Representantes de las élites políticas y empresariales de Medellín unen fuerzas para regresar al poder que, sienten, les pertenece por derecho.
Decía el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty que «la política es el arte del simulacro». En este sentido, la política deja de ser un problema de argumentación y se convierte en un problema de intereses. Y aunque «la política es dinámica», los intereses son acomodados. Ese juego de simulaciones y acomodos, los intereses de las élites políticas y empresariales de Medellín ha convertido en aliados a quienes hasta ayer fueron enemigos. Y en esa lucha dañina, orquestada por dichas élites, perderán los de siempre: nosotros, la ciudadanía.
En Twitter, la red social que moldea la opinión pública, puede leerse a varios representantes de esa élite política y empresarial paisa, trinando a favor de la revocatoria. Ellos, que antes eran rivales, hoy son socios a la fuerza.
El enemigo de mi enemigo es mi amigo
Ejemplo de ello es el médico, exsenador y exconcejal liberal Bernardo Alejandro Guerra Hoyos, reconocido por su lema «Cero Corrupción» y su celo por lo público. Hoy vemos al exconcejal intercambiando amistosos trinos con Santiago Londoño, coordinador de Compromiso Ciudadano en Antioquia y representante del fajardismo. Pero no siempre fue así.
Atrás quedaron sus denuncias al incumplimiento de pagos por obligaciones urbanísticas de la empresa constructora Fajardo Moreno al Municipio de Medellín (30 mil millones de pesos), sus críticas a la Biblioteca España, a las irregularidades contractuales de «Medellín la más educada» y las denuncias que él mismo hizo al manejo administrativo de Federico “Fico” Gutiérrez;
Cabe recordar que el desempeño de Guerra Hoyos durante 12 años en el Concejo de Medellín se vio empañado con un fallo en primera instancia de pérdida de investidura y los contratos de familiares suyos con entidades de la Alcaldía.
Por su parte, los duros ataques en Twitter del expresidente Uribe Vélez a Sergio Fajardo parecen haberse atenuado. De afirmar que Fajardo “gobernó con Santos y FARC” y que es “el candidato de Santos para el 22” ahora lo une a Fajardo y pronunciarse contra “el daño” de Quintero a Medellín.
Como partido, el Centro Democrático no respalda la revocatoria, pero dos de sus facciones en Antioquia, rivales entre sí (el “ramismo” y “los paolos”) parecen haber unido fuerzas contra el Alcalde de Medellín. La combativa senadora Paola Holguín le tilda despectivamente de “advenedizo” mientras que el “paolo” Alejandro Posada, exedil del CD, coordina una iniciativa de revocatoria. El “ramismo”, por su parte, está presente en otra de esas iniciativas.
La crítica mordaz del concejal Alfredo Ramos le ha ganado el apoyo irrestricto de las bases más conservadoras del Centro Democrático, pero llama la atención que sus constantes denuncias sobre “presunta corrupción” y “aparentes irregularidades” no prosperan y terminan siendo archivadas por falta de evidencia.
Aunque el concejal Ramos afirma que su respaldo a la revocatoria no sería el más adecuado, esta sí es promovida por alguien muy cercano al “ramismo”: el Dr. Julio González Villa.
Académico y docente universitario, cuya formación clásica se evidencia en su argumentación retórica, González Villa fue gerente de Empresas Varias en la administración de Luis Alfredo Ramos, candidato a la Asamblea de Antioquia en 2007 por Alas Equipo Colombia y al Concejo de Medellín en 2019. De talante conservador, González Villa fue el vocero del «Pacto por Medellín» en la audiencia pública a Daniel Quintero del pasado 25 de enero.
Otro ruido en redes lo generan el concejal del Partido Alianza Verde, Daniel Duque y el excandidato a la Alcaldía, Juan David Valderrama.
Pese a que su partido hace parte de la coalición, el concejal Duque no pierde oportunidad para cuestionar y hacer eco a cuanta denuncia se haga a la administración Quintero; al fin y al cabo, el control político es su deber constitucional como cabildante, pero llama la atención que su campaña fue respaldada por Sergio Fajardo y financiada por Proantioquia.
Por su parte, Juan David Valderrama cuenta en su haber con 12 años de trayectoria en la burocracia de Medellín. Valderrama Inició su carrera política en Compromiso Ciudadano, el movimiento de su primo Sergio Fajardo. Fungió como secretario privado del exalcalde Alonso Salazar, exasesor de gerencia en EPM, exgerente de la campaña de “Fico” Gutiérrez y exdirector de la Agencia para la Cooperación Internacional (ACI) en la Alcaldía de Aníbal Gaviria y del INDER en la administración de Fico.
Valderrama parece haber olvidado sus diferencias con sus dos exjefes políticos (Fico y Fajardo), y su voz en redes sintoniza con la estrategia de la revocatoria, que se reduce a una valoración negativa sobre la gestión –y la persona– de Quintero.
Es preciso aclarar que tanto el concejal Duque como Juan David Valderrama han afirmado en repetidas ocasiones que en lugar de revocatorias, prefieren apoyar ejercicios de control social ciudadano, como la veeduría «Todos Por Medellín». Aquí entra la élite empresarial.
Interés, cuánto tenés
La élite empresarial, cuida sus intereses. Por pragmatismo, en lugar de apoyar a Juan Carlos Vélez Uribe para la Alcaldía en 2015, respaldaron a “Fico”; cuando Valderrama no repuntó en las encuestas de 2019, respaldaron a Ramos.
Ahora, al igual que lo hicieron en la administración de Luis Pérez, hoy financian una veeduría. Para 2021, Proantioquia, la Cámara de Comercio de Medellín e Intergremial Antioquia financiarán la veeduría «Todos por Medellín» con 1.400 millones de pesos. En esta Veeduría tienen asiento dos fichas claves del fajardismo: David Escobar Arango, director de Comfama y Mauricio Mosquera Restrepo, exsubsecretario de Cultura Ciudadana, exgerente de Telemedellín y exdirector de Indeportes Antioquia, entre otros cargos.
David Escobar, exsecretario privado de Sergio Fajardo en la Alcaldía, y exdirector de campaña presidencial de Sergio Fajardo y exdirector de Planeación en la Alcaldía de Aníbal Gaviria, es miembro del Comité Asesor de «Todos Por Medellín». Mosquera, por su parte, tiene una historia un tanto más truculenta.
Siendo director de Indeportes, Mosquera suscribió un contrato para adquirir 26.925 medallas, pero para el día de suscripción del contrato, 13 de los 25 eventos para los que se estaban destinadas las medallas ya se habían realizado.
Mosquera incumplió la finalidad del contrato y fue sancionado y multado por la Procuraduría. La ironía es que ahora Mosquera pertenece a una veeduría que, se supone, denunciará hechos de corrupción. El chiste se cuenta solo.
Recordemos que la revocatoria se visibilizó cuando los representantes de la élite empresarial renunciaron a EPM y a Ruta N. Si bien correlación no es causalidad, en este caso todos los indicios apuntan a que sí lo sea.
Lucha de egos más que lucha de clases
No nos engañemos. Si hay una lucha de clases en Medellín, esta es promovida por quienes, durante más de 16 años hicieron parte de la administración municipal. Por eso, cuando utilizan el “nosotros”, no hablan de “nosotros, la población medellinense”, sino de “ellos”, de ellos mismos”.
El lenguaje es deliciosamente refrescante y develador, y el lenguaje de la narrativa revocadora les traiciona, denotando su clasismo: para “ellos”, el Alcalde es un “advenedizo” que no es digno, no pertenece y llegó a interferir en sus planes; cuando dicen que “improvisa”, se refieren a que sólo “ellos” saben cómo hacer las cosas.
Cuando dicen “el acuerdo implícito entre lo público y lo privado” se refieren a la descarada injerencia del “Sindicato Antioqueño” en el quita y pone de mandatarios en Antioquia, y cuando afirman que “lo destruyó” se refieren a que “sacó” a la élite empresarial del gobierno público; “destruye la institucionalidad que hemos construido” se refiere a la que “ellos” han hecho y no aceptan que haya “otros” distintos a “ellos”.
Dicen que a Medellín quieren “recuperarla”; sólo se “recupera” lo que “se perdió” y a Medellín “la perdieron”… en las urnas. Y la cereza del pastel: cuando plantean la revocatoria como “plenamente uribista”, como “un examen” que ‘ellos’ le están haciendo a Quintero a ver “si lo pasa”. No sólo quieren medir pulso político y electoral, sin importar el costo.
En el fondo, es el viejo narcisismo paisa de poner al otro a “probar finura”, a ver si “es capaz” y “es digno”. Y, sobre todo, es el impulso, revanchista y revisionista de querer recuperar, desde el escritorio, lo que perdieron en las urnas: el poder, y el dinero que este trae consigo.
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