática al enunciar que una cosa es ella y otra el Centro Democrático. Por lo tanto, estoy segura que hay un gran porcentaje de colombianos que quieren alquilar balcón para ver si durante este gobierno habrá más vicepresidenta que presidente.
No obstante, debo precisar que, mi desenfrenada sensatez por creer que es posible que el gobierno de Duque arroje buenos resultados, puede terminar siendo un error de cálculo y de intuición. Sin embargo, que existan momentos tan bochornosos como el que protagonizó Macías en la posesión de Duque durante su intervención como presidente del Congreso, me da fe, pues entre más quede en evidencia el tono revanchista con que el Centro Democrático pretende jugar a la política, más responsabilidad tiene Duque de alejarse de este partido que ha demostrado ser un nido sectario de intereses vanidosos.
Quiero pensar que es posible, pues Duque solo tiene dos alternativas: gobernar para los intereses más radicales del Centro Democrático y con ello, hacer un papelón como presidente, o, aceptar la invitación que muchos senadores de distintos sectores políticos le han extendido con tal de que se comprometa con este nuevo proceso de paz.
Por eso, a ultranza quiero creer, que todo es posible, más cuando Santos fue una prueba de ello.