A bañarme con agua fría por culpa de China

En marzo de 2020, cuando empezaba la pandemia, escribí: “A mediano plazo vale la pena pensar en una transformación, así sea más lenta de lo deseable, de las cadenas logísticas globales”…“el mundo se volvió altamente dependiente de la producción china y por ello hay que considerar la necesidad de descentralizar el modelo, como por ejemplo, diversificando las áreas de producción de materias primas y componentes básicos, y/o viabilizando económicamente el acercamiento entre las áreas de producción y las de consumo final.” Y en mayo insistí: “El mundo, tentado por la irresistible condición de contar con un fabricante de productos e insumos de bajos precios, se ha vuelto arriesgadamente dependiente de una entidad de opaca conducta e indigna de tanta confianza como China, intrínsecamente problemática y artificialmente estable, que no colapsa todavía a causa del inmoral pero eficaz totalitarismo del Partido Comunista Chino (PCCh)” que “sobrevivió y engordó con nuestras billeteras y complicidad, y ahora debemos reducir el riesgo, así el precio de los electrodomésticos o cualquier cosa no sea tan bajo”.

Desgraciadamente no estaba equivocado y ahora vivo en carne propia, más exactamente “a flor de piel”, las consecuencias del embudo logístico mundial que se estrecha en China. Como mis enemigos contrataron brujos para maldecirme, nunca puedo disfrutar de la prima navideña, porque semanas antes de recibirla misteriosamente se daña en mi casa algún electrodoméstico importante. Este año fue el calentador de agua que, aunque no sea reconocido científicamente, es una prueba de que ya no somos simples homínidos.

Así me digan cobarde y que el agua caliente tumba el pelo, aterrado por el maltrato físico y los efectos psicoemocionales que representa bañarse con agua fría, que solo es útil para el reino vegetal y para algunos procesos industriales, y luego de secar el piso inundado por la rotura del fondo del calentador de acumulación, me dispuse a conseguir uno nuevo; pero ¿qué iba a imaginarme que el embotellamiento logístico mundial ocasionado por una pandemia que redujo la disponibilidad de materias primas, camioneros, contenedores y chasis de tractomulas, aunado a sistemas productivos diseñados en la optimista teoría del “justo a tiempo”, provocaría que los proveedores locales de calentadores de agua me dijeran que por culpa de China: “solo tal vez en la segunda semana de diciembre existiría la posibilidad de conseguir alguno”?

¿Segunda semana de diciembre? Que China amenace a EE.UU. con sus nuevos misiles hipersónicos, yo hasta lo entiendo; pero que con el frío que está haciendo me priven de bañarme con agua caliente, que no quedó en la Declaración Universal de Derechos Humanos porque sus autores en su mayoría eran de culturas no muy adeptas a bañarse, es una infamia.

Gobernantes chinos, les deseo lo peor. Esto no se va a quedar así. Contrataré hechiceros japoneses ultranacionalistas, para mayor efectividad, que los maldigan y afecten diariamente sus vidas y estabilidad sicológica, provocando una escasez mundial de soya y hagan que se les encrespe el pelo