La fuerza de la mediocridad.

El motor principal de la clase política en Colombia es la mediocridad, un grupo heterogéneo de personas en todos los niveles del estado que no tienen ninguna otra opción laboral bien remunerada que no sea un cargo público y que hacen lo que sea, menos ganarse un concurso público de méritos claro, para mantenerse en su lugar de sobrevivencia. La lucha por el puesto es el motor de la maquinaria política, que alimenta además conductas corruptas que se apropian de los recursos del estado para movilizar esa misma máquina. Es un círculo vicioso de corrupción en el que se apropian recursos públicos para aceitar una maquina que permite a su vez seguirse apropiando de recursos para mantener la máquina.

El estado está lleno de funcionarios incapaces cuya única virtud es conseguirse un par de votos, movilizar con prebendas alguna comunidad o sector.  Por esta razón desde el siglo XIX en Colombia se habla del merito público no exclusivamente como derecho de estabilidad laboral sino como derecho de la ciudadanía en general, que en el Estado estén los mejores es un derecho de todos, pero la clase política ha aprovechado la contratación por prestación de servicios y la ocasionalidad para mantener las nominas estatales llenas de favores y de mediocres.

Estamos algo acostumbrados a estas dinámicas en la administración pública, pero cuando ocurren en una institución universitaria, cuyo criterio de acción principal debe ser la excelencia la desilusión es mayor.

El martes 16 de diciembre el consejo directivo del Tecnológico de Antioquia reeligió al rector Leonardo García a quién el día antes de la elección la Universidad de Medellín le había iniciado un proceso para revocarle sus estudios de maestría. Leonardo es el símbolo de la mediocridad y del poder que ésta tiene cuando se trata de mantener el puesto a toda costa.

Leonardo aprendió a administrar universidades de su padre, Eduardo García, preso por el desfalco de la Universidad Tecnológica del Chocó, y quien seguramente lo recomendó en el T de A para que fuera contratista, luego secretario general y posteriormente rector, en medio de una traición a su mentor Lorenzo Portocarrero. Esa elección resultó anulada por el Tribunal, porque la virtud de la mediocridad es la tramoya, y Leonardo, siendo secretario general, interfirió como garante en su propia elección.

Por Leonardo votó una mayoría construida también por la fuerza de la mediocridad: un profesor elegido recientemente, con votos de profesores ocasionales en su mayoría, a quienes se les acababa el contrato unos días antes del voto; un estudiante y un egresado elegidos en una feria politiquera de buses y refrigerios; la representante del sector académico, nombrada en un cargo de libre nombramiento y remoción por el mismo Leonardo; un represéntate del sector productivo subordinado de otra casa política al mando de Cesar Pérez; y un ex rector caído en desgracia, artífice de la primera traición que puso a Leonardo en la rectoría y cuyo único lugar en la “academia” y la burocracia que de ella se deriva es el T de A.

El peor de los mundos es aquel en el que una universidad, que debe ser impulsada por la excelencia, está subordinada a la mediocridad politiquera de los “conservadores del puesto”, como se les dice en la política tradicional. Los eventos de corrupción señalados y el desprestigio seguirán creciendo en el Tecnológico de Antioquia, y cuando un rector —o cualquier otro líder institucional— se esfuerza más por mantener su puesto que por la institución, las instituciones terminan al mando de un conductor borracho que, tarde o temprano, se estrella y termina mal. Es posible que el final de la administración de Leonardo sea parecido al de otras administraciones que se han dedicado más a defenderse que a administrar; atentos estamos para esperar esa caída.

Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.

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