“En definitiva, la carrera por la presidencia la ganará aquel que sea capaz de no dispararse ambos pies antes del 13 de abril. La encrucijada que enfrenta el votante ecuatoriano es francamente desoladora”.
Las elecciones presidenciales nos han dejado un resultado, en parte previsible y en parte inédito. Previsible porque los dos candidatos que encabezaron las encuestas durante toda la campaña accedieron a la segunda vuelta sin verse amenazados en lo más mínimo por ninguno de los catorce candidatos restantes. Inédito porque es la primera vez desde que se instauró el balotaje en 1978 que dos candidatos obtienen más del 40% de los votos cada uno en primera vuelta. La extremada polarización de estas elecciones configura un escenario tan volátil que el mínimo error —o mejor dicho, el mínimo acierto— decidirá al vencedor en segunda vuelta.
A pesar de que la primera vuelta se salda con un empate técnico en el primer lugar, las reacciones de los candidatos han sido diametralmente opuestas.
Si bien es cierto que el escaso margen de victoria no ameritaba una celebración apoteósica, al negarse a hablar para sus simpatizantes, Daniel Noboa ha hecho una demostración de patético derrotismo. A pesar de competir con la cancha inclinada a su favor gracias a la complicidad del Tribunal Contencioso Electoral, la obsecuencia del Consejo Nacional Electoral y las escasas ganas de trabajar de la Corte Constitucional, el candidato-presidente apenas consiguió sacarle una ventaja de 45 000 votos a Luisa González.
Gracias al pésimo trabajo de las encuestadoras locales, Noboa llegó a creerse la posibilidad de ganar en una sola vuelta. Pero más que eso, necesita evitar una segunda vuelta. Dos meses más de improvisación al frente del Estado le pueden costar muy caro. Son sesenta y tres días en los que el presidente debe evitar apagones, masacres, crímenes de Estado, corrupción y ridículos diplomáticos. A decir verdad, no lo veo capaz de lograrlo; no hay suficiente materia gris en Carondelet como para acometer semejante tarea. Noboa depende de que el temor al correísmo sea mayor que los estragos que provoque su incompetencia.
Del otro lado, a pesar de quedar en segundo lugar en una primera vuelta por primera vez desde 2009, el correísmo ha recibido los resultados como una victoria. El porcentaje de votos obtenido por Luisa González supera ampliamente la votación de Lenin Moreno, Andrés Arauz y ella misma en las tres elecciones anteriores. El “techo” del correísmo, del que con tanta ligereza han hablado durante años los opinadores devenidos en analistas políticos, ha estallado en mil pedazos.
Ahora bien, la extrema competitividad de estas elecciones obliga al correísmo a actuar con una inteligencia estratégica que no ha demostrado en mucho tiempo. O lo que es lo mismo, la Revolución Ciudadana (RC) debe —tarea harto complicada— impedir que Rafael Correa se pronuncie durante los próximos dos meses y darle mayor visibilidad a personajes como Aquiles Álvarez y Marcela Aguiñaga, responsables exclusivos de las victoria de González en Guayas.
La RC depende además de un acercamiento a Pachakutik para ganar en segunda vuelta. Durante el debate presidencial se observó una suerte de pacto tácito de no agresión entre Luisa González y Leonidas Iza. Aunque esto podría prefigurar un acuerdo de cara al balotaje, la hipotética alianza enfrenta dos serios obstáculos: Rafael Correa y Pachakutik.
Desde hace más de quince años, el ex presidente ha demostrado un abierto desprecio a toda la izquierda que ha rehusado convertirse en un apéndice suyo. Desde que perdió el poder, la RC ha evitado cualquier acercamiento sincero y horizontal a otra fuerzas de izquierda a expensas de su amado líder.
Pachakutik, por su parte, es un universo en el que conviven —no siempre pacíficamente— socialismo, pachamamismo, anticorreísmo y oportunismo, por lo que aun si Leonidas Iza es partidario de un acuerdo (y yo creo que lo es), enfrentará serias dificultades para conseguir que su partido adopte una postura común. Iza se enfrenta a una serio dilema: ser el facilitador del regreso del correísmo o garantizar —si aboga por el voto nulo—la estadía de Daniel Noboa en Carondelet por otros cuatro años. Cualquier decisión que tome será a costa de su capital político y sus enemigos dentro de Pachakutik lo saben muy bien.
Volviendo al candidato-presidente, a Noboa le toca rascar votos de esa marea de impresentables que no consiguió superar, en conjunto, la votación obtenida por Iza —un escueto pero determinante 5%. No le será difícil hacerse del voto anticorreísta de Andrea González y del resto de candidatos de la derecha, pero los votantes de Pedro Granja, Jorge Escalada, Jimmy Jairala y Carlos Rabascall son una moneda al aire. Cierto es que juntos apenas suman el 1% de los votos, pero en una elección tan apretada cada voto suma.
La RC parte con una ligera ventaja de cara a la segunda vuelta, pero ya sabemos que el correísmo es experto en el arte del autosabotaje. Noboa, por su parte, a pesar del derrotismo y la inoperancia, todavía cuenta con la sumisión de las autoridades de control. En definitiva, la carrera por la presidencia la ganará aquel que sea capaz de no dispararse ambos pies antes del 13 de abril. La encrucijada que enfrenta el votante ecuatoriano es francamente desoladora.
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