El perdón de Gustavo Petro “es una cosa”

Víctor Henríquez Bustamante

Las aspiraciones revolucionarias sólo tienen una posibilidad:
terminar siempre con el discurso del amo.
La experiencia lo prueba.
A lo que aspiran como revolucionarios es a un nuevo amo.
Jacques Lacan


En el discurso de índole “mesiánico” del Señor Gustavo Petro sobre el perdón a las víctimas, parientes y demás ciudadanos que se sienten aludidos, en relación a las “ejecuciones ilegales de civiles manipuladas por la fuerza pública para que ´parezcan bajas legitimas de guerrilleros o delincuentes ocurridas en combate”, según como los describe la Corte Penal Internacional de las Naciones Unidas para Los Derechos Humanos, fenómeno comúnmente llamado de los “falsos positivos” y que constituirían crímenes de lesa humanidad llevados a cabo por El Estado colombiano, el mandatario transformó el singular perdón en una cosa.

Ahora bien, estimados lectores, este artículo no pretende validar ni refutar las acciones (en esa dirección) y crímenes que pudieran haber cometido agentes del estado, menos aún desprestigiar las razones que tenga el actual gobierno para legitimar un acto de esta naturaleza, no obstante, es necesario poner a la luz de los acontecimientos otros argumentos, desde una razón crítica.

Comienzo analizando mis palabras iniciales, de por qué el discurso de Sr.Petro lo considero   mesiánico. Según mi punto de vista, por reunir ciertas características centradas en una seguridad caprichosa y desmedida, de manera irracional, de sí mismo, quien está confiado de resolver de modo personal todos los conflictos y traer el orden, la justicia y la concordia al pueblo. Además, por extensión, el mandatario se caracteriza por atribuirse la capacidad y la responsabilidad “cuasi absoluta” de luchar contra el mal y de ser el salvador del mundo, cosa que en otras oportunidades su retórica lo ha dejado de manifiesto:

«La paz es que alguien como yo pueda ser presidente o que alguien como Francia pueda ser vicepresidenta»;

«(Este) Es el gobierno que quiere constituir a Colombia como una potencia mundial de la vida. Y si queremos sintetizar en tres frases en qué consiste un gobierno de la vida, diría: primero, en la paz; segundo, en la justicia social; tercero, en la justicia ambiental»;

“¡Paz total!”.

Obviamente, estimados lectores, supongo que salvaría primero al mundo colombiano. No deja de ser loable semejante ideal, sin embargo, ¡tarea muy difícil!

Desde otro ángulo, la literatura psicológica le llama a este tipo de liderazgo “delirio místico mesiánico”, En la política, es común reconocer características mesiánicas en líderes que se simbolizan a sí mismos como la única alternativa para el proceso histórico de una sociedad. Este tipo de liderazgos suelen atribuirse, además, la capacidad de cambiar y arreglar las cosas, y de traer progreso, desarrollo y justicia social. En este sentido, los liderazgos mesiánicos suelen surgir en coyunturas políticas complejas y, por lo general, emplean discursos populistas y de carácter demagógico para acaparar el favor popular. ¡Parece que este relato le hemos escuchado a otros mandatarios de la región!

En lo relativo específicamente al perdón, decisión y convencimiento, tan voluntario en lo personal, aquel que nos libera del resentimiento, de la ira, de la venganza, cómo se hace para representar una amnistía universal, si conceptualmente somos “todos el estado”; como actitud, implica estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de las más individuales sensaciones, comprendiendo que son opciones, no hechos objetivos. Otra tarea difícil.

Pienso que la manera de avanzar en este sentido no pasa por pedir o no pedir perdón, eso es convicción personal, simplemente pasa por los procesos de dar vuelta la hoja de la historia y promover el olvido, porque vivir atado al pasado reviviendo todo recuerdo que lacere la convivencia y no olvidarlo es una equivocación fatal. Por ello, resulta más sano que el crudo recuerdo consensuar la virtud social de la memoria, como un proceso simbólico, de no repetición. En otras palabras, convertir el recuerdo hiriente en un símbolo, un modelo, un estandarte, en suma, en una cosa, y que amerite revivirla, pero sin que sangre ni que duela, para que no nos destruya.

En lo personal, nos ocurre exactamente lo mismo, pero de modo dramáticamente existencial, ya que debemos rigurosamente ir olvidando; no podríamos vivir si a cada paso que damos lo reviviéramos todo; por lo tanto, nuestra psique se encarga inconscientemente de ir “como editando los recuerdos”; sin duda que vamos por la vida ordenando nuestros recuerdos, somos novelistas de nosotros mismos.

Sin embargo, este proceso de sanidad social, no implica que, en lo particular, los crímenes que pudieron haberse llevado a cabo queden impunes, pues, para ello existe la justicia, y tribunales y jueces deben operar de acuerdo a la ley (para ello existe algo que no tiene pasiones, tiene inteligencia (razón), y que no depende de ninguna voluntad particular, este algo es la ley. Aristóteles, en La Política y en La Ética Nicomaquea).

Y en perspectiva:

por juicio y cautela, no debemos imponer nuestros relatos de una verdad histórica o del presente, porque la verdad absoluta no existe, sólo existen las interpretaciones de los hechos; y, además, estimado amigo, la historia y el presente son puramente cosas, materia; solamente el futuro tiene grosor y densidad ontológica (esencia del ser). Por lo tanto, busquemos estrategias y tácticas correctas para dominar el futuro.


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Víctor Henríquez Bustamante

Profesor de Estado en Castellano y Filosofía

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