Lección de convivencia a través de los puños

Me dispuse a escribir esta columna desde la sede de la Universidad Nacional de Colombia en el municipio de Tumaco, un rincón de Colombia en el suroccidente del departamento de Nariño, a orillas del Pacífico, que está signado por los expertos a ser destruido por un tsunami.

Quiero compartir con los lectores del portal Al Poniente una historia alrededor de la convivencia que me contó un taxista, cuyos servicios tomé frente al hotel donde me alojé, y con el cual establecí una conversación sobre algunos aspectos de la vida de la ciudad.

Con una población cercana a los doscientos mil habitantes, Tumaco es una ciudad marcada por la violencia lo que llevó en los últimos años a que unas diez mil familias migraran hacia otras ciudades colombianas, como Cali, Palmira, Buenaventura y Pasto y hacia ciudades cercanas del Ecuador.

Visité el municipio de Tumaco con el propósito de tener una reunión con los padres de familia de la primera cohorte de los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia que están en su semana de inducción en esta la octava sede cronológica de la institución. La Universidad abrió cincuenta y un cupos para estudiantes del Pacífico colombiano, en su programa de admisión especial denominado PEAMA. Después de dos semestres de estudios, cada uno de estos estudiantes se trasladará a alguna de las cuatro sedes Andinas: Bogotá, Medellín, Manizales o Palmira, a culminar sus estudios en la carrera que eligió previamente.

Cuando le pedí al taxista que me llevara a la sede de la universidad, este me expresó espontáneamente su sentir sobre el aporte de la Universidad Nacional a Tumaco como un espacio para la creación de escenarios para la convivencia y con la esperanza de que en un futuro la ciudad vuelva a ser un conglomerado social lleno de tolerancia y respeto.

En el recorrido hacia las instalaciones de la universidad, mi interlocutor, un joven no mayor de treinta años, me dijo, con un dejo de nostalgia y añoranza, que en su época de estudiante de bachillerato su generación podía caminar tranquilamente por la ciudad y que la gente se respetaba en sus distintos espacios como calles, parques y sitios de diversión.

Este joven tumaqueño me contó que en la actualidad evita tener cualquier tipo de disputa, diferencia, o altercado, porque la consecuencia puede ser la pérdida de la vida. Me dijo que optó por no tener ninguna discusión como conductor cuando tiene un incidente con otro vehículo, ya que no sabe cuáles serían las consecuencias. Esto lo expresó con una frase dramática y contundente:

“No conviene tener ninguna diferencia, es mejor perder”.

Y luego este taxista me compartió una experiencia que vivió en el colegio, generada por un profesor del cual tiene un gran recuerdo:

Cuando el profesor identificaba que había una rivalidad entre dos estudiantes, lo cual captaba por las actitudes y las miradas entre ellos, y a veces por los comentarios de otros estudiantes, los llamaba al finalizar la clase y los confrontaba.

Después de un momento de cantaleta el profesor los invitaba a un lugar solitario en la playa, frente al mar; a cada uno le entregaba un par de guantes de boxeo y los invitaba a que se pegaran como dos boxeadores, usando únicamente las manos. A los diez o quince minutos de pegarse a pleno sol, sudando, jadeantes y exhaustos, los invitaba a olvidar las diferencias, a poner punto final a la rencilla y a vivir en un ambiente de convivencia.

Me comentó mi amigo taxista que ahí terminaban las diferencias y que, a partir de la catarsis de esa experiencia, mejoraba la convivencia entre las partes:

“Después de la pelea de boxeo en la playa los dos jóvenes se daban la mano: el que ganó, ganó, y el que perdió, perdió, y respétense ahora sí, porque ya se pegaron en las ñatas con los guantes”.

Esta es una lección no ortodoxa de pedagogía de la convivencia, que no deja de ser interesante para ser estudiada por expertos en el tema. Si bien desde una perspectiva esta experiencia tiene un toque de violencia; desde otro ángulo la pelea de boxeo consiguía el desfogue de las pasiones de los jóvenes bajándole la temperatura a sus desavenencias.

En mi conversación con los padres de familia de los estudiantes de la universidad presenté y reflexioné una cita del profesor Augusto Cury que encaja con esta experiencia que me contó el taxista, la cual quiero, así mismo, compartir con los lectores de Al Poniente:

“Los profesores son insustituibles, porque la gentileza, la solidaridad, la tolerancia y los sentimientos altruistas… no pueden ser enseñados por máquinas sino por seres humanos”.

Intentaré en el próximo viaje localizar al profesor de esta historia para conocer de primera mano sus modelos que promovieron la convivencia entre los jóvenes de Tumaco.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2014/12/Diego-German-AL-Poniente-e1418367403784.jpg[/author_image] [author_info]Diego Germán Arango Muñoz Ingeniero Administrador de la Universidad Nacional de Colombia Psicólogo, de la Universidad de Antioquia Administrador Turístico, del Colegio Mayor de Antioquia. Especialista en Mercadeo, de le Universidad Eafit. Especialista en Investigación Social, de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Universidad nacional de Colombia desde 1977. Profesor invitado a 35 universidades hispanoparlantes. Consultor en Marketing para más de 350 compañías. Director de más de 3,500 investigaciones empresariales en el campo del Marketing. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]

Al Poniente

Al Poniente es un medio de comunicación independiente que tiene como fin la creación de espacios de opinión y de debate a través de los diferentes programas que se hacen para esto, como noticias de actualidad, cubrimientos en vivo, columnas de opinión, radio, investigaciones y demás actividades.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.