Ansiedad y adicción: ¿por qué debemos hacerlas conscientes?

“Por último, Brewer reconoce la importancia de hacer consciente el hecho de que recibir un refuerzo no tendrá ninguna influencia real sobre el estímulo que despierta la necesidad: fumar un cigarrillo no cambiará el hecho de que fui reprendido por mi jefe (…). Una vez hacemos conscientes todas las partes del esquema, entendemos que no estamos yendo hacia ninguna parte.”


Hace poco me enfrenté a la constatación de que elementos que durante toda mi vida había considerado “normales” no encajaban realmente dentro de esta categoría —polémica por demás—, sino que hacían parte de lo que tradicionalmente se conoce como “trastorno de ansiedad generalizada”. Salir con un tiempo exagerado de anticipación para ir a algún compromiso, anticiparme a situaciones lejanas a través de la creación de escenarios imaginarios y la necesidad compulsiva de planificar todas mis actividades (incluyendo aquellas que se suponía que debía disfrutar sin ningún tipo de presión) dejaron de ser particularidades graciosas de mi personalidad y comenzaron a ser tema de preocupación para mí, pues, poco a poco, me hice consciente de cómo iba perdiendo la tranquilidad y vivir bajo altos niveles de estrés se convertía en parte de mi día a día.

Por supuesto, yo creía tener el antídoto que me permitía sobrellevar tales niveles de estrés: el confiable cigarrillo que, con cada calada, me llevaba a producir cantidades exageradas de dopamina que me hacían sentir mejor, capaz de sobrellevar cualquier crisis. O al menos eso pensaba. Lo que no sabía, o no quería aceptar, era que el cigarrillo actuaba en mí de la manera en que actúan las personas tóxicas y manipuladoras, quienes, a la par que te crean problemas, te ofrecen las soluciones con la intención de hacerte dependiente de ellas.

El psiquiatra Judson Brewer lo explica de manera sumamente clara en su obra La mente ansiosa, donde señala que las adicciones parten de estímulos que pueden ser positivos o negativos y que desencadenan emociones que, para los adictos, se hace necesario reforzar o contrarrestar a través de alguna droga. ¿Parece complejo? Quizá un ejemplo nos permita comprenderlo con mayor claridad: supongamos que cierto día llego tarde a una reunión importante en el trabajo y me gano una reprimenda de mi jefe (estímulo negativo); el regaño no me sienta bien y me siento molesto o triste (desencadenante de emociones), por lo cual busco la forma de sentirme mejor y enciendo un cigarrillo (refuerzo) que me ayudará a tranquilizarme. Este esquema, que se repite en casi todos los consumidores de drogas (e incluso en aquellos que reemplazan las drogas por otros refuerzos como las redes sociales), es conocido como Modelo de Aprendizaje Basado en Recompensa y es el mismo que opera en aquél conocido experimento donde se recompensa o castiga a un ratón por realizar determinada acción, quedando en evidencia cómo el animal modifica su comportamiento con la intención de obtener la recompensa y evitar el castigo.

Acotación importante: en el ámbito coloquial, estamos acostumbrados a asociar las drogas con sustancias peligrosas que se venden siempre de manera ilegal y que se consumen en entornos asociados al crimen y/o vandalismo. Nada más alejado de la realidad. Para la OMS, en esta categoría cabe “toda sustancia que, introducida en el organismo por cualquier vía de administración, produce una alteración de algún modo, del natural funcionamiento del sistema nervioso central del individuo y es, además, susceptible de crear dependencia, ya sea psicológica, física o ambas” (Ministerio de Justicia). Es decir, el café, el chocolate, el cigarrillo y, por supuesto, el alcohol, también entran en la categoría de drogas y cualquiera de ellas podría reemplazar al cigarrillo en el ejemplo empleado en el párrafo anterior (algunas de ellas con un menor grado de complicaciones para la salud, claramente).

Ahora, volviendo al libro de Brewer, lo particularmente interesante de este es el tratamiento que el autor propone para las adicciones, dentro de las cuales incluye la “adicción a pensar”, la cual se manifiesta como un síntoma importante del trastorno de ansiedad y que se caracteriza por una tendencia a sobreanalizar cada situación (real o imaginaria) hasta el punto de alcanzar un profundo e incontrolable estado de malestar. Pues bien, desligándose de los modelos tradicionales como la medicalización y la negación del deseo de refuerzo, el autor propone, tomando como base algunas nociones propias del mindfulness, confrontar el problema de manera distinta a través del “hacer consciente”.

Hacer consciente, en primer lugar, cuál es el estímulo que está detonando nuestras crisis. A veces se trata de situaciones muy puntuales, pero, otras, son emociones como el aburrimiento los que despiertan el deseo de un refuerzo. Luego, debemos hacer consciente nuestra necesidad de refuerzo y saber distinguir cuándo se torna problemática. Probablemente nadie considerará cuestionable tomarse un par de copas de vino una o dos veces al mes, en alguna reunión con amigos o en la tranquilidad de nuestras casas; caso contrario a aquel personaje que sacrifica el dinero del mercado para suplir su necesidad de ingerir alcohol, poniendo en riesgo no solo su salud y bienestar, sino también el de su familia. Todos podemos estar de acuerdo en que el segundo caso, a diferencia del primero, resulta problemático.

Por último, Brewer reconoce la importancia de hacer consciente el hecho de que recibir un refuerzo no tendrá ninguna influencia real sobre el estímulo que despierta la necesidad: fumar un cigarrillo no cambiará el hecho de que fui reprendido por mi jefe, comer algún chocolate no me quitará el aburrimiento, ingerir licor de manera desproporcionada no hará que mi pareja vuelva conmigo. Una vez hacemos conscientes todas las partes del esquema, entendemos que no estamos yendo hacia ninguna parte.

Cabe aclarar que no soy profesional del área de la salud ni pretendo servir como terapeuta ante quienes lean estas líneas. Mi recomendación, para aquellos que también comiencen a ser conscientes de algunos elementos que pueden estar afectando su salud mental, siempre será consultar con un profesional. Mi intención con esta columna apunta más a exponer mi caso puntual y a difundir un método poco convencional, recomendado por un experto y que tiene pocas posibilidades de causar efectos perjudiciales en quienes se aventuren.

Sobre mi caso, cabe señalar que, una vez me hice consciente de que no necesitaba excusas para dejar de fumar, sino razones lógicas para hacerlo, entendí que fumar era un despropósito. Esta estrategia la extendí a otros aspectos de mi cotidianidad, como la concientización sobre el uso del teléfono celular: tener espacios en el día para chatear con mis amigos y revisar mis redes sociales está bien, pero cuando no disfruto de la merienda por permanecer “conectado” me doy cuenta de que realmente hay un problema. Pues bien, este tipo de estrategias, junto con otras que plantea Brewer en su texto, me han ayudado a reducir de manera considerable mi problemática con la ansiedad. Aún queda un largo camino y muchas cosas por trabajar, pero, si con esto puedo ayudarle a alguien que atraviesa una situación similar, la boleta estará pagada, como dirían ciertos exponentes del rap de Medellín.


Otras columnas del autor en este enlace:  https://alponiente.com/author/joaristizabal/

Imagen tomada de:  https://clinica-ilion.com/dia-mundial-contra-las-drogas-adicciones/


 

Referencias:

Brewer, J. (2018). La mente ansiosa. Por qué nos hacemos adictos y cómo podemos terminar con los malos hábitos. Buenos Aires, Paidós.

Ministerio de Justicia y del Derecho (s.f.). Sustancias Psicoactivas. Minjusticia. Disponible en https://www.minjusticia.gov.co/programas-co/ODC/Paginas/Sustancias-Psicoactivas.aspx

Jorge Andrés Aristizábal Gómez

Historiador. Apasionado por el urbanismo, la pedagogía y los estudios culturales. El concepto de "asfaltonauta" me identifica considerablemente.

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