La Patria no es el otro

“Hoy, la deshumanización del otro es la norma, y las dos principales fuerzas políticas del país se han sumado alegremente a una peligrosa tendencia global. El otro no es un contrincante en una competencia por el poder político, un conciudadano; es un enemigo, una amenaza existencial para la Nación”.


Hay quienes necesitan que se les recuerdo lo obvio: el Ecuador no nació con Correa. Ni lo poco bueno, ni lo mucho malo de este país se originó en los diez años de gobierno de la “Revolución Ciudadana”. El correísmo no creó de la nada una división entre los ecuatorianos. Ecuador ha sido un país polarizado, al menos, desde los años noventa, y el ecuatoriano, históricamente, siempre ha sido receloso de su vecino. No obstante, si es cierto que el expresidente Correa lideró un proceso de politización de esas diferencias y conflictos latentes que nos ha conducido al momento que vivimos hoy. Pero de esto son también culpables los que, desde el otro lado, compraron el discurso gubernamental, con la salvedad de creerse ellos los buenos frente a los perversos correístas.

Pero lo que en algún momento fue un enfrentamiento entre pelucones y borregos, se convirtió en una guerra entre amigos de narcos. Al menos esa fue la tónica de la campaña presidencial. Votar por Noboa o por González es una declaración de amor al crimen organizado, según a quién se le pregunte. La polarización afectiva ha llegado a niveles que el país no conocía desde que los conservadores lincharon a Eloy Alfaro. Hoy, la deshumanización del otro es la norma, y las dos principales fuerzas políticas del país se han sumado alegremente a una peligrosa tendencia global. El otro no es un contrincante en una competencia por el poder político, un conciudadano; es un enemigo, una amenaza existencial para la Nación.

Quienes le negaron su voto a Daniel Noboa tenían buenos motivos para hacerlo. El crimen organizado sigue ganándole la guerra al Estado, el desempeño económica es pobrísimo y la tan cacareada inversión extranjera no llega, las fuerzas armadas compiten con las bandas narcodelictivas por arruinarle la vida a los pobres y la democracia nunca se ha visto tan amenazada por un presidente en tan poco tiempo.

También había buenas razones para no votar por Luisa González. Su coqueteo con las dictaduras de la región, su propuesta de formar “gestores de paz” —probables émulos de los CDR cubanos o los “colectivos” chavistas— para combatir el crimen organizado y la alegre irresponsabilidad con que las cabezas visibles del correísmo hablaron de “ecuadólares” no resultaban especialmente ilusionantes. Ni hablar de la absoluta sumisión de la candidata al Amado Líder en el exilio.

El correísmo ha fracasado en todo desde que es oposición: no ha controlado la agenda legislativa a pesar de contar siempre con la bancada más numerosa; no fue capaz de manipular (como en otras épocas) la designación de las autoridades de control a pesar de tener a sus alfiles en el CPCCS; y lo más importante, ha perdido tres elecciones presidenciales contra los candidatos más ganables que uno pueda imaginar. Es momento de que los militantes de la revolución ciudadana reconozcan que, sin el control sobre los poderes del Estado, el expresidente no es el brillante estratega que creían.

Daniel Noboa, por su parte, no ha hecho ningún mérito para ser reelecto. Su forma de gobernar se ha basado en bravuconerías de niño rico y en violaciones permanentes al Estado de derecho y a la independencia de poderes, a lo que hay que agregarle un “partido” y un gabinete ministerial conformados por las personas con menos luces que han visto los pasillos de Carondelet (que ya es mucho decir). Quienes hicieron campaña por el presidente reelecto deben sincerarse y aceptar que la democracia y el país les importan poco o nada y que su única motivación es la desaparición del correísmo y —los más inteligentes— el enriquecimiento personal.

Y es tiempo también de que quienes creemos que la democracia es un fin deseable en sí mismo aceptemos que somos minoría en este país. Porque es falso que en esta elección nos jugáramos la democracia. Al menos a mí me queda claro que estas han sido las elecciones menos limpias desde el 78 y que ninguno de los candidatos ha intentado siquiera fingir un compromiso creíble con las reglas del juego democrático. La suerte quedó echada hace tiempo; para la mayoría, la democracia es un problema.

Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Maestro en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

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