“El primer paso es que los ciudadanos sean más inteligentes que los políticos y no le coman más cuento a esos mensajes de odio que solo están hechos para desviar la atención. La indiferencia es la mejor estrategia contra los ególatras. Luego de esto, sí es importante pensar en programas, campañas o políticas concretas que por lo menos pongan sobre la mesa lo importante que es para todos que le bajemos al tono en las redes sociales”
A veces pareciera que la dirección de algunas entidades gubernamentales de Colombia está pensada por estrategas propios de un grupo subversivo. Consterna ver como los altos funcionarios utilizan la desestabilización como estrategia para desviar la atención de sus jugaditas, en lugar de apostar por el trabajo metódico y técnico para buscar un horizonte de progreso en el que todos podamos vivir en un lugar más amable y con oportunidades de crecimiento tanto económico como social.
Ese problema nos ha acompañado a los colombianos desde hace varias décadas y es un problema que no tiene tintes ideológicos; todos los partidos que han gobernado han estado rodeados de personajes muy cuestionables desde el momento en el que emprenden su ascenso al poder en las campañas y luego también a la hora de gobernar.
Hoy, estos funcionarios que persiguen sus intereses a través de prácticas clientelares y que no tienen ni una pizca de interés en construir un país mejor, tienen la mejor herramienta para perpetuar sus prácticas desviando la atención de la gente y desestabilizando la institucionalidad para que esta no sea capaz de investigarlos: lanzar mensajes de odio y ponerlos en segundos en la palma de la mano de los ciudadanos.
Todos somos vulnerables ante estos mensajes. Por más inteligente que alguien sea, cuando está en vuelto en sus problemas cotidianos, lo último que va a querer hacer con un mensaje de odio de un político es hacer un análisis detallado de la situación y, por el contrario, es probable que le hierva la sangre, reaccione esporádicamente y continue con su vida. Una reacción en caliente no es problema, pero millones de reacciones de este tipo a toda hora sí lo son.
Por lo tanto – y se ha repetido incansablemente desde hace unos años – hoy más que nunca los procesos democráticos se hacen en caliente y la mayoría de las personas, por más racionales que intentemos ser, terminamos opinando sobre todo y a cualquier hora sin contar con suficientes elementos de juicio que nos permita ser cien por ciento objetivos.
Esta situación es una amenaza contra la institucionalidad y contra la armonía social de cualquier país. Ahí está Estados Unidos, cuya democracia se vendía al mundo como la más ejemplar y hoy en día parece estar caminando hacia el abismo en el marco de un desquicio colectivo a causa de estas interacciones de odio sin límite. O véase a Zuckerberg siendo obligado por los congresistas a pedir perdón a las familias de las víctimas de pedofilia a través de las redes sociales.
Colombia, como sabemos, es aún más vulnerable. Y provocar manifestaciones con mensajes de odio desde el gobierno nacional con el fin de interceder en las decisiones de los magistrados de las altas cortes es un antecedente peligroso para un país que es tan vulnerable en sí mismo.
Por esto y aunque hoy pareciera que a la mayoría le aburre hablar de valores, es importante emprender acciones que contrarresten tantas interacciones que pueden provocar vías de hecho violentas. Sería antidemocrático censurar o prohibir que la gente se exprese, pero también es importante que en las redes sociales anduviéramos – como dicen – con la Constitución debajo del brazo.
Lamentablemente mientras las grandes potencias no obliguen a las compañías tecnológicas a entrenar a sus algoritmos dentro de un marco ético y de una manera en la que la gente pueda utilizar las plataformas sin ser constantemente vulnerada y manipulada, no hay mucho que pueda hacer un país como Colombia en materia de regulación. En lo que sí podría pensarse, es en cómo el Estado puede dirigir una iniciativa en conjunto con los demás actores involucrados en esta problemática (empresas, ciudadanía, grupos de interés, gremios) para poner el itinerario del país la importancia de tratarse bien en las redes sociales. El senador David Luna, quien además fue ministro de las TIC y conoce de cerca estos temas, ha sido de los primeros en liderar estas conversaciones, insistiendo en que es necesario crear un marco ético para las redes sociales. Es menester que estas ideas no se queden en simples declaraciones, sino que se conviertan en acciones que nos ayuden – como ha dicho Luna – a que las redes sociales no sean herramientas para perpetuar el odio sino herramientas para facilitarle la vida a la gente.
El primer paso es que los ciudadanos sean más inteligentes que los políticos y no le coman más cuento a esos mensajes de odio que solo están hechos para desviar la atención. La indiferencia es la mejor estrategia contra los ególatras. Luego de esto, sí es importante pensar en programas, campañas o políticas concretas que por lo menos pongan sobre la mesa lo importante que es para todos que le bajemos al tono en las redes sociales.
Todas las columnas del autor en este enlace: Pablo Güete Álvarez
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