LA CIENCIA NO ENGAÑA NI MIENTE, SE USA PARA ENGAÑAR O MENTIR
Aunque parezca test de pato hay que decirlo. La ciencia es distinta de la política, pero no es independiente ni autosuficiente; la racionalidad científica no es la única forma de pensamiento racional ni el conocimiento científico es la única forma de conocimiento.
El método con el cual se produce conocimiento científico es fuero perentorio y rotundo para la ciencia y los científicos; no lo es para la política y los políticos.
En un sentido metafórico, el método científico padece una virtud: una especie de Asperger epistemológico; es exclusivo y excluyente. A este “Asperger o autarquía epistemológica” le cabe en plenitud el concepto de autonomía. Vista desde afuera la ciencia es dogmática; pero por paradójico que parezca, vista desde adentro es una extraña dogmática porque su metodología obliga a dudar persistentemente, a confirmar por medio de la refutación, a someter a falsación lo que se da como cierto, a hacer con persistencia la prueba contraria. Es, pues, un dogmatismo acrisolado por la heterodoxia. Y, en este sentido, lo que para el comportamiento social puede ser un padecimiento, en la ciencia es virtud y garantía de éxito.
Por ello es normal que, frente a la política, los científicos tengan, al menos, dos personalidades, una de “gafas culoebotellas” y otra de “gafas oscuras”. También es normal que una de ellas trate de imponerse sobre la otra. Por ejemplo, que algún súcubo político o moral asalte el fuero científico y ahúme los microscopios, que los científicos usen la política y los políticos para el fin científico sin alienar el método, pero enajenando sus resultados, que alguna ideología cientificista se pretenda mathesis universal y moral global, y que la metáfora del autismo epistemológico se haga cuerpo en la ingenuidad o en la indiferencia o en el egoísmo, en la avaricia y el egocentrismo profesional y personal. La ciencia, pues, no puede mentir epistemológicamente; pero puede ser usada para engañar.
La política, por su parte, tiene por fin la gobernabilidad que es la concurrencia, casual o planificada, de condiciones de modo, tiempo y lugar favorables para que un gobierno (de uno, de algunos, de muchos) sea capaz de gobernar, de decidir, de acordar o imponer principios, reglas, normas y procedimientos, acordar o imponer prioridades.
No existe método único en la política. Para lograr su fin todo vale, incluso, a veces, el conocimiento científico, la racionalidad científica y los valores morales “buenos”. Por eso ni el Derecho internacional consensuado de hoy ha logrado ponerle el ajuar a la política, sobre todo la que se convierte en guerra.
La concurrencia de técnicas para usar el poder a discreción de las circunstancias parece método, pero no lo es; a menos que llamemos método a la técnica que mezcla hybris y Sophrosyne, desmesura y prudencia, emociones tristes y eufóricas, habilidades viles y nobles, intereses egoístas y altruistas, conocimientos científicos y no científicos. Por eso es normal que los políticos tengan varias personalidades, gafas multicolores, que sean ángeles, íncubos y súcubos.
Que los políticos puedan adoptar o adaptar la racionalidad científica y los conocimientos científicos, a políticas públicas, por ejemplo, como una guía para lograr su fin que es la gobernabilidad y que esta sea virtuosa o viciosa, buena o mala, es una decisión opcional, no obligatoria. Los políticos que huyen de la ciencia o la utilizan, lo hacen por conveniente comodidad, complicidad, ignorancia o pusilánime omisión. Por ejemplo, cuando dominan o acuerdan la “dependiente autonomía financiera” de las comunidades científicas; usan a discreción de la circunstancia la información científica “políticamente correcta” o cuando adaptan la información científica a las medias verdades o a las verdades engañosas que requiere la información política.
Por su parte, que los científicos desdeñen o se hagan los gafufos frente a la política, es una decisión política que esconde o ignora que la ciencia y la política tienen un matrimonio indisoluble pero tan virtuoso como vicioso porque no solo construyen, sino que también destruyen. Los científicos que huyen de la política o la utilizan, lo hacen por conveniencia, por comodidad, complicidad, ignorancia o por pusilánime omisión. La política, pues, puede mentir; inclusive usando a la ciencia.
Estas aclaraciones no apagan las más fundamental, cierta y segura: la racionalidad, el método y los conocimientos científicos siguen siendo la muralla más sólida frente a los desvaríos de la política.
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