El Gobierno de Gustavo Petro y todo su gabinete se han dedicado a ejercer más como activistas políticos que como verdaderos gerentes de la rama ejecutiva del poder público. Lo han demostrado en diferentes ocasiones. Desde Irene Vélez, exministra de Minas y Energía, con sus intervenciones que van en contra del sentido común, hasta personajes como el actual ministro de Salud, Guillermo Jaramillo, quien, ignorando todo aspecto técnico, quiere meter a las bravas la reforma a la salud y con argumentos meramente ideológicos. Para este último, dicha reforma debe aprobarse y financiarse con más impuestos pagados por los empresarios, solo porque son los que, según él, han desangrado al pueblo sin contribuir con lo necesario.
He aquí el primer gran atentado contra lo que, incluso de conformidad con sus mismos promotores, debería ser realmente el progresismo. El progresismo tiene numerosas definiciones y corrientes, sin embargo, todas tienen algo en común: el pragmatismo. Se supone que cualquier progresista debe hacer aquello que funciona, apegado a la evidencia y a la ciencia, y distanciándose de mundos utópicos a los que no se podría llegar en el mundo real. ¿Han sido los progresistas colombianos así, y desde sus comienzos? Veamos.
La campaña presidencial de Gustavo Petro inicia con las bases izquierdistas del país, realizando una poderosa coalición política que agrupó –agrupa aún– todas las fuerzas de esta corriente, especialmente, las que se hacen llamar progresistas. Petro se hace elegir con grandes promesas, como acabar con la corrupción, mejorar substancialmente la seguridad a través de un enfoque distinto llamado por él “la paz total”, y prometiendo una dirigencia política renovada y capaz de trabajar en la rama ejecutiva. Pero todo esto se ha visto pisoteado por el estilo de Gobierno de Gustavo; nada le ha salido bien. Su falta de pragmatismo y exceso de fanatismos en su gabinete lo han llevado a graves errores.
Una de las políticas en las que se refleja la mayor improvisación y falta de pragmatismo de este Gobierno es su política de seguridad. El Gobierno habla acerca de una “paz total” para mejorar la seguridad del país, aunque esta ha generado todo lo contrario, comenzando por un proceso de paz con el ELN que únicamente ha fortalecido dicha guerrilla. Desde que se inició su llamada “paz total” y el proceso de paz con el ELN, el secuestro aumentó en más de un 70 %; observamos grupos armados tomándose municipios, una inseguridad desatada en nuestras regiones y 11 masacres, según Indepaz (Instituto de estudios para el desarrollo y la paz), en lo corrido del año. Y así como esto, muchos ejemplos más desde otros aspectos; a saber, su enfoque sobre el sistema de salud vigente, pretendiendo desbaratar todo lo que funciona bien –pese a que este cuenta con demasiado por mejorar– para regresarnos a algo parecido al pasado Seguro Social y dejarnos a merced de la politiquería. El Gobierno Petro carece de poca o nula capacidad de cumplir la Constitución y la ley, caso concreto, la Cancillería y las polémicas con la adjudicación del contrato de Thomas Greg & Sons; también, carece de capacidad técnica, pues no en vano resultó pasando lo de los pagos dobles por parte del Ministerio de Hacienda y Crédito Público a funcionarios del Estado.
Todo lo anteriormente mencionado, para colmo, termina con incisivas críticas provenientes del mismo progresismo, tal cual lo evidencia un artículo de Revista Izquierda escrito por Sergio de Zubiría Samper en 2023, donde expresa su preocupación por las transgresiones de este Gobierno a los principios progresistas globales.
En conclusión, tenemos un Gobierno que inclusive, va contravía de lo que dice ser y representar. Un Gobierno cegado por la ideología y el activismo. Un Gobierno que es solo discurso, promesas y rabietas. Un Gobierno que es cómplice del régimen de Maduro –el presidente del crimen– y aliado del paramilitar Mancuso –que se desmovilizó, pero no deja de ser un líder subversivo–.
Preocupa mucho Colombia. Por ello creo que se debe rescatar de nuevo la credibilidad en las instituciones a través de dirigentes reales que apliquen la ciencia y la técnica por encima de su ideario utópico. En pocas palabras, Colombia necesita un verdadero presidente.
Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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