La polaridad política de América Latina está en extinto peligro de muerte. La polaridad sobrevive porque existen pesos y contrapesos los cuales llegaron a su fin con el fallido grupo de Lima. No existe hoy en el continente una oposición sólida al proyecto dictador de la izquierda comunista y visceral. El nuevo gobierno del ‘cambio’ abre sus puertas a la impunidad como política interior convirtiéndola asimismo en política exterior de Colombia. La democracia moderna se jacta de una rigurosa falta de intervencionismo en asuntos exteriores, pero la omisión por permisividad también aporta o no al yugo constructivo del socialismo. La cadena de acontecimientos desemboca en unos riesgos inminentes para la patria y la consolidación de un comunitarismo latinoamericano obsoleto.
Impunidad. A dos semanas de su inicio en gobierno ‘Aureliano’ informó a la opinión pública de la suspensión de las ordenes de captura de todos los integrantes del ELN. De igual manera mostró vehemencia por la apertura de relaciones bilaterales con Venezuela, nombrando a Armando Benedetti como embajador en ese país. El trio de la impunidad. Repetiremos entonces la historia de lavarle la cara a los sin vergüenza y les daremos el puesto de salvadores en la sociedad. Historia que repetiremos con Venezuela y su gobierno malhechor y asesino que a partir de ya comenzamos a reconocer como un gobierno legítimo y veraz. En la cereza del pastel nombramos a un posible bandido como embajador, con procesos abiertos por enriquecimiento ilícito e incumplimiento en declaración a los tributos del Estado. ¿Por qué el cambio se viste de impunidad?
Narcotráfico. A los empresarios colombianos se les debe la módica suma de 350 millones de dólares por parte del gobierno venezolano en bienes que fueron embargados o se convirtieron en improductivos gracias a la miserable bonanza económica de las políticas maduristas. Sin embargo, los empresarios que más se benefician con el restablecimiento de las relaciones son los narcotraficantes. Colombia y Venezuela son neurálgicos en la geografía del negocio de la cocaína. Las últimas dos décadas en la historia de fuerza pública se han dedicado a combatir las rutas del monopolio, ¿y ahora? Queda despejado el camino para que el proyecto comunista del continente continúe su financiamiento próspero y duradero a expensas del polvo blanco. El afianzamiento de las relaciones con el régimen de Nicolás Maduro es también el regreso de la militancia cocalera a los pasillos del gobierno.
El mundo libre. Es con gran preocupación que observamos como Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, normaliza el tratado de sangre que se advierte en el patio trasero de su casa. Con mayor preocupación observamos cómo se avecinan las elecciones legislativas en el primer mundo y de salir victoriosos, los republicanos condenarán los esfuerzos del nuevo gobierno colombiano por acercarse al régimen venezolano, y con ello cesarán muchos de los beneficios bilaterales que nos mantienen en democracia. La testarudez e insensatez de este proyecto político de izquierda es tan penetrante que en aquel delirio de grandeza se cree ser capaz de desafiar el status quo del mundo. Y ese es el proyecto Bolivariano que nos consume, arrodillarnos al comunismo chino, a la miseria rusa, a la pobreza venezolana, la incertidumbre cubana, el mundo libre se nos acaba.
Colombia, un país en el que se respira impunidad como política interna y se condona como política externa, un gobierno que apoya la reinstauración del narcotráfico como política internacional para recibir el apoyo de los cárteles más grandes del continente, y un super poder que anestesiado por los colmillos de la serpiente no advierte que el reencauche del comunismo de los ochenta acecha la libertad del siglo presente. Ni la paz, ni el cambio por la vida podrán ser eternos cuando el criminal es dueño del diálogo de impunidad.
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