Adiós Sufrimiento

Nunca una mentira será mentira al 100%, basta con que una mentira se cubra con 99% de verdad y un 1% de falsedad para que sea digerible por amplios grupos sociales.”.


Existe una minimización sistemática del sentido del sufrimiento. Aunque parezca trivial, todo parte de esta premisa: para las nuevas generaciones, sufrir no vale la pena. Cuando el sufrimiento pierde su sentido, nadie desea experimentarlo. El sufrimiento debe tener un valor de sacrificio y un sentido de trascendencia; sin esta trascendencia, nadie estará dispuesto a sufrir.

No ha sido la televisión en sí misma, sino los nuevos artilugios de la comunicación. Hoy, la televisión pierde su soberanía de ofrecer una parrilla de contenidos variados, siendo desplazada vertiginosamente por el contenido streaming, donde el consumidor elige libremente lo que desea ver. Este, a su vez, evita la incomodidad de encontrarse con contenidos no deseados. En décadas pasadas, la programación diversa otorgaba la libertad de decidir si estar o no frente al televisor. Ahora, las plataformas de streaming nos brindan la «libertad» de permanecer todo el día frente a la pantalla del dispositivo. Cabe preguntarse: ¿quién goza de mayor libertad? ¿El consumidor de los años 90 o 2000, o el de esta nueva realidad tecnológica?

“El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria”.
Byung-Chul Han

Para las nuevas generaciones, cualquier forma de incomodidad o adversidad, por mínima que sea, tiende a ser percibida como una fuente significativa de sufrimiento y ansiedad. Esta hipersensibilidad a las experiencias desagradables se ha convertido en una característica distintiva de la niñez, adolescencia y juventud actual, reflejando un cambio notable en la capacidad de tolerancia y resiliencia frente a los desafíos cotidianos. La constante exposición a entornos digitales que ofrecen gratificación instantánea y la tendencia a evitar situaciones potencialmente incómodas han contribuido a forjar una mentalidad donde incluso las más leves contrariedades pueden desencadenar respuestas emocionales intensas y desproporcionadas.

Las redes sociales han desnaturalizado el sentido del sufrimiento. Pero no son las redes sociales per se, sino los actores involucrados en el proceso. No se acepta sufrir. Y básicamente ese propósito –o despropósito– pospone en las presentes y futuras generaciones la discusión de temas más de fondo por temas de forma o estéticos tales como la sensibilidad animal, el deseo atomizado de aceptación de personalidades que, en algunos casos, puede ser contraproducente para la persona que la aclama. Si bien hay discusiones que hacen parte de movimientos y lobbies con alta transcendencia e importancia para el direccionamiento del mundo, nadie desde sus escalas personales está dispuesto o dispuesta a sacrificar comodidad, de modo que la lucha contra el cambio climático se da solo en el plano virtual y no en sumatoria de cambios de paradigmas individuales. Las redes ponen de manifiesto el estilo desproporcionado de vida de celebridades, empresarios, famosos y, en general, multimillonarios que básicamente lo que falta es que te digan: «no cumplas la norma, si igual este famoso no lo hace, por qué lo vas a hacer tú».

El lobby animalista ha calado tanto en la reprogramación sensitiva de las personas que incluso se cuestionan videos de animales salvajes cazando a sus presas. La desproporción en fuerza y resistencia entre depredador y presa genera comentarios como: «¿Por qué quien graba no impide que el león se coma a ese pobre animalito?». Podría citar más ejemplos, pero creo que el análisis de fondo es evidente.

El ataque frontal se dirige contra el sentido del sufrimiento.

Es importante reconocer que muchos comentarios altamente influyentes no provienen de personas reales, sino de granjas de bots. Así como existen fundaciones y organizaciones sin ánimo de lucro dedicadas a realizar obras de impacto social, también hay entidades subterráneas motivadas por la desestabilización de países. Otras están impulsadas por fines políticos o encubren sus verdaderas intenciones tras intrincados sistemas de organizaciones benéficas. Estas últimas transforman, de manera solapada y deliberada —perceptible solo para unos pocos—, el sistema de pensamientos y los insumos de razonamiento de la mayoría de las masas en la sociedad. Todo ello lleva a que nuestra sociedad sea más sensible hacia temas promovidos por agendas ocultas. La ingeniería de masas cumple sus funciones.

Un movimiento político o ideológico puede promover la sensitividad hacia un tema de su interés. Por ejemplo, hacia la guerra. De esa forma movilizarán sistemas de pensamientos suministrando insumos para silogismos relacionados con la guerra en el sentido de la deshumanidad que se presenta en una confrontación bélica. Nadie dice que las guerras no sean crueles, sangrientas, deshumanizadoras, desmembradoras… no obstante, con la súper producción de armas en el mundo, el panorama que se avecina no es nada alentador, sea de guerras de países individuales o donde intervengan varios países al mismo tiempo. El nombre que se le ponga a cada una de esas guerras no importa tanto, sino el hervidero para que cada país muestre sus dientes a través de su poderío armamentístico.

El mundo se encuentra inmerso en una sobreproducción alarmante de armamento bélico con un potencial destructivo de gran magnitud. Esta situación plantea serias preocupaciones sobre el destino de este arsenal, especialmente considerando que una parte significativa está próxima a alcanzar su fecha de caducidad o se acerca rápidamente al final de su vida útil. En consecuencia, existe una creciente probabilidad de que este material sea redistribuido y empleado en diversos escenarios geopolíticos. Es previsible que sean transferidos a otras regiones o naciones, bajo el pretexto de «ayudar a resolver» conflictos internos. Esta transferencia de armamento no solo perpetúa ciclos de violencia, sino que también plantea interrogantes éticos y estratégicos sobre la estabilidad global y la verdadera naturaleza de las intervenciones militares en conflictos contemporáneos.

El mundo se está inclinando hacia un nacionalismo exacerbado, donde incluso dentro de cada país vemos grupos reclamando territorios. Por ejemplo, en Latinoamérica aún hay países donde se busca crear más unidades subnacionales (como departamentos y municipios, o sus equivalentes), redefinir límites geográficos o independizar regiones, lo que fomenta sentimientos de hostilidad hacia el vecino de al lado. Si internamente en cada país nos dejamos llevar por el odio, ¿no estaremos siendo manipulados a nivel internacional con elementos deshumanizantes y desinformación? Estos podrían estar socavando las bases de nuestras sociedades democráticas que, con sus aciertos y desaciertos, errores y logros del establishment, nos han sostenido hasta hoy. En su lugar, ¿no se estará buscando crear generaciones hipersensibles, propensas a protestas y movilizaciones que los políticos atienden con variable diligencia, mientras los temas estratégicos del país quedan relegados?

Una cantidad significativa de contenido falso circula en redes sociales, plataformas web y medios independientes, atentando contra el sentido común —una riqueza invaluable del ser humano— y erosionando su capacidad de análisis crítico. Una vez destruida esta habilidad fundamental, el individuo se vuelve propenso a aceptar diversos sistemas de creencias sin fundamento. Este escenario se convierte en un caldo de cultivo para teorías infundadas. Una persona que ha perdido la capacidad de discernir es susceptible de creer en cualquier teoría conspirativa, sin importar cuán descabellada sea. El fin último de esta desinformación es desestabilizar países.

La susceptibilidad a creer cualquier cosa se ha convertido en un sistema de escape malintencionado creado para la sociedad actual, con el fin último de evadir el sufrimiento. Hoy en día, se están gestando numerosos sistemas de creencias en las personas. Quiero detenerme en uno: la teoría de la simulación. Esta teoría sostiene la hipótesis no probada de que nada de lo que experimentamos es real, sino que son meras ilusiones neuroquímicas producidas por impulsos eléctricos. No niego la base científica detrás de esta hipótesis, respaldada por análisis especializados. Sin embargo, el problema surge cuando el efecto Dunning-Kruger, combinado con ciertas habilidades comunicativas, termina distorsionando la trascendencia del tema para el público general. Súmese a eso el poder de magnificación de las redes sociales.

Nunca una mentira será mentira al 100%, basta con que una mentira se cubra con 99% de verdad y un 1% de falsedad para que sea digerible por amplios grupos sociales.

La propagación de información errónea o engañosa rara vez se presenta como una falsedad absoluta. En realidad, las narrativas más efectivas y persuasivas suelen combinar una gran proporción de hechos verídicos con una pequeña pero significativa cantidad de información falsa o tergiversada. Esta mezcla cuidadosamente calibrada de verdad y mentira crea un mensaje que resulta convincente y fácilmente aceptable para amplios sectores de la población. La sutileza de este enfoque radica en que la abundancia de información precisa sirve como un vehículo creíble para introducir y legitimar elementos fake, haciendo que el conjunto sea más difícil de refutar o cuestionar. Este fenómeno subraya la importancia crucial del pensamiento crítico y la verificación rigurosa de fuentes en la era de la información, donde la distinción entre realidad y ficción puede ser sorprendentemente tenue.

Este tipo de hipótesis no solo están transformando el sistema de pensamiento de las generaciones actuales (y posiblemente las futuras si no se frena), sino también alterando nuestra percepción del sentido histórico, desde los albores de la civilización hasta el presente. Este fenómeno tiene el inconmensurable poder de mutar y migrar nuestra comprensión hacia otras dimensiones de la realidad humana. Todo ello parece tener un propósito subyacente: erradicar por completo el sentido del sufrimiento. 

Erlin David Carpio Vega

Ingeniero Ambiental y Sanitario, Especialista Tecnológico en Procesos Pedagógicos de la Formación Profesional y Magíster en Ciencias Ambientales. Más de 15 años de trayectoria en el sector público y privado. Docente, Instructor e Investigador. Autor de varios artículos científicos, capítulos de libro y libros de investigación. En la actualidad es Instructor del Área de Gestión Ambiental Sectorial y Urbana del SENA. También es columnista en El Pilón.

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