«Puede que sea “un día histórico para la democracia y para el país”, a voz de Iván Duque, en la tónica del sistema y del discurso oficial. Pero no creo que esta jornada “demuestra que la juventud tiene un espíritu de acción”».
De los 12 282 273 jóvenes habilitados para votar, apenas 1 279 961, el 10,42 % de lo previsto, fue a votar por 10 824 representantes a los Consejos Municipales de Juventud. Y eso con posibilidad desde los catorce a los veintiocho años. En suma, 90% de abstención (¿cuánta pasiva y cuánta activa?) Los medios adjetivaron esta jornada de apática —además de atípica—. Según comentarios, los jóvenes, duchos para protestar, perdieron la opción democrática que se les habría en estos Consejos… Incoherencia actitudinal o algo por el estilo.
Aunque el problema es otro: el hecho de que trataran de mover los procesos organizativos del Paro a las urnas; el sistema, que en unos momentos se muestra feroz, depravado y sañudo, y en otros sonríe, aplaude y elogia la juventud; la politiquería, que unos aclaran no es lo mismo que la política (y hacen la diferenciación, supuestamente, ¿pedagógicamente?, para los jóvenes); la decadencia, la boca del lobo que representa la democracia, donde unos poderosos atornillados le soban el saco a estas elecciones hasta que les moleste sus comodidades, o les vierta aceite en su herrumbre… En definitiva, porque estar bajo la misma tónica del sistema, o embucha a quien lo utiliza en su contra, o lo bota.
Para muestra de lo semejante de estas nuevas elecciones a las antiguas, un botón: en Medellín denunciaron presuntas irregularidades del movimiento Medellín nos Une, orientado por el concejal Albert Corredor, suspendido del Concejo a instancia de la directora nacional de su partido, el increíble Centro Democrático. Prometieron paseos, empleos, becas de estudio y maestría en la Corporación Universitaria Americana, donde Albert fue vicerrector de extensión y su padre, Albert Corredor Gómez, es rector de la sede Medellín. Por otro lado, en otras áreas, denunciaron presunta compra de votos y dobles votaciones.
(Más aún del mismo movimiento: les llegaban mensajes a los jóvenes, con su nombre, preguntándoles si sabían sus puestos de sufragio y, si no los sabían, les enviaban la dirección… Y les pedían que guardaran el número para que siguieran en contacto…)
Puede que sea «un día histórico para la democracia y para el país», a voz de Iván Duque, en la tónica del sistema y del discurso oficial. Pero no creo que esta jornada «demuestra que la juventud tiene un espíritu de acción»: solo pudo saber el presidente que la juventud, o una parte de ella —«Generalizar es siempre equivocarse»: Keyserling—, probó que no necesariamente requiere del voto para culminar su ciudadanía; no requiere de la parafernalia electoral para apoltronarse en satisfacción democrática; requiere de la organización y de los procesos de base, de la resistencia cultural o de hecho en todos los ámbitos de la vida, incluso en su vida misma.
Para Duque, los jóvenes populares asesinados este año no gozaban de un espíritu de acción como el diez por ciento que fue el domingo a las urnas. Es decir, lo que no está dentro del ala del Estado, del gobierno, no tiene un verdadero espíritu de acción. A lo que me cuestiono: si por un flanco hablan de «apatía», y por el otro de reconocimiento, ¿cómo cambiarán esos discursos si la abstención se da en las elecciones presidenciales del próximo año? ¿Inflarán la «apatía» con «bullanga», «complot venezolano», «ciudadanía ausente»? ¿Olvidarán el reconocimiento (ahora que sí les afecta a los poderosos y no a unos jóvenes primerizos), por señalizaciones individuales, por circulación de fuerza armada en la ciudad y por centrar la mirada en el nuevo suceso?
Si para las elecciones presidenciales pocos votan, imaginemos, como esta vez; o, mejor, si nadie vota (repito: solo por imaginar), ¿el sermón, y por lo tanto la práctica, se mantendrá? ¿No será, también, un día histórico para la democracia, en detrimento de esta (y de las burlas que le hacen); para el país? Puede que esté delirando en la especulación. Solo tengo por recomendarles la novela de Saramago, Elogio de la lucidez, en la cual lo lúcido es votar en blanco, pacíficamente, sin más herramienta que la propia democracia, con la sutil reacción de la maquinaria estatal para encontrar al culpable de tal ataque al sistema.
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