“No podemos pretender quedar bien con todo mundo. Aunque sea difícil, es mejor ser sincero con uno mismo que llevar una doble vida”.
Hace un tiempo escuché una frase que en palabras más, palabras menos, decía que “cuando se actúa bien no se necesita tener memoria”, que significa que las acciones que se realizan son bien intencionadas, transparentes, honestas. Algo que se podría resumir en integridad y que explica muy bien el famoso conferencista colombiano japonés Yokoi Kenji:
“Una pareja se encuentra en un hotel y piden una pizza. Cuando abren la caja no encuentran la pizza sino 1800 dólares. El hombre decide ir a la pizzería a entregar la caja con el dinero. Lo aplauden, lo abrazan. El gerente de la pizzería le dice que personas honestas como él ya no hay, y que su hermano, que trabaja en la radio, lo va a entrevistar. Él hombre se lleva para un lado al gerente de la pizzería y le dice que no se le ocurra decir quién es, porque la mujer que estaba con él no era su esposa” (ver). Este era un hombre honesto, pero no íntegro.
La integridad cuesta porque nos obliga a actuar siempre de la mejor manera, así nadie nos esté viendo y porque puede ser un factor de desventaja en entornos donde otros no juegan con los mismos principios.
A pesar de que como seres humanos somos vulnerables y propensos a las equivocaciones, es la integridad el faro que nos permite recomponer el camino y a la vez, aceptar con altura nuestros errores y tratar de no volverlos a cometer.
La integridad está directamente relacionada con la coherencia, que, en visión de Ghandi, es actuar acorde a lo que se piensa, se dice y se hace y que es en definitiva lo que genera confianza y respeto. No se confía en el político cuando promete obras que no culmina, ni en el papá que siempre deja a su hijo esperando en las presentaciones del colegio, ni en el amigo que habla mal a las espaldas pero que de frente adula. No se confía en quien incumple.
No podemos pretender quedar bien con todo mundo. Aunque sea difícil, es mejor ser sincero con uno mismo que llevar una doble vida con la cual se perjudican a seres queridos y a terceros. En la historia de Kenji, que seguramente es la de millones de personas, la integridad se daría si el esposo le dijera a su esposa que ya no la quería – o tal vez sí, pero que también quería a otra persona- y le planteara sus soluciones: separarse, o seguir viviendo juntos, ambos aceptando la nueva condición. El trago amargo sería transitorio, pero habría honestidad y la tranquilidad de no vivir con engaños.
Suena difícil y a la vez utópico, pero considero que es con el faro de la integridad como podemos ayudarnos a llevar una vida honesta, con menos complicaciones y con la confianza de poder dar la cara, sin vergüenza alguna, ante cualquier situación.
Si se pierde la tranquilidad, se pierde en buena medida el disfrute de la vida por la sensación de zozobra ante el descubrimiento de algo mal hecho. La tranquilidad no tiene precio y por eso es mejor no tener memoria.
Comentar