El concepto de “realidad” fue eventualmente el eje central que atravesó el pensamiento del filósofo contemporáneo Xavier Zubiri, quien nació en San Sebastián en 1898 y falleció en Madrid en 1983. Fue teólogo y filósofo. Estudio las ideas neotomistas, la fenomenología de Edmund Husserl, al ser humano en su excepcionalidad y en su relación teologal con el Absoluto.
A pesar de que su trabajo teórico es bastante poco conocido sigue siendo de una inusitada originalidad y actualidad ya que desarrolla la teoría de la “Inteligencia Sentiente” que en breve pasaré a mencionar. Su inmensa obra, podríamos decir sin miedo a equivocarnos, alcanza fácilmente las cumbres de las especulaciones edificadas por el influyente Martín Heidegger.
Una posible razón de su olvido es quizás que vivimos en una época donde pensar el mundo y pensarnos a nosotros mismos es visto como “poco útil” (hasta el metafísico de la “Selva Negra” ha quedado restringido dentro de sectas especializadas que resguardan sus meditaciones como si fuesen arcanos).
Es duro decirlo, pero para la civilización del siglo XXI la filosofía carece cada vez más de importancia y de aplicación para la población en general. Esta no solo está sumida en los problemas estructurales inmediatos que trasvasa a nuestro tiempo, como el hechizo del poder, el goce del consumo, asimismo la desigualdad y la pobreza extrema, sino por aquellos que se mantienen “opiados” con la magia del orbe digital.
Pensemos por un instante, por ejemplo, en la Inteligencia Artificial (IA). La posibilidad de hablar con un robot ya es una realidad a nuestro alcance, no obstante, nos la venden como si fuese algo demasiado nuevo, pero efectivamente no lo es tanto. Hace tiempo que muchas aplicaciones y sistemas la utilizan en múltiples campos sin que nos demos cuenta. Pero ahora está tomando un perfil lúdico y emerge a la consciencia masiva.
Los nuevos “chats” (como ChatGPT o Bard lanzado al mercado por Google), por el momento bastante pobres en cuanto a calidad de información y contenido, hasta ahora no aportan nada fundamental que no se puedan hacer con los buscadores tradicionales, aunque sin duda en un futuro cercano se perfeccionarán y abrirán otras perspectivas. Luego se verá como sigue. Por ahora sería bueno no dar demasiada rienda suelta a la imaginación ni a la “mitología tecno” que suele ilusionar, cuando no inquietar, con muy pocos resultados ciertos.
La moda de la IA permite plantear algunos interrogantes que sin duda quedarán abiertos. En primer lugar, ¿qué es la IA? No pretendo una respuesta técnica, sino ontológica. Esta pregunta es por el “ser de algo”, y si es por el “ser de algo” es una pregunta filosófica. Repregunto algo más coyuntural todavía: ¿qué es la inteligencia en sí? Las definiciones son múltiples y variadas no siendo el caso detenernos allí, pero lo central es que todas las conclusiones tienen un punto en común: la inteligencia es una capacidad que ostentan únicamente los seres vivos, naturales, tanto animales como humanos, aunque en diversos grados de manifestación y desarrollo, razón por la cual nunca puede ser artificial.
Por ello decir “inteligencia artificial” es un oxímoron o una contracción del término. El colocar a las máquinas y a las aplicaciones virtuales bondades antropológicas no solo es un subterfugio o un error epistémico, sino que, por demás ridículo, cuando no mal intencionado, al querer arrebatarle al humano su incuestionable singularidad.
Otro mito que hay que erradicar es el asunto ficcional de que las máquinas algún día no muy lejano tomarán consciencia, se mejorarán a sí mismas y ya no nos necesitarán. En primer lugar, la duda acerca de qué es la consciencia y de sus alcances es un tema de debate. Utilizamos ligeramente el lenguaje sin aclarar términos. Michel Foucault ya nos advertía que las palabras crean cosmovisiones, justamente porque desintegran las correspondencias que entendemos como positivas. Ahora si llamamos “consciencia” a algo que esté prendido e “inconsciencia” a algo que esté apagado es otra cosa. Pero en todo caso debería estar debidamente señalado.
A todo esto, rescatar las ideas de Zubiri me parece sustancial para considerar este paradigma. Como mencionábamos al comienzo el eje central de sus cavilaciones es el de “realidad”. Claro que hoy por hoy, cuando tenemos el dilema de que también existe la “realidad virtual” esta declaración cobra importancia elemental. En este poliédrico milenio hay muchas miradas y por supuesto muchas verdades.
Sin embargo, para Zubiri solo el hombre puede ligarse con la realidad, no una máquina. No debería ponerse en tela de juicio. Esta es tan obvia e inmediata que únicamente el ser puede aprehenderse a ella mediante su inteligencia humana, de ese modo la unifica, la hace suya, penetra en su esencia. Es más, la “Inteligencia Sentiente”, como Zubiri la llama, llega más allá, al núcleo de las cosas, pone orden al ámbito caótico de los datos sensibles. Implica la corporeidad, no pudiendo existir sin la superficie física. Es una interacción del cuerpo y el campo extenso del espacio natural. No refiere al procesamiento de información, sino que implica una dimensión emocional y afectiva ya que percibe, experimenta su entorno de manera consciente y subjetiva. Para Zubiri George W. Hegel cometió el error de oponer la sensibilidad a la inteligencia, cosa que, según el pensador vasco, Tomás de Aquino mucho antes supo comprender con corrección. No hay inteligencia sin “lo sentiente”, sin humanidad, sin una persona concreta que plasme su voluntad en el mundo.
La mal llamada IA relega al sujeto a un campo paralelo que simula algo que dice ser pero que no es, ya que dicha simulación no puede constituir la esencia en las cosas, solo puede ofrecer operaciones algorítmicas, y por tal, al no religar al ente con los objetos reales -ni ideales- sino virtuales lo deshabita. Vacía al sujeto aún más dejándolo presa de irrealidades. El ser se confunde con el no-ser. Lo que requiere una revisión exhaustiva y, sobre todo, una nueva manera de entender y de nombrar a las cosas para determinar si son o no son tales.
Para los tiempos que corren es vital revivir, no solo el pensamiento de Zubiri, sino la capacidad crítica tan en desuso. Cuestiones como: qué es el hombre, qué es el ser, qué es la realidad, qué son los sentimientos, si no mantienen su impronta y relevancia para el sujeto que habita nuestro tiempo terminará, probablemente, cayendo en la confusión de no saber quién es, de dónde viene y, sobre todo, a dónde se dirige. Lo cual es la antesala de una próxima Edad Oscura, bárbara, posilustrada, llena de incertidumbre y tinieblas; pero eso sí, con una pantalla similar al “espejo mágico” de los cuentos de Hadas cuya bondad dice tener todas las respuestas.
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