Sí es momento de buscar culpables

“La pregunta que deberíamos hacernos no es, entonces, qué hace el gobierno por nosotros, sino que estamos haciendo nosotros por Daniel Noboa”.

“Amanecía en mitad de la noche,
los guaguas iban a clase sin sol,
las diez eran once, las once eran doce
se nos había rayado el mayor”


Esto cantaba Jaime Guevara en 1992, cuando Sixto Durán-Ballén sugirió —mediante decreto presidencial— que los ecuatorianos adelantasen una hora sus relojes para aprovechar la luz del sol y disminuir el consumo de energía eléctrica, debido a que la escasez de lluvias en Paute había obligado al gobierno a programar apagones de hasta seis horas al día.

Que mi madre todavía recuerde esa canción y que ésta existiera en primer lugar, me sugiere que en aquel momento no se normalizó el vivir a oscuras. Y eso que hablamos de una época en la que la que muy pocos trabajaban con un computador delante. Y es que uno no debiera acostumbrarse a lanzarle el carro al resto para avanzar en un cruce porque los semáforos están apagados —porque, para variar, los agentes de tránsito sólo aparecen para hacer operativos inútiles que les permitan engordar su aguinaldo y no, por ejemplo, para hacer su trabajo. No debemos normalizar que, mientras el resto de países de la región enfrenta las mismas condiciones climáticas, únicamente los ecuatorianos debamos comernos doce horas sin electricidad al día.

Daniel Noboa no ha llegado —quizá sólo por una cuestión edad— al extremo del “insomnio senil” de decretar que la madrugada madrugue más, pero no por eso debemos suponer que es menos negligente que Sixto. De hecho, a nuestro melómano ex presidente (que en paz descanse) se le puede conceder, a modo de justificación, que en aquellos años el país no contaba con la cantidad de hidroeléctricas y fuentes de energía con las que cuenta en 2024, y que las previsiones climáticas en los años noventa no eran ni de lejos tan acertadas como lo son ahora.

La culpa de que no lloviera no era de Sixto, como tampoco lo es de Daniel Noboa, pero las respuestas políticas a la crisis si son entera responsabilidad de quien ejerce la autoridad del Estado, más aún cuando hoy en día podemos saber con meses de antelación la crudeza del estiaje venidero.

Entonces, si en 2024 no le podemos echar la culpa a San Pedro, ¿a quién debemos señalar? ¿A la ministra que advirtió de esto hace cinco meses y terminó enjuiciada por el presidente? ¿A Petro por dejar de venderle energía al Ecuador para no desabastecer a los colombianos? ¿A los asambleístas que aprobaron la ley que Daniel Noboa llamó pomposamente “No más apagones”?

Ciertamente no existe un único culpable. Se necesita a muchas personas haciéndolo extremadamente mal durante varios años para llegar a la situación que vivimos actualmente. Pero es lógico que los dedos apunten hacia quien hoy dirige el Estado. En el Ministerio de Energía y en la Corporación Eléctrica no podrían tomar decisiones tan peligrosas como permitir que Mazar opere por debajo del mínimo requerido durante dos días, o tan ridículas como suspender los cortes de energía en todo el país durante dos horas para que podamos ver el triste empate de la Tricolor, sin la anuencia o, quizá incluso, sin la presión del presidente.

Noboa no es víctima de las circunstancias. Antes de la elección en la que resultó vencedor ya se sabía de la crudeza del estiaje que se avecinaba y los racionamientos de energía ya habían empezado. Es más: el propio Noboa declaró tener un plan para superar la crisis energética. Así que hablar de una “pesada herencia” es un intento patético por quitarle responsabilidad a un presidente que está más preocupado por condecorar a su padre en Carondelet que por encontrar a personas competentes para su gabinete.

Pero para Noboa y sus acólitos no es momento de buscar culpables, sino de arrimar el hombro. No es momento de perturbar la tranquilidad mental del presidente con quejas que debiéramos hacerle al pasado. La cuestión no es cuánto estamos sufriendo por los apagones, sino cuánto se está esforzando nuestro presidente por conseguir la reelección y librarnos del cuco del correísmo. La pregunta que deberíamos hacernos no es, entonces, qué hace el gobierno por nosotros, sino que estamos haciendo nosotros por Daniel Noboa. Debiéramos ser más agradecidos, pues para el presidente no debe haber sido fácil tener que regresar de su país natal para enfrentar una crisis energética de la que no es culpable. ¿Por qué Daniel Noboa tendría que resolver los problemas que crearon presidentes anteriores? Éste el penoso razonamiento de quienes ponen su ya de por sí mermada credibilidad al servicio de un niño rico que tenía el capricho de ser presidente.

Si Daniel Noboa tuviera algo de consideración hacia el país que gobierna, declinaría su candidatura a la reelección y se enfocaría en resolver los problemas que aquejan hoy a su gobierno, sin importarle el costo político, pues para eso se supone que se candidatizó en primer lugar (esto, claro, suponiendo que no se lanzó como candidato para darse a conocer y le terminó saliendo el boleto premiado, muy a nuestro pesar).

Naturalmente, si se demuestra negligencia por parte de gobiernos anteriores, los responsables políticos deben enfrentar las consecuencias legales pertinentes, pero es de esperar que quien aspira al cargo de presidente esté informado de la situación del país que pretende gobernar. Y, como dije, Noboa lo estaba; sabía perfectamente que había una crisis en el sector energético. Pero cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que, si el gobierno suspende los cortes de energía en todo el país durante una semana tras un día de lluvia en una central hidroeléctrica, no lo hace basado en criterios técnicos sino puramente electorales.

Cada día de campaña presidencial con fondos públicos que pasa, el sector productivo ecuatoriano añade un nuevo clavo a su ataúd, ante el vergonzoso silencio de las cámaras empresariales. Mientras tanto, nuestros impuestos financian la energía para el sector minero, que paga apenas una fracción de lo que le cuesta al Estado producirla o importarla. Claramente, las prioridades del Estado han sido erradas desde, por lo menos, el inicio del boom de las materias primas, poniéndonos ahora a los ecuatorianos en la incómoda situación de subsidiar a un sector deprimido que apenas genera empleo.

De modo que, una vez que aquellos de nosotros que ponemos a operar la facultad del intelecto de vez en cuando hemos descartado la opción Noboa para 2025, es preciso que observemos al resto de candidatos y nos preguntemos si son capaces de ver el elefante en la habitación. No necesitamos candidatos que nos ofrezcan más persecución política, revoluciones populares o volver a una década presuntamente ganada. En circunstancias como las que vivimos, no nos queda más que conformarnos con aquellos que, al menos, sean capaces de hacer el diagnóstico correcto y estén dispuestos a prestarle atención a los expertos y no a los comunicadores políticos.

Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Estudiante de Política Comparada en FLACSO, Ecuador.

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