“Las mujeres han sido fuertemente afectadas por el prohibicionismo, y este constante aplazamiento que perpetúa la persecución y la marginalidad del consumo, pone en riesgo la vida de las mujeres. ”
El proyecto por el uso adulto de cannabis se ha estado posponiendo por años. Recientemente la plenaria del Senado se hundió en su último debate al proyecto que pretendía pasar a Colombia del fallido y violento modelo prohibicionista hacia la regulación. Es la primera vez que llegaba tan lejos, y tuvo que esperar ante la falta de 7 votos. Así, el pasado 29 de agosto se iniciaron nuevamente los debates y como era de esperarse, con 22 votos a favor y 11 en contra, fue aprobado el primer debate.
Se espera desde las colectividades feministas, activistas cannábicas y mujeres, que esta sea la definitiva. Las mujeres han sido fuertemente afectadas por el prohibicionismo, y este constante aplazamiento que perpetúa la persecución y la marginalidad del consumo, pone en riesgo la vida de las mujeres.
Las dinámicas alrededor del cannabis han sido supremamente machistas y peligrosas para las mujeres: el microtráfico, la persecución de los y las consumidoras, la estigmatización diferenciada del consumo femenino, el miedo inminente a ser víctima de agresiones sumado a la condición de mujeres en rol de madres, gestantes y cuidadoras, entre otros.
Por ello, la perspectiva de las mujeres es de gran importancia para contribuir a consumos más equitativos y socialmente justos. Es necesario nombrar y visibilizar las realidades que atraviesan estructuralmente a las mujeres y cómo esto afecta su derecho al consumo y a espacios seguros para este. Las mujeres, no sólo son víctimas de los estigmas y del rechazo social que acompañan a la ciudadanía consumidora. Cargan, además, con la estigmatización de no encajar con el estereotipo de lo feminino y lo feminizado; el consumo de cannabis surge como opuesto a la idea del ser mujer. Aquí, la gestión del placer de las mujeres ha sido castigado y señalado bajo discursos patriarcales, machistas y sexistas.
Legalización del cannabis y su relación con el género
El consumo de cannabis ha sido conocido como una actividad orientada a los hombres. A pesar de eso, el movimiento cannábico se ha convertido en una plataforma importante para el movimiento feminista en la última década. Durante ese tiempo, se han visto mujeres, mujeres trans y personas queer que están al frente de la defensa de la legalización, las reformas educativas y sociales y, en general, una mayor aceptación en la lucha para descriminalizar el cannabis.
Desde los feminismos se han estudiado los roles de género, cuestionando el lugar de la mujer y de la idea de feminidad en la sociedad. Además, se discuten las asimetrías de las relaciones sexo-genéricas que interfieren en el acceso de las mujeres al sector público, al derecho a la ciudad, al disfrute de espacios públicos y a garantías que le corresponden como parte de la sociedad. Incluso se marginaliza a las mujeres de la vida privada y se les niega la posibilidad de tomar decisiones sobre su vida y sobre su cuerpa, como es el consumo.
Así pues, podemos ubicar dos luchas desde las mujeres por el cannabis: la primera se plantea desde una intersección entre lo público y lo privado, dado que se relaciona con el cuidado asignado históricamente a las mujeres de sus hijos y familias, discusión que se lleva al ámbito público en busca de la legalización como medicina. El segundo se asocia con la lucha por la transformación de unos estereotipos de género que prohíben, criminalizan y estigmatizan el consumo de cannabis por parte de las mujeres.
El hecho de que no esté legalizado el consumo general de la planta de cannabis afecta especialmente a las mujeres, dado que contribuye a que no existan espacios de consumo con condiciones para ser habitados por mujeres de una forma segura. Así mismo, impide que desde el Estado se reconozca la necesidad de emplear enfoque de género para estudiar el consumo, y generar garantías para proteger a las mujeres de tratos inhumanos. De igual manera, dificulta la formulación de normatividades con y en pro de las mujeres, en búsqueda de su seguridad como mujer y consumidora que habita o frecuenta estos espacios. Además, como ciudadanas participan de un Estado donde se le debe proteger su vida, y por lo tanto, los estigmas deben ser superados.
El primer paso para la superación del estigma es la introducción de un lenguaje -producto de una normatividad basada en la legalización general, que no construya dualismos opresivos entre consumidores y no consumidores- que haga alusión a los consumidores y su dinámicas para así evitar la patologización del consumo, y contrarrestar el uso de términos que promueven imaginarios equívocos acerca de la vivencia de quienes consumen.
VBG: mujeres en los espacios de consumo
Una vez que las mujeres empiezan a ocupar los espacios públicos -de todas las formas posibles-, se encuentran con contextos -como son los de consumo- fundamentalmente masculinos y masculinizados, que se concretan en prácticas y formas del espacio urbano.
Esto se relaciona directamente con la percepción y sensación de seguridad de las mujeres en los espacios de consumo. Lo cual se da a partir de que, considerando la situación de las mujeres en el mundo, determinada por una condición histórica, cualquier espacio puede representar un riesgo para su integridad. A esto se le suma la falta de iluminación y otras condiciones relacionadas con lo espacial de los lugares de consumo, que suelen ser marginales y gobernados por agentes paraestatales que tienen sus propias dinámicas.
En últimas, el espacio es la dimensión de lo social. De este modo es posible acatar que los espacios de consumo están diseñados para ser percibidos social y culturalmente como masculinos, creando incluso una justificación social cuando llegan a suceder violencias basadas en género contra las mujeres. Esto se traduce en que aunque se logren avances en políticas de drogas, son avances por y para los hombres porque son los ciudadanos que estructuralmente han concentrado el poder político.
La habitabilidad de las mujeres en los espacios de consumo, ha sido descomplejizada, bajo la idea de la igualación, cuando lo que se necesita analizar concretamente son las dinámicas prohibicionistas, la masculinización del espacio, las VBG, la hipersexualización de los cuerpos femeninos por la narcocultura, y las características físicas que condicionan la sensación de seguridad de las mujeres: iluminación, presencia policial, presencia de grupos paramilitares o asociadas al microtráfico, locales comerciales.
Es por ello que la lucha desde las mujeres cannábicas es explícitamente espacial. Los espacios de consumo ponen las vidas de las mujeres en riesgo porque la construcción de la ciudad está atravesada por un modelo patriarcal y por violencias construidas y reproducidas por hombres. Por ello está la necesidad propuesta desde la geografía feminista de hacer espacio y habitar desde el deseo. Esto es la creación de un proyecto que parta del deseo para crear derecho a la ciudad, que priorice la vida ante todo y que convoque al disfrute de la misma, para todas las personas que la habiten, sin importar la forma del cuerpo y que respete y valore las diferentes formas de ser y existir.
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