Las revoluciones son acciones organizadas que buscan lograr lo imposible, no hay revoluciones que busquen hacer algo que ya se haya hecho. Por esto requieren temeridad, desde luego las revoluciones fallidas son locuras; podría decirse que la diferencia entre un revolucionario y un loco es que el primero logra sus objetivos.
Tenemos una cultura reaccionaria, que quiere decir, que culturalmente – por la natural aversión al cambio – estamos predispuestos a conservar lo que existe, sin importar si ese estado de cosas nos resulta poco favorable. Es nuestra naturaleza, la búsqueda de la certidumbre.
Esa cultura reaccionaria crea dos sujetos políticos: los hegemónicos que tiene por tarea evitar a toda costa un cambio y los testigos, que son los que no están de acuerdo con el estado de cosas, pero pertenecen al mismo repitiendo sus formas y sirviendo de caja de resonancia al lenguaje del poder, están ahí para que nos puedan hacer creer que hay una disputa y para hablar de una revolución en la que son expertos pero que nunca han hecho.
Daniel Quintero es un loco que logró su cometido, un revolucionario. Dirán los dueños de la revolución platónica que me equivoco, claro, muchos llevan años describiendo revoluciones que no han hecho, sabrán más ellos que nosotros identificar una revolución cuando la ven. Dirán. Pero cambiar la dirección corporativa de la política de Medellín es un hecho revolucionario, que solo puede ocurrírsele a un loco y que pasó frente a nuestros ojos.
Sobre los detalles de la ejecución, creo yo, que con todas las rupturas históricas lo dirá el tiempo. El calor de la acción política y el ejercicio de la identidad – más que de la ideología – nos impiden a todos la descripción objetiva de los hechos, ahora, les corresponde a los politólogos no a los políticos la descripción objetiva de los hechos políticos. Los hechos que están a nuestra disposición nos dicen que efectivamente todo el establecimiento de Antioquia – incluidos los revolucionarios platónicos – debieron reconfigurar su curso de acción con la irrupción de Daniel.
Lo evidente, más allá de su calificación, es que en Medellín Daniel ha hecho lo imposible, razón por la que no descartaría que logre sus objetivos inmediatos, porque otra vez estaría haciendo, lo que nunca nadie ha hecho antes. Las locuras y las revoluciones siempre desconciertan.
En el reparto general de las cosas en nuestra región, desde mi punto particular de vista, el cambio en sí mismo es una oportunidad de mejora. Yo prefiero aportarle a un cambio incierto (siempre es incierto y desconcertante) que a un paso atrás cierto. Los revolucionarios platónicos prefieren su lugar en la historia de testimonio. Yo prefiero hacer antes que describir y este octubre le apuesto- contra todo pronóstico- a que pase lo imposible.
Comentar