Lo gocesco

«Afilar el ojo conforme una sentencia: y aparecen los errores, la mirada neutralizada por momento fijo; luego el asco, lo que denota; o simultáneo, atendiendo a lo sentipensante y a las categorías caribeñas»


Dedicar un monográfico a Rosenkranz, o es realizable mediante previa dedicación en taller de lectura con ensayistas, o los sabáticos fueron invitados con un año de antelación y se les catapulta la carrera, porque de otra forma cómo endulzarnos. En esta ocasión, se presentarán variaciones de lo asqueroso, lo feo y la náusea vomitiva recogidas antes y durante el permiso de convocatoria.

Afilar el ojo conforme una sentencia: y aparecen los errores, la mirada neutralizada por momento fijo; luego el asco, lo que denota; o simultáneo, atendiendo a lo sentipensante y a las categorías caribeñas. Los pareceres teóricos responden a lecturas aligeradas, por agenda sin reposo, de lo deductivo a la materialización carniante; porque en sí, qué ha sido ascoso para el cercano, se le deja la tarea de que lo exponga ocultando nombres para reunirnos en descompuesto: cadaverina megalómana en las cenefas de la morgue.

 

Pista de aceite

Desde la ventanilla del bus, chupando aire el que se pueda, Lisi en el trancón por qué: los transiteros, recalentados en sus botas, liberaban los carritos y los camiones jaula, las motos-moscas, avispeando en donde puedan meterse, y era que un motorista fue arrollado por las llantas de una mula, lambido en forma tal que dejó —¿cómo desprenderse del asco?— una línea doble de mantequilla, pequeño monto enfriándose a medias ante las intromisiones de esta parte del escenario. Y después, porque lástima y vómito se conjugan, el quién pudo ser, la presión apartando el sendero amarillento, el bagazo ¿lavan o recogen? La lentitud del avance recalca el siniestro en el pasajero: Lisi “No lo puedo sacar de mi cabeza”, el de pie, el conductor, el obleas sentado en las escalas de salida pasando bajo la llanta, uno mismo y desde el pavimento ya ni clamando auxilio, lambiendo piedritas.

 

El belfo

Macroqueilia o tumor, boca-fuente, bebedero de palomas el del pedigüeño entrando a la Calle, primer de Barbosa, el inundado y borrachinas llamando monos y venta con platina-libros-paraguas y amanecidos tamboleando. Píntase de base blanca, se pone una con los tricolores bajándole de los hombros, se sienta en una butaca y se joroba para sostenerse; unos confites en la mano, varias alcancías abiertas a piedra en la abertura al frente y su equipaje-bolsas.

Se le ve el interior del labio le cae hasta la cumbamba; mueve los confiticos a las dueñas de negocio y a los jubilados; y entre las rancheras del Nogal y un venteadero para mujeres él augurios a los negocios que de sí en adelante suben la Calle y las ancas de sus paisanos. Gracias a noticias de Lisi agregué a lo que tiene por vida: si no es que duerme sentado, arma cambuche en el venteadero y se acomoda para a mediodía verlon pintándose o armando cuartel en diagonal al imperio reconstruido, el edificio que en todo pueblo iguala vano la altura de la iglesia y de sus congérmenes.

Le pregunté al fotógrafo calvero diez miles del Festival, tomome una con Mags Gavan y dos encargados, qué decirle para una sesión, y de otra no más que cincuenta para hacerse el día. Cosa la es mi noticiante, pues si voy al pueblo es a donde ella, que me jalaría de los ruedos Comercio arriba, separándome del registro que se perdió el hotel remodelo y la degradencia del parque acuático, el humedal, la vejiga hinchada.

 

Sentados

En las sillas de madera frente a la alcaldía los viejitos que acompañan el turno de los vigilantes azulitos, charladores policiales, congresos en miniatura de seguridad artificiosa, departen sobre nada: si abren la boca no se oyen. Pasé al lado de ellos, inmersión, y en la cabeza de un alopécico tipo siete, escala Hamilton-Norwood, veo por el rabillo una mierda de paloma reseca, verde-gargajo y blanqueada en las esquinas que terminaron de expandirse, o una llaga verde hirviendo (?) en el descarnado sobando los brazos de la silla, viendo a la clínica de celulares, más a la izquierda el heladero grandote de la ciudad y en el fin de la cuadra la panadería, intento del Laboratorio, a donde van los funcionarios cúnicos.

De no ser por el afán de la funeraria, compraría rastrillos, jabón azul y agüita que echen algún comando, sus amigos me ayudan a tenerlo, y trataría de limpiarle el cagón en la cúpula del hombre, la estrella en el árbol, el bombín de la luna. En caso de no ser lo esperado, tras empacarle a uno de los viejitos los implementos de aseo, le compro una gorra plana en las tiendas pegadas a los celulares, o una boina con estrella al frente, para consumir la úlcera y que mine el seso y el cráneo a ocultas, de modo que no se asusten las diabetes o las opeladas del Administrativo.

 

Manínto

Con su ñerbo de carne por edad, la extensión de los dedos, un caféconleche habla y escribe, apoyado en su otro muñon-atril. Mira a los lados, será que llega, pero los gringos le tapan el enredo, vuelve a teclear. El pedazo de carne hace la presión necesaria como para elegir las letras y el envío, él galanoso y antes de mediodía, once y algo.

Recordé a la muchacha en Madera, había metídome a Las Cabañas sin fruto, que sus brazos empezaban o terminaban encima de los codos. ¿Y ponerse cómo la mochila y el celular guardárselo y la coca abrir? Un compañero, o la experticia, y diré raro para entenderme la figura cortada, los hombros continuos, pero no debería, culpa que no dejas rastrear las formas: de por sí irremitente, deductivo.

La huella: un cuero larguriento, su brazo distinguiendo los hobisontes, ¿la caricia es negada o se resiente con el obsequio pago? Cogérselo y ver si estira más para envolver el muñón o abrirle un pirsin; regalarle un celular de teclitas.

 

Ojo tranvía

Grande su ojo, sobresaliente, ¿exoftalmos u otro término antiamigable?, en la rampla fuera del tranvía. Monteme pegado a la puerta, gusto de ver a los transeúntes rebasados, las chazas de medias y camisas que no he comprado aún, y yendo con las movederas hacia los bajos del metro o a Maturín, centré su yo-mirante. Es pequeña, Dios la tiene con vida, de cabello rojo, deshidratado —alcaídocaele—, gordita con el señal ombligo, y la mitad de la cara, hundida, o ese lado del rostro, las cuencas hundidas, ¿aceite o malformación?, se la toca entre risas, porque goza.

La amiga, una muchacha, ¿cómo decirlo sin miramientos a educadores especiales o terapeutas?, la amiga le montaba la mano al hijo, medio cráneo ralo. Immanuel, en su Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, decime: alguien tuvo que entrar y prender el fogón. Es más grande que las señoras, no se toca, mira derecho y se ríe para contraste los espasmos de mamá. Y si el lazo consanguíneo es inventado desde yomiope, se encontraron en un grupo de ellos y andan cogiditos, pasándole la frente descampada.

Tírase el cabello hacia atrás, echándolo, se toca, y muestra los colmillos de onces. Las manos a la cadera, una viva al elogio y la carcajada de los tres: lo cierto es que ninguno de estos se la pasa, a menos de unos lejanos míos con sus eventos y sus directores. Por supuesto ha de comer, la tarjeta, inscribirse de hinojos al formuladero, unos abriles de institución, y el centro, la calurosa hora de trenes macrófagos. Y yo a guardarme su hueco facial, el rojo ensombrecido, el maíz asado y mantequilla por dulzor negro, la dicha negada a quiénes.

Dueto Banco

Son de otro municipio: los he visto saliendo del metro, de la mano, tanteando la calle y levantando el mentón, las gafas negras ocultando la duda que nace en el que se los atraviesa. Caminan hasta el parque, unas, veamos si no me equivoco de tanto andarlas, nueve cuadritas con puente, y se posicionan en la esquina del banco frente al Bolívar de los viejitos y los gentiles. Él carga el equipo y ella, que la menciono debajo de la del tranvía porque también se le salen los acuosos, es blanca-roja y ¿será la misma?, el micrófono, y se turnan los hits cristianos. Pasar por esa esquina es llevarse la adoración a Jesús con desafine y realces que apuran. Centrareme en ella: el calor les quita los sacos y ella se hace un moño en los pelitos sobrantes, y perdura el concierto, descansando una a otra canción, hasta que el hermano le recibe el micrófono y aviva su público.

Fátima, septiembre 26 de 2025

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Grotesco, México: Cósmica Fanzine, octubre-noviembre de 2025.

Fotografía: Posibilidades de una puerta oxidada, Gonzalo José Bartha, 2019.

Alejandro Zapata Espinosa

(Itagüí, Colombia, 2002) Licenciado en Literatura y Lengua Castellana (Tecnológico de Antioquia), y maestrando en Educación (Universidad Santiago de Cali). Miembro del Comité Editorial de Contacto Literario (Armenia, Colombia).

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