A los niños muertos en una guerra que no termina

Hay una niña que tiembla mientras sus brazos se desploman

La hojarasca y el viento la abrazan al caer,

La luz se escapa de sus miembros hasta la profundidad de la tierra.

El río suena, trae un lamento.

Un gorjeo de un pájaro se alza en la herida.

El trueno despierta la montaña

Cantan los misiles victoria.

Las semillas se pudren.

El árbol abuelo se paraliza.

El agua se tiñe de carmesí, los peces mueren.

La muerte de culpa padece.

La niña no es ya una niña,

Retoño de sus padres,

Caricia de sus abuelos,

Risa de sus maestros,

Futuro de su patria.

Abono de la tierra ella es.

las montañas pronuncian su nombre en el silencio del olvido.

Los ríos que circundan la selva llevan su luz a

un camino que no conduce a casa.

El Cóndor que se hallaba como testigo en la cumbre llora.

Daniela Castaño Molina

Licenciada en filosofía, investigadora del teatro griego clásico. Casa del Teatro, biblioteca Gilberto Martínez de Medellin.