“Tampoco plantean alternativas ni ofrecen empleos de calidad, ganan con cara y ganan con sello. Ni rajan ni prestan el hacha”.
Recuerdo muy bien el día que firmé contrato con la empresa que soñaba: era el día de mi cumpleaños y además tenía una ilusión enorme por hacer parte de dicha compañía. Desde afuera entendía que estaba todo por hacer, que profesionalmente podía aportar y contribuir notoriamente a la organización. Que era un reto desde todo punto de vista. Lo difícil cuando uno se emplea, es justamente mantener la ilusión con la que se ingresó el primer día. Seguir dando lo máximo y contribuir al propósito organizacional.
Las empresas se convierten en un segundo hogar y los compañeros de trabajo en nuestra otra familia. Duele cuando por circunstancias ajenas, compañeros deben dejar la organización. Sólo lo siente quien lo vive, pero, en cualquier caso, es un drama. De algún modo u otro, si trabajamos es porque lo necesitamos, por supuesto que es mucho más placentero cuando se disfruta lo que se hace, pero al fin de cuentas, todos necesitamos generar ingresos. Cuando nos quedamos sin la fuente principal, que para muchos es el empleo, estamos dando un salto al vacío, obligatorio, sin querer, y seguramente lleno de miedo por no saber cómo salir, al menos en ese instante.
No creo que nadie quiera estar en esa situación, menos, cuando la gente contenta, con ilusión y ganas de aportar lo mejor de sí a la organización, es retirada por momentos coyunturales: crisis económicas, reestructuraciones, factores externos; que obligan a las empresas a realizar ajustes.
Ver la nostalgia de las personas que pierden su trabajo, me hace pensar en lo afortunado que somos los que contamos con empleo de calidad. Tristemente, hay veces que se convierte en paisaje. También me hace pensar en que cada vez tenemos que valorar a las empresas que se esfuerzan por generar oportunidades y buenas condiciones para sus empleados. La generación de empleo ayuda a la construcción de un país con mayor igualdad, generan esperanza y optimismo.
Las empresas, las responsables, y las que dan más de lo que exige la ley, se convierten en un vehículo para que las personas cumplan sus sueños, materialicen sus propósitos y sean felices. A las personas que hoy están tristes, pensativas y nostálgicas porque no tienen empleo, su talento y buen trabajo los llevará a buen puerto, como dice el dicho “Dios aprieta, pero no ahorca”.
Insisto en que el país debe fomentar y facilitar cada vez más la creación de nuevas empresas que contribuyan a la creación de empleo formal, fomentar la inversión extranjera sin distingo del sector, siempre y cuando, estas sean respetuosas de las normas, sostenibles y con un marco de respeto por las comunidades y el ambiente.
A la vez, cuestiono a los que desde una posición cómoda porque económicamente tienen su vida resuelta, sea porque están jubilados, o nacieron con comodidades que la mayoría no tiene, se dedican a criticar ciertos sectores productivos sin importar los empleos que se puedan perder por egoísmo. Lo peor, es que tampoco plantean alternativas ni ofrecen empleos de calidad, ganan con cara y ganan con sello. Ni rajan ni prestan el hacha.
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