“Esconder mensajes entre líneas, colocar una palabra o frase sin desarrollar en un escrito para correlacionarla años más tarde —mientras alcance la vida— es un deleite.”.
No es romantizar la equivocación ni conformarse con la mediocridad; es reconocer nuestra esencia humana. Alguna vez leí sobre la redundancia en la frase «falla humana», pues todas las fallas son inherentemente humanas —un tema que merece su propia discusión. En un mundo dominado por la parametrización de variables y la simulación de escenarios, encontrar un error genuino en los escritos futuros será como descubrir una obra de arte.
Hoy, cualquier escritor puede enviar sus textos a una plataforma de inteligencia artificial para correcciones ortotipográficas y de estilo. Sin embargo, el resultado suele ser artificial y poco natural, incluso con herramientas premium y una secuencia precisa de instrucciones (prompt). Más importante aún, se pierde el valor invaluable de la revisión humana, la cual en su interacción puede suscitar nuevos descubrimientos, nuevos caminos antes inimaginados. Es como morder una hamburguesa esperando el sabor casero y encontrar el gusto sintético de la carne procesada, o como probar una fruta tropical que ha perdido su esencia por tantas modificaciones transgénicas.
Algunas correcciones de estilo alteran fundamentalmente el tono y la personalidad del escrito original. No solo modifican la forma, sino que eliminan los matices más sutiles y personales del texto. Quitan la picardía inherente en ciertas expresiones, borran la dulce ironía que surge naturalmente de la pluma del autor, y destruyen los múltiples significados que tienen implícitas las diversas configuraciones de palabras cuando son elegidas con intención y cuidado por la mente humana.
Vemos una película antigua y nos deleitamos con los errores de guion o de puesta en escena. De igual manera será encontrarnos con errores de sintaxis en los escritos. Estos se suman hoy a esa gran biblioteca y economía de la falla humana.
No hay nada más satisfactorio que equivocarse al interpretar una canción. De allí surgen las parodias, amadas por unos, odiadas por otros. Representa un punto de vista alternativo hacia donde nos lleva la consciencia, creando escenarios imaginarios que se adaptan a la letra original. Es algo profundamente humano. Sin embargo, la IA quiere apoderarse también del bello y misterioso arte de la composición musical, y nosotros lo permitimos sin ofrecer mayor resistencia.
Años después nos sentaremos a tomar un café y reiremos de nuestros errores en escritos de ficción, o de los errores de artistas del pasado, con un aire de superioridad artificial —producto de intrincados algoritmos que han desnudado la creatividad humana y que, aun sin entenderla, pueden sobrevolar lo pasado, mas no alcanzar la verdadera habilidad humana: esa sublime capacidad de crear cosas nuevas a partir de elementos insospechados.
«Y errar a veces suele ser humano», nos dirá Fito Páez en una de sus canciones.
Recuerdo ese capítulo de Los Simpson donde Bart marca una mezcla de concreto a medio fraguar. Años —muchos años después— habrán de preguntarse cómo logró labrar la roca, admirando su técnica y destreza. Quizás Matt Groening (tal vez ni lo pensó) hacía un paralelismo con un futuro de adeptos creyentes en tecnologías avanzadas para una época no tan avanzada, al mejor estilo de «alienígenas ancestrales».
En esos perfectos errores del pasado es donde estará toda nuestra esencia. En una ocasión leí un cuento de mi autoría a un amigo. Me hizo varias observaciones —por cierto muy sabias—, pero me resultó triste. No supe expresar en palabras un elemento narrativo, un mensaje que quería transmitir. La literatura tiene sus reglas, obviamente enfocadas en el lector. Es lo bonito de las discusiones humanas: la divergencia en el pensamiento.
Esconder mensajes entre líneas, colocar una palabra o frase sin desarrollar en un escrito para correlacionarla años más tarde —mientras alcance la vida— es un deleite. Hace un tiempo, mientras terminaba una columna, la pasé dos o tres veces por una plataforma de IA para corrección ortotipográfica y de estilo. Acepté las correcciones ortográficas que, en el afán de escribir, se nos escapan. Pero en cuanto al estilo, no. Percibí que le quitaba sentido porque detrás de la configuración de errores y de frases o párrafos imperfectamente asimétricos se escondían profundos mensajes. No justifico los errores; de ellos aprendo cuando un amigo me señala tal o cual cosa. Me encanta cuando un «humano» me indica en qué parte del escrito he fallado. Al menos ha dedicado unos minutos de su vida a leerme. Nada más valioso para un escritor. Resalto la palabra «humano» porque, en otra ocasión, un amigo me confesó que el análisis de lectura que me compartió lo había generado la IA al revisar uno de mis escritos.
Ya falta poco para que la IA descifre todo lo que el pensamiento humano ha derramado en la vasta web y el mundo real. Sin embargo, por ahora es demasiado tosca para imitar la imperfección humana; paradójicamente, resulta muy perfecta para los sapiens. Pero falta poquitísimo. No mucho.
Escuchando una entrevista de años atrás al ya fallecido y recordado escritor mexicano Carlos Fuentes, me impresionó cuando le preguntan por los errores. Él profética y magistralmente lo expresa claro:
«Todo libro tiene que tener una imperfección por donde sangra su humanidad. Un libro perfecto sería ilegible, solo lo podría leer Dios. Tiene que haber un elemento de fracaso».
La equivocación es nuestra mejor carta de presentación: nuestra más grande frustración, pero también nuestra mayor fuente de descubrimientos inesperados. A través de los errores se han revelado axiomas y leyes de la naturaleza. La equivocación nos hace únicos.
PD.: Encuentra los errores y escríbeme al correo…
Super 🔥
Muy buena redacción y me gustó la forma como el autor abordó el tema de la aceptación de los errores, , vivimos en una sociedad donde somos señalados por nuestros errores y las correcciones no son oportunas ni los espacios son los adecuados.