La Casa de Nariño convertida en un muladar, un estercolero de corrupción, droga y vulgaridad. Todo junto y al mismo tiempo.
No es, ciertamente, el primer gobierno con escándalos de corrupción, una plaga que nos invade desde la emergencia del narcotráfico y la demolición de la ética pública que trajo aparejada. Pero ninguno como este, tan putrefacto, con tantos y tan poderosos salpicados, desde el jefe de gobierno que ganó con trampa, sus hijos, su esposa y su hermano, hasta los ministros y funcionarios más importantes. Y ninguno tampoco con tanta plata hurtada, billones de pesos solo entre la UNGRD y el Invías, y con tan turbios propósitos, desde la compra de congresistas, incluso del presidente de la Comisión de Acusaciones que tenía como deber investigar al jefe de gobierno, hasta aceitar la elección del secretario jurídico de Palacio como magistrado de la Constitucional, según consta en los chats de Sandra Ortiz que acaban de conocerse.
El desprecio por el sistema judicial, además, no tiene tampoco antecedentes. No son solo los ataques a las cortes y magistrados, en abierto desconocimiento del estado de derecho y la independencia y autonomía de la rama judicial. Ocurre que a los funcionarios investigados por corruptos Petro los nombra en cargos aún más importantes, como Benedetti y Sarabia, y tampoco tiene reparo en designar ministros imputados, como Sanguino. O en mantener en sus cargos algunos altamente cuestionados, Jaramillo en Salud, por ejemplo. Y los que renuncian lo hacen para fugarse, como Carlos Ramón González. En fin, es un gobierno lleno de pústulas y donde se aprieta salen porquerías.
Como suciedad es lo que sale por la boca de Petro. Cogerlo en una verdad es casi imposible. Siembra odio y violencia en sus incendiarios discursos y trinos. Tacha a los destinatarios de sus diatribas de fascistas, nazis o asesinos. Como si no bastara, ahora trata de “hp” al presidente del Senado y, agarrado en falta, en lugar de corregir decide insistir en el error, mostrando que “el tamaño de la grosería mide con exactitud la deficiencia de la inteligencia”, según un viejo trino suyo que ahora borró. Siguiendo el ejemplo, a madrazos trata el MinSalud y a madrazos habla también el MInInterior. La vulgaridad es la norma. Se abandona todo decoro. Se prescinde de las obligaciones de dignidad del cargo. Lo soez, lo vil, entronizado en el poder. Estamos en manos de rufianes.
Para rematar, la drogadicción. Sí, el consumo recreativo es un asunto privado. Y sí, el drogadicto es un enfermo, no un delincuente. Pero esas consideraciones no significan que el problema deba ser banalizado. No es un asunto trivial ni sus consecuencias son meramente privadas. Nadie se dejaría operar o se montaría en un avión donde cirujano o piloto estuvieran bajo los efectos de las drogas. Todos exigiríamos que traten su adicción y se rehabiliten. Pues bien, la situación es aún más grave si el drogadicto es el jefe de Estado. Y no solo porque se pierda unos días o porque incumpla su agenda en forma sistemática, incluso en situaciones muy importantes, sino porque sus decisiones afectan a todos los habitantes del territorio nacional, a veces en asuntos graves, a veces incluso de vida o muerte. No puede respetarse la privacidad de los presidentes cuando sus actos afectan sus funciones o el interés público.
El petrismo pone en duda las afirmaciones hechas por Leyva sosteniendo que está resentido y que lo que dice no está probado. No dudo de que el excanciller es tipo rencoroso. Pero sus motivaciones para acusar a Petro no invalidan ni restan importancia a lo que afirma. Y solo ratifica lo que ya Benedetti y María Jimena Duzán habían sostenido y era un rumor extendido en la opinión pública por cuenta del comportamiento errático y los desvaríos del inquilino de la Casa de Nariño. ¿Fue el abuso de drogas también la causa de la crisis de salud mental de Petro que narró Ingrid Betancourt? ¿Es causa o coadyuvante de las depresiones de las que también habla Leyva?
Además, ser consumidor y drogadicto en un país plagado de cocaína y que ha sufrido y sufre tanta violencia por cuenta de la droga es aún más delicado. El consumidor alimenta ese ciclo de sangre y muerte. Hay, pues, una consideración ética adicional que, en el caso del presidente, tiene un peso especial. Si, para rematar, se eligió como resultado de un pacto con mafiosos, según confeso su propio hermano, y en su discurso y en los hechos defiende los cultivos de coca, trivializa el consumo de cocaína y concede beneficios a los que con ella trafican, que sea un adicto adquiere una connotación de mayor trascendencia. Como si no bastara, Leyva sugiere que Petro está bajo chantaje de Benedetti y Sarabia precisamente porque sabrían de sus comportamientos indecentes, confirmando lo que algunos ya hemos sostenido: está extorsionado por sus propios funcionarios.
En semejantes condiciones, lo natural sería que Petro renunciara, dejara al país libre de su estigma y nos evitara más daño. Pero no lo hará. No lo ha hecho en el pasado en otras situaciones también gravísimas. Carece de grandeza. Y como la Comisión de Acusaciones prevarica un día si y el otro también, mucho me temo que el palacio presidencial seguirá siendo cueva de bandidos y olla de drogadictos hasta el siete de agosto de 2026.
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