No es que yo esté en contra de los paros y los “movimientos sociales” sino que en eso ya perdí la fe. Me tocó vivir desde la tribuna el paro cafetero pasado que se inició en el departamento del Huila y sabía que las cosas no eran ni como salían en los medios ni tampoco como las manifestaban los “voceros” autodelegados de las manifestaciones. Las vías estuvieron cerradas, los supermercados vacíos, las farmacias desabastecidas… el sur del Huila sin gas, sin gasolina, sin plata en los bancos… era lo más parecido a un campo de batalla que me han logrado describir. Por ese tiempo una profesora amiga mía ya pensionada me llamó poco antes de la media noche casi llorando a preguntarme si yo estaba bien. Varios cientos de kilómetros del epicentro de las manifestaciones me sentía seguro así que no encontré otra cosa que decirle que preguntarle por lo que estaba allá pasando. A lo lejos oía sirenas de ambulancia o de patrullas, no se alcanzaban a reconocer, se oían explosiones y la típica vecina “alaracosa”[1] gritando que era el fin del mundo. Al fin pode tranquilizarla y convencerla de que se fuera a dormir, que vivía lo suficientemente lejos del centro para que le pasara algo a menos que se saliera a la calle, donde las balas asesinas que silban en los oídos de los ciudadanos hacen daño pero no se sabe de qué cañón vienen.
Al otro día llamé a casa a ver como seguía el paro. A mi papá (agricultor de oficio) le dio risa y me dijo “cuál paro, si aquí no hay nadie parado… todo mundo quiere irse a saquear los almacenes, tirarle piedras a los policías y a las casas”. Con esa expresión las “luchas sociales” en las que estaba mi tierra perdieron el lugar en que las tenía. Y es que un pueblo que se sostiene del agro no puede continuar su vida en estas situaciones sino por los caminos del caos y la violencia. Gente que vive en el pueblo pero que se sostiene del jornal labrado en los cafetales y las plataneras tuvieron al menos dos semanas en las que el pan coger no llegó a la mesa ni al estómago de quienes de él se alimentan. No dejaban ni salir de la ciudad a trabajar y a los que se habían quedado encerrados en las fincas los obligó una mano oscura, que hasta ahora nadie da razón de ella, a salir de allá y quedarse en las murallas impermeables de gente enardecida contra un Estado desprovisto de la paternidad a la que se está acostumbrando el país.
Pedían un precio justo del café, una baja en los abonos… subsidios y beneplácitos, sin contar lo que se sabía de un señor de apellido Sanjuan que es de los altos funcionarios de la Cooperativa de caficultores del Huila que estaban pidiendo aparte de las certificaciones de las fincas, unos subsidios extras para mejorar sus “parcelitas” avaluadas en un par de miles de millones. ¿A alguien se le ocurrió entonces sentarse a dialogar del por qué no era asequible esa solicitud cuando el país entero atravesaba una crisis de revaluación del peso? Quizá algún sensato profesor de economía de la Universidad explicó este fenómeno a sus alumnos… pero los señores de la lucha social esperaban un seguro, una póliza a su producción anual de sacos de café, y a sus abonos, y a los fungicidas y pesticidas… y a la ampliación del beneficiadero, la modernización de los secaderos, el mejoramiento de vivienda y tantas cosas que contaban los campesinos, que con el criterio de haber tenido que aspirar lacrimógenos les concedía, indignados porque no los dejaron trabajar en semanas (porque nadie había contado de que dos semanas antes empezaron a evacuar a los trabajadores) detrás de una cortina de humo, tan negra como la conciencia y las intenciones de los “representantes cafeteros”, que opacó la crisis alimentaria de los hogares que se sostenían del campo y de los que se beneficiaban de lo producido en él.
Muchos dirán que estos son mecanismos de presión al gobierno. Sí, en eso estoy de acuerdo y son tan válidos y legítimos como una acción de tutela o un derecho de petición, pero se nos olvida que en primera instancia los más afectados son los que sostienen el monopolio del café. No son los señores finqueros de apellidos retumbantes… son los cogedores de café, los recolectores y chapoleras quienes se afectan, y tras ellos sus familias, de una movilización que pretende defender sus derechos fundamentales pasando por encima de ellos mismos. Como decía un pensador por allí: “por la democracia hasta la democracia”. Por eso ya perdí la fe, porque la historia se va a repetir. ¿Alguien se preguntó pro que en el Huila no están en paro? Por que allá ya se padeció este “remedio” una vez… ¡y no dio ningún fruto!
[1] En el Huila es un adjetivo calificativo aplicado a una persona que se conmociona fácilmente y lo expresa pro cualquier medio posible.
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