Las economías capitalistas frecuentemente persiguen un objetivo específico, el cual es inherente a su naturaleza y su conformación, y tiene que ver directamente con condiciones de estabilidad y eficiencia en el empleo de sus recursos.
Esta condición de máxima explotación y asignación eficiente de recursos se denomina “pleno empleo”, y en él existe una correspondencia entre la utilización de la capacidad productiva y la materialización de los ahorros individuales e institucionales en capital físico, humano, y tecnológico. Estos dos procesos van estrechamente vinculados generando una influencia recíproca. A su vez, condicionan el comportamiento del ciclo económico, el cual se caracteriza por sacudidas y restablecimientos periódicos. Pero a todo esto ¿Cuál es la razón por la que las economías capitalistas son tan fluctuantes y se ven inmersas en esa voluta cíclica de altibajos? ¿El pleno empleo explica la determinación de las fases del ciclo económico o se ve supeditado a él?
Presumiblemente podemos suponer que es más un elemento endógeno del ciclo, y se debe entender en una configuración holística. Una definición técnica muy sencilla del pleno empleo consiste en la simetría y correlación de valores entre ahorro e inversión, lo que es lo mismo a expresar una igualdad entre las inversiones netas, el ahorro acumulado, y la generación de capital.
La explicación técnica evidencia la razón por la cual algunos críticos iconoclastas, contrarios a las teorías homeostáticas, ven la situación de pleno empleo como una casualidad transitoria alcanzada por el estímulo de agentes externos, y la participación de organismos institucionales. El suponer que todo lo que se ahorra se invierte es una simplificación muy extrema, aunque refiriéndose a los grandes capitales, la generación de productividad podría ser elevada, pero no retornaría a su punto de inicio, suponiendo que se haya partido de un año cero donde hipotéticamente existió pleno empleo de recursos.
¿Las economías latinoamericanas, alcanzando aún su pleno empleo, se encuentran posibilitadas para competir en condiciones similares respecto a otros países que llevan un proceso capitalista más desarrollado, y ya han consolidado las fuerzas motrices imprescindibles para el funcionamiento de su economía?
La respuesta es simple, si el consumo siempre es positivo, pero menor al ingreso, se presentará una situación periódica en la que se genere un excedente en inventario. Por tanto, la previsión del productor será una expectativa menor de consumo para el siguiente período; tomando en cuenta la producción que mantiene en inventario, lo cual genera una concatenación de eventos como una baja ineluctable en la producción, que tiene como efecto secundario una disminución en el personal ocupado, y por ende una reducción en el ingreso, y recordando que el consumo se eleva en una proporción menor al incremento unitario en la renta de los individuos, es muy posible que se alcance una condición de subequilibrio, un punto estático que lleve a los productores a esperar una eficiencia marginal de su capital igual a la tasa de interés, y lo suficiente como para que el consumo, aún no en un punto óptimo, compense la mínima expectativa del productor. ¡Una situación de pauperización de la economía!
Y retomando la última pregunta, es muy complicado que una economía -con una estructura de capital muy endeble, no tan visible ni tan grande, competitiva en algunos sectores, pero no en los más relevantes, con economías primarias, sin vínculos directos con el financiamiento, y carente de mercado interno, como es el caso en la mayoría de las economías capitalistas de América Latina- pueda, aun maximizando sus recursos, satisfacer y soportar el peso de la competencia del libre mercado. En esos puntos del tiempo se produce un desplazamiento y no una sustitución, un dominio de mercado y no competencia, posiciones de poder y condiciones de dependencia.
El pleno empleo entonces para los economistas y perspicaces dirigentes políticos, funciona más como una cortina de humo, una ilusión que se evanece aun cumpliendo las condiciones para alcanzarlo, al mismo momento que la competencia se corre el riesgo de corroer el espíritu empresarial nacional, y si como algunos liberales acérrimos mencionan, en el “ínterin” se les capacita a todos de arriba a abajo, para que sean los afortunados del mañana, es muy complicado que algo tenga un efecto mucho mayor que el influjo penetrante de la realidad mundial sobre el avezado sistema económico que trabaja cotidianamente en equilibrios Nash inferiores, y que permea cada uno de los sectores primordiales para impulsar a un país.
Y sí, va más por una realidad, que se transforma en utopía al pretender competir en paridad de condiciones. Una doble creencia, misma que fundamenta la doble moral política, y el engaño bien elaborado que entrega los mercados al extranjero y los expone a las sacudidas globales.
Un joven condiscípulo, estudiante de séptimo semestre, al escuchar mi disertación sobre las economías subdesarrolladas me preguntaba cuál era la solución a todo este embrollo. Y resumiendo en este medio, expresaré la respuesta en unas cuantas palabras, y espero se sobreentienda el tono de sorna con que las exterioricé:
“Se necesita que seamos los peores capitalistas, los más salvajes, los que Marx criticó y vituperó, al menos de esa forma, desde el inicio estaremos en condiciones similares, y no se culpa ni se inventa y alude a un espíritu inhumano del capitalismo (inventado como una estratagema política) sólo a la respuesta que genera el estímulo de crecer, expandirse, exportarse, competir, dominar, y someter mercantilmente.
Si no logramos incrementar las dimensiones de nuestro capital ni fortalecemos una estructura autóctona ¿Entonces qué tan capitalistas somos? De otra forma ¿Qué tan sometidos están las economías subdesarrolladas al imperialismo? Cuestionamientos que nos llevan al mismo punto de quiebre, y ya ni hablar del control total de la economía por parte del Estado, que vaya decepción y lección que nos ha dado la historia…
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