“… no quiero invitar aquí a que el individuo signifique y explique su sueño. De alguna manera, quisiera proponer lo contrario: que el sueño signifique al sujeto, a su soñador. Digo esto, un poco en términos lacanianos, ya que, al momento de soñar, la persona no tiene un sueño, sino que el sueño tiene a la persona …”
Soñar es un extraño acontecimiento, que para bien o para mal, con seguridad todos hemos experimentado. El enigmático y apasionante mundo de los sueños nos ha acompañado durante toda la historia y por supuesto que sigue presente, en menor o mayor medida, en nuestras mentes y nuestra cultura.
Uno de los aspectos de los sueños sobre los que quisiera reflexionar brevemente en esta ocasión es sobre la búsqueda de sentido o significado alrededor de cada sueño. Claramente, una de las prácticas más generalizadas al despertar y recordar un sueño es la reflexión sobre qué pudo haber significado, qué implicaciones tiene, cuál es su mensaje oculto, que premoniciones acarrea y todo tipo de cuestionamientos similares. Ante esto, diferentes saberes han querido dar explicaciones que calmen la incertidumbre ante aquellas misteriosas imágenes, y es así como se han propuesto diferentes interpretaciones, que van desde lo místico y espiritual, lo psicoanalítico, lo neurológico y demás: unos dicen que son formas de conectarnos con otros planos de la existencia, otros dicen que son expresiones reprimidas de nuestro inconsciente, y otros plantean que son mecanismos para la conservación del descanso. En todo caso, sea cual fuere la oferta de explicación, quisiera desecharlas a todas y cada una.
Todas aquellas propuestas para explicar los sueños podrían hacer parte de lo que los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari denominan como la dictadura del significante, lo cual consiste, brevemente, en la imposición de significados objetivos a todos los fenómenos. Esta práctica de imposición de sentido y significado hace parte de nuestra inseguridad como seres y el respectivo afán de explicar absolutamente todo lo que nos rodea, y por lo tanto, a través de la historia, le hemos dado todo tipo de significados a cuanto fenómeno sucede, desde el movimiento de las estrellas, las catástrofes naturales, las enfermedades -mentales-, y por supuesto a los sueños. Es así entonces como estos se han vistos atrapados bajo la obligación de explicación, como si fuesen un rehén con información valiosa.
Pensemos un ejemplo sencillo sobre esta imposición del significante sobre los sueños. Una persona que sueña estando en medio del agua, puede despertarse sin saber qué significó aquello, y al buscar verá todo tipo de explicaciones como “promesa de buenos tiempos”, “la necesidad de mejorar la conducta”, “la represión de emociones”, etc. Sin embargo, ¿puede realmente significar lo mismo el agua, por ejemplo, para un nadador olímpico que para alguien que perdió trágicamente un ser querido ahogado? Claramente, es un enorme atrevimiento imponerle objetivamente el mismo significado al sueño de cada persona, a cada subjetividad, que ha sido constituida por infinitud de momentos, experiencias y significaciones particulares y diferentes.
Esto quiere decir, en primer lugar, que el sueño es una experiencia sumamente personal e individual; nadie más sabe que significa cada objeto y momento particular más que la propia persona, y que un tercero pretenda imponerle una explicación “objetiva” puede ser transgredir con la individualidad del sujeto, más que la de simplemente su sueño.
No obstante, no quiero invitar aquí a que el individuo signifique y explique su sueño. De alguna manera, quisiera proponer lo contrario: que el sueño signifique al sujeto, a su soñador. Digo esto, un poco en términos lacanianos, ya que, al momento de soñar, la persona no tiene un sueño, sino que el sueño tiene a la persona. Esto es algo claro para todos: al momento de soñar, somos atrapados por aquellas visiones, las vivimos, sufrimos, disfrutamos o tan solo presenciamos, pero como sea, todo aquello sucede al margen de nuestra conciencia o voluntad. Hemos sido atrapados por el sueño. Siendo esto así, ¿qué derecho tenemos entonces a imponerle un significado a algo que no hemos producido (voluntariamente al menos, ya que finalmente sí ha sido nuestra “mente” la que lo ha creado) ni hemos diseñado? El sueño nos ha sido entregado, hemos sido absorbidos por él, y en este orden de ideas, es él quien nos explica.
¿Qué quiero decir con todo este extraño juego de palabras? Es sencillo. No espero que le sigamos imponiendo un significado al sueño que hemos tenido, sino que sea el sueño quien que nos explique a nosotros a través de los afectos y sentires que nos ha provocado. Si en el sueño hemos visto a una persona X y esto nos ha hecho felices, eso es todo: ver a aquella persona nos alegra; si durante el sueño estamos en el agua y esto nos ha causado pánico, eso es todo: estar en el agua me ha causado pánico. Puede parecer simple, demasiado simple, pero implicar dejar que los sueños nos hablen a través de lo que producen en nosotros, en cómo nos afectan y hacen sentir. De esta manera, el sueño se libra de los grilletes del significante, y ahora no nos debe explicación alguna, solo es.
Esta propuesta de finalizar la dictadura del significante sobre los sueños es similar a la postura que tienen algunos artistas, quienes se niegan a dar una explicación concreta u objetiva a sus obras, ya que reconocen que aquello podría aniquilar la infinitud que la misma obra implica, el universo que puede llegar a ser para cada persona en particular, y que al pretender ser “explicada” aquella riqueza de sentires y afectos moriría al instante. En este orden de ideas, quisiera pensar que los sueños de cada uno de nosotros son nuestras propias obras de arte, las cuales no debemos pretender explicar ni imponerles un sentido, sino que precisamente en su enigmática esencia radican las posibilidades de que seamos explicados, conmovidos y afectados por ellos.
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