“Ni trizas ni risas”, decía Iván Duque en campaña refiriéndose al acuerdo de paz firmado con las FARC-EP. Falso. Están haciendo de ese acuerdo trizas entre risas, sin tanto estruendo ni tantos golpes políticos. Ni tontos que fueran. Acabar la JEP, por ejemplo, sería un suicidio político para Iván Duque, y eso no va a pasar. Destruir el acuerdo tampoco lo van a hacer, por lo mismo. No van a hacer nada, eso es lo que van a hacer.
Van a dejar que el intento de paz en Colombia vaya muriendo, cual paciente moribundo que no recibe los tratamientos adecuados. No inyectar buenos recursos o hacerlos confusos (ver PND), no legitimar la paz, pero sí las armas, la persecución y la macartización, son parte de las trizas silenciosas que ya están provocando sobre el acuerdo de paz que, dicho sea de paso, más que para la exguerrilla, es para la Colombia víctima de ellos y del Estado.
Y van a dejar que muera porque también van a impedir la memoria. Nos quieren sin ella.
Al firmarse el fin del conflicto interno armado con las FARC-EP, obligatoriamente entramos en una etapa de posacuerdo (o posconflicto, como le llaman algunos), y eso implica sí o sí entrar en un proceso de memoria con profesionales expertos en la materia y con la comunidad, por supuesto. Desde hace algunos años, y aun durante el conflicto interno en mención, el Centro Nacional de Memoria Histórica ha venido desempolvando el derecho inalienable que tiene la sociedad víctima de un conflicto armado: la memoria. Los ejercicios de memoria permiten desenterrar perversidades de todos los actores armados que han venido desangrando al país desde hace décadas: paramilitares, guerrillas y Fuerza Pública. Puede que las víctimas no hayan tenido un grado justo de justicia respecto a sus victimarios, pero la verdad les ayuda a estar tranquilas, y es eso, más que cualquier cosa, lo que ellas exigen: verdad y no repetición, además de justicia y la reparación.
La memoria tiene que ver con aquello que nos marca, que nos atraviesa. En este caso, eso que marcó y atravesó a cientos de miles de víctimas fueron hechos traumáticos como masacres, asesinatos o desapariciones. La memoria está en todos los rincones de Colombia, en esos que fueron presa de la violencia armada, cuyas voces muchas veces pretenden ser silenciadas e invisibilizadas por esas clases hegemónicas que visibilizan, en su lugar, verdades tergiversadas por intereses económicos, políticos o de otra índole. De ahí la necesidad del CNMH. Rememorar el pasado se convierte en un acto de resistencia ante estos discursos hegemónicos.
El mismo CNMH se refiere a la memoria como un “campo en tensión donde se construyen y refuerzan o retan y transforman jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales (…) [o como] una esfera donde se tejen legitimidades, amistades y enemistades políticas y sociales”.
Suprimir el pasado o amañarlo, como seguramente pretende hacerlo el Centro Democrático con el nombramiento de Darío Acevedo como director del CNMH significa intentar controlar el futuro. Significa impedir que la resistencia siga teniendo lugar.
Quien controla el pasado, controla el futuro, sentenciaba el Partido en 1984, la célebre novela de Orwell. Cuando la memoria falla y los registros se falsifican no queda otro remedio que aceptar lo que afirma la clase dominante, como, por ejemplo, que el conflicto interno armado nunca tuvo lugar, como lo ha dicho en varias ocasiones el nuevo director del CNMH: “…Aunque la Ley de víctimas dice que lo vivido fue un conflicto armado eso no puede convertirse en una verdad oficial”, entre decenas de frases.
Un ser y una comunidad sin memoria son, siempre, susceptibles de ser maleables y engañados.
En la sociedad del socialismo inglés, Winston y Julia, protagonistas de la novela que menciono, no tenían nada con que contrastar lo que se estaban viviendo puesto que no había puntos de referencia, porque el Ministerio de la Verdad (¿nuevo CNMH?) se dedicaba a manipular o destruir los documentos históricos (fotografías, libros y periódicos) para conseguir que las evidencias del pasado coincidieran con la versión oficial de la historia, mantenida por el Estado, y no con lo que verdaderamente hubiera ocurrido: eso es lo que se conoce como una memoria impuesta, como la llamaría Ricoeur, equipada, según él, por una historia autorizada y, por lo mismo, oficial, aprendida, e incluso celebrada públicamente.
El gobierno en ese socialismo inglés manipulaba completamente la historia cuando afirmaba, por ejemplo, que jamás habían sido aliados de Eurasia, cuando tal cosa sí había ocurrido; pero controlaban el pasado, lo amañaban y toda mentira pasaba a la historia como verdad: “lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias sobre tu propia memoria” reza alguna de las líneas de esa distópica novela. Puede no existir el conflicto interno armado, si ellos así lo quieren, y afirmar que lo que hubo o hay es una “amenaza a la democracia”, como tantas veces llegó a decirlo Uribe durante sus dos gobiernos.
Negar que hubo un conflicto interno armado implica que nieguen que en Colombia no emergieron las guerrillas por la injusticia social. Implica afirmar que las guerrillas nacieron por deporte y no porque las vías pacíficas para demandar atención e inclusión, se habían agotado. Recuerdo un episodio entre el maestro Carlos Gaviria y el entonces comisionado de paz de Uribe (hoy prófugo), en donde el segundo se empeñaba en decir que el conflicto interno no existía, a lo que Gaviria le cita un pasaje de Stendhal, en el que el amado encuentra a la amada en brazos de otro amante, y esta, descaradamente, le dice: qué necio eres que haces más caso a tus ojos que a mis palabas.
Retomo. Cuando el pasado se borra y se intenta suprimir la memoria del sujeto, como con Winston y Julia, cualquier mentira puede convertirse en verdad y cualquier cosa se puede hacer sobre el sujeto o la población sin que opongan resistencia alguna. No habrá forma de ir al pasado para modificar el presente y construir un proyecto de futuro deseado. Esa es la memoria perlaborativa, como la llamaría Elizabeth Jelin: ir al pasado y traerlo al presente, en función de un futuro mejor.
La memoria sirve como alerta ante futuros eventos que pudieron haber sucedido en el pasado y que pueden repetirse. Si el sujeto hace memoria, podrá identificar fácilmente cuáles fueron las causas de determinado acontecimiento, o que se relacionan con él, y poder hacer algo para evitar que vuelva a suceder lo mismo.
“Si el Partido podría echar mano al pasado y decir de este o aquel acontecimiento: ‘Nunca ocurrió’, era mucho más aterrador que la mera tortura y la muerte”, dice otra de las líneas de 1984. El Partido es, a luz de hoy, el Centro Democrático, el presidente eterno y el subpresidente Márquez.
Como les digo, y ojalá no me equivoque, ellos no van a tener que destruir ruidosamente el acuerdo de paz, sino que lo van a hacer de manera sutil y casi imperceptible: haciendo nada e invisibilizando u ocultando lo que paso y pasa.
Cuando triunfaron sobre Winston y sobre el pasado, “todo se difuminaba en la niebla. El pasado había borrado, se había olvidado que había sido borrado y de ese modo la mentira se convertía en verdad”.
Claro, al Partido no le conviene la memoria, porque de allí emergerán verdades incómodas sobre Uribe y compañía. Tienen miedo, es evidente.
Para que no piensen que es paranoia, no queda de más contarles que Duque y el Partido, pidieron la renuncia de los directores del Archivo General de la Nación, el Museo Nacional y la Biblioteca nacional. ¿Reescribirán la historia?