El Stalin de Ciénaga de Oro

Tengo el desagrado de invitar a escena a… El ateo, el cristiano, el liberal, el socialista, el libertario, el comunista, el progresista, el conservador, el médico, el científico, el economista, el ingeniero y hasta el astronauta: el que es todo y es nada a la vez. Aquel que, al tiempo, es un “gran admirador” de los ideales de Hugo Chávez y Álvaro Gómez Hurtado; el mismo que se cree la reencarnación de Abraham, Moisés, Elías, David “el rey de Israel” y de Jesucristo y culpa de todas las desgracias de la humanidad, pasadas, actuales y postreras, casi de forma patológica, a Álvaro Uribe y sus huestes. Les traigo al peor de todos los alcaldes que ha podido tener la capital de este país; al ejemplo perfecto de que el cinismo y la desfachatez son un estilo de vida; al que disfraza su necesidad desesperada y desmedida de poder de “altruismo” y busca incendiar y acabar con todo a su paso sin importarle cuánto cueste –o nos cueste más bien– ¡El megalómano de megalómanos! ¡El impresentable de impresentables! El único e inigualable Stalin de Ciénaga de Oro: ¡GUSTAVO PETRO!

Para los que me conocen, saben perfectamente que no tengo ningún reparo a la hora de atacar cualquier manifestación del colectivismo, provenga de la orilla política que provenga. Creo que es lo correcto y creo, además, que a nadie debería temblarle el pulso para señalarlo y exponerlo. Los que me conocen saben también que uno de los personajes de la escena política que más desprecio y abomino es Gustavo Petro, aunque por primera vez tengo el no privilegio de dedicarle una columna ¡exclusivamente! y lo hago por un deber y un compromiso moral con mi nación y con mi gente, no porque me produzca placer alguno poner en tela de juicio a uno de los seres humanos más indeseables que ha pisado el Congreso de la República de Colombia y que, para colmo de males, ejerció el segundo cargo más importante en materia de administración y gestión pública, cargo que, por demás, puso en evidencia no solo lo incompetente que puede llegar a ser, sino que es alguien repugnante por donde se le mire.

Sobre ese lamentable hecho no me voy a detener, pues ya se encuentran ampliamente documentados sus desaciertos y el caos que provocó en aquellos cuatro años en Bogotá –aunque, al parecer, “la hija de la maestra” le quiere montar competencia. Tampoco voy a hablar de sus alucinaciones mesiánicas y del culto a la megalomanía que constituye su movimiento político, mucho más ahora con el “Pacto Histórico”. Desde este portal varios de mis compañeros han resaltado el peligro que representa para nuestra democracia, pero ahora lo hago yo con una situación específica que ocurrió el pasado 8 de diciembre.

Antes que nada debo aclarar que entre muchos de sus calificativos en redes sociales, como lo son “El Cacas colombiano”, “El Buitre” o “El Latin Stalin”, el que más me gusta para él es El Stalin de Ciénaga de Oro, título de esta columna y apodo que, si mal no estoy, es propiedad intelectual de mi gran amigo Andrés Sánchez, y que considero le cae como anillo al dedo, no porque pretenda hacer ver indigno el lugar del cual es oriundo –dicho lugar no eligió dar a luz a semejante engendro– sino porque considero que es mucho más específico y claro que los otros. Ahora bien, entrando en materia, durante la última semana Noticias Caracol ha estado ejecutando unas jornadas de diálogo y debate para los diferentes precandidatos a la Presidencia de la República llamadas Conversaciones de país. El pasado miércoles el turno fue para el “Pacto Histórico” y entre las preguntas que le hicieron a Petro destacó especialmente esta: Si en caso de ser presidente sus reformas no son aprobadas por el Congreso o las altas cortes, ¿qué va a hacer?, a lo cual, nuestro flamante Stalin de Ciénaga de Oro respondió:

Yo pregunto a todos los seguidores y admiradores del líder supremo de la “Colombia Humana” ¿les queda todavía alguna duda de que un eventual gobierno de su caudillo convertirá a Colombia en una dictadura? porque a muchos creo que no, y lo peor de todo es que al menos se le puede agradecer por esto. El infeliz no está engañándonos ni ocultándonos nada a los colombianos. Con lo que dice está siendo más que claro y transparente.

Populista con ínfulas de tirano que se respete encuentra una enorme fascinación en diseñar enemigos internos y externo a veces, inclusive, imaginarios; en el caso particular de Colombia destacan Álvaro Uribe Vélez y sus huestes y los partidos políticos de “ultraderecha fascista y neoliberal” –sarcasmo– de otros rincones del planeta y que lo rebaten de frente, respectivamente. Populista con ínfulas de tirano que se respete busca a como dé lugar acabar la autonomía de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial y tomar a los tres bajo una sola mano. Populista con ínfulas de tirano que se respete inyecta odio en la sociedad, aprovechándose aún más de las mentes que son débiles y resentidas, pero deseosas de un cambio para, mediante ellas, personificar un cúmulo de “virtudes” que significan lo que ellos llaman “pueblo” y por eso los convoca como una turba enardecida y furiosa y los financia además con dineros públicos que ¡no le pertenecen! para arrasar con todo a su paso y continuar alimentando sentimientos negativos y polarización en la ciudadanía, destruyendo conjuntamente los principios y valores básicos que debe tener cualquier persona, toda vez que algo se le sale de las manos y no tiene cómo controlarlo. Mis estimados lectores ¿a quién creen que me estoy refiriendo? ¡Bingo! Al Stalin de Ciénaga de Oro, que con sus declaraciones reafirma y hasta hace que se quede corta mi descripción.

Concibiendo todavía más desolador el panorama, las últimas encuestas, incluida la que presentó la revista SEMANA, muestran una realidad que no podemos evadir: Gustavo Petro al parecer por ahora no tiene quien lo ataje ¡y peor aún! se plantea el infortunadísimo escenario de una posible segunda vuelta presidencial entre él y Rodolfo Hernández ¡háganme el bendito favor!

La verdad es que hasta ahora no ha habido evento que vulnere los deseos del “pre-candidato” por el “Pacto Histórico” de ser el nuevo inquilino de la Casa de Nariño. Para nuestra desgracia, información reciente muestra que la afectación que tuvo en su momento por el paro que comenzó el 28 de abril y los eventos tan violentos que surgieron a su alrededor ha sido prácticamente olvidada por la opinión pública –algo muy predecible, claro está. Tampoco lo han desestabilizado como se esperaba la entrada al juego político de Alex Char y Óscar Iván Zuluaga. Si las cosas siguen así, poco o nada podrá detener su ascenso y lo que digo, lo hago apoyado en lo siguiente:

Primero: las coaliciones y partidos políticos opositores todavía no se han organizado lo suficientemente bien. Cada vez es más cierto que los rivales del Stalin de Ciénaga de Oro no alcanzarán algo solo con los eslóganes de sus alianzas. El Centro Democrático, por ejemplo, atraviesa uno de sus peores momentos desde su creación y a duras penas podrá quedarse con la presidencia; indiscutiblemente requiere cuanto antes sumarse a una propuesta política que les evite tantas rupturas internas o que se replantee por completo. El mismo argumento aplica para la llamada “Coalición de la Esperanza”, donde ya son evidentes los fraccionamientos; dudo que con la hiper-pluralidad de posiciones de sus miembros en todo lo concerniente a administración y gestión pública y los delirios de superioridad moral de algunos de estos, se pueda elegir un candidato que los aglutine y logre hacer tambalear los anhelos de poder que tiene Petro; no les auguro que lleguen muy lejos.

Y segundo: veo muy complicado que un candidato diferente a Gustavo Petro pueda echar para adelante mientras el Gobierno Duque no sea capaz de comunicar asertivamente sus logros que, honestamente, no son pocos. Independiente de que para mi Iván Duque sea un tibio sin carácter, las cosas son como son y el hombre, si uno analiza con lupa su labor, no ha sido tan malo como lo hacen ver Petro, sus aliados y su horda de fanáticos. Partamos además del hecho de que todos estos, incluido el mismo Petro, pertenecen al establecimiento; el actual senador ha tenido la increíble capacidad de hacerle creer a una considerable parte de la ciudadanía de que no forma parte de la clase gobernante, pese a que lleva años parasitando al Estado y ha demostrado ser un pésimo gerente y mayordomo de sus bienes o de lo que toma a su disposición. En materia de percepción la gente está muy equivocada, por eso se debe hablar con la verdad y no adornar nada para llamarlo por su nombre: Petro ha vivido los últimos cuatro años a expensas del Gobierno Duque. Y punto. Así como Duque ha obtenido buenos resultados, especialmente, en los temas Reactivación Económica y Plan Nacional de Vacunación contra el COVID-19.

No obstante, y aunque vamos bien, la amenaza constante de un salto inflacionario y de posibles desajustes bursátiles, aparte de las apariciones de nuevas mutaciones del virus que produjo la pandemia, conservan el panorama económico global algo enrarecido. Y ante dicha incertidumbre, el único que aborda esos temas a pesar de estar cubierto de hipocresía y basado en fantasías totalmente irrealizables es el Stalin de Ciénaga de Oro –para que tomen nota los otros candidatos.

¿Gustavo Petro es invencible? Será que si seguimos así ¿no habrá rival que lo ataje? ¿Quién será el que nos falta para darle la justa que se merece? Quizás aún es muy pronto para tener respuestas, pero, como ya lo dije, si las cosas siguen así, poco o nada podrá detener su ascenso. El populismo más recalcitrante nos amenaza con tener el poder y, una vez estando allí, planea alimentarse con nuestros despojos mortales como lo haría el animal más carroñero. Si los sueños –pesadillas para nosotros– del Stalin de Ciénaga de Oro adquieren forma ¡de allá no lo baja nadie! Colombia puede ser un país con una democracia que le falta fortalecerse y que echa mano de toda la cantidad de problemas que quieran y que, seguramente, seguirán brotando con el pasar de los días, pero, en general, nuestro pueblo es muy bueno como para merecer a alguien de la calaña de Petro gobernándonos ¡No se lo podemos permitir! Todavía estamos a tiempo.


Este artículo apareció por primera vez en nuestro portal aliado El Bastión.

Cristian Toro

Cafetero. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Docente de matemáticas, física y estadística.

Editor Ejecutivo (EIC) de El Bastión y Revista Vottma, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Afiliado al Ayn Rand Center Latin America y colaborador de organizaciones como The Bastiat Society of Argentina y México Libertario.

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