“No es de extrañar, entonces, la hermandad que se ha creado entre algunas disciplinas del saber y las narrativas empresariales que abogan por el emprendimiento, el empresarismo y la productividad”.
El lazo social, a la luz de la teoría psicoanalítica, se entiende como la relación entre individuos producida por un semblante que ordena la realidad; ese semblante debe ser, por tanto, aquel significante que contenga la facultad de colectivizar. Es decir, un semblante que logre establecerse como forma imaginaria para toda la comunidad. Bajo esta lógica se plantea la existencia de un lazo social que expone inflexibles procesos de normalización, de instauración y reinstauración del dispositivo normativo, a tal fenómeno se le reconoce como Discurso del Amo.
La Psicología, la Psiquiatría y algunas otras ramas de la Ciencias Sociales y Humanas –tanto en la modalidad de disciplinas aplicadas, como en la de ciencias epistemológicas– han operado casi en la totalidad de sus corrientes teóricas como agentes politizadores del discurso del amo. Si nos vamos tiempo atrás, los procesos terapéuticos tenían, por ejemplo, la función de “crear” sujetos heterosexuales, de allí que la homosexualidad hasta el año 1973 estuvo diagnosticada como un trastorno mental. En la actualidad si bien el discurso del amo se encuentra enmarcado en aspectos normalizadores que trascienden la orientación sexual, sigue operando bajo otros imperativos presentes en las sociedades contemporáneas. La felicidad, el éxito, el rendimiento y la hipersexualidad son semblantes de ese discurso dominante que tienen eco en variadas metodologías de intervención.
Hoy en día se va a terapia por no ser feliz, por no ser exitoso, por no rendir en todo; así mismo, el terapeuta está obligado a la felicidad y al éxito, al rendimiento. No es de extrañar, entonces, la hermandad que se ha creado entre algunas disciplinas del saber y las narrativas empresariales que abogan por el emprendimiento, el empresarismo y la productividad.
Amparada en la Teoría Política, la filósofa Wendy Brown, en su libro titulado El Pueblo sin Atributos, plantea que el neoliberalismo estableció un nuevo orden normativo que tiene como racionalidad dominante la economía. Desde esa racionalidad neoliberal se construyen estados y personas sobre el modelo empresarial, donde el fundamento central es la maximización del valor, donde la rentabilidad aparece como nodo existencial. El discurso del amo, por consiguiente, demanda que cada sujeto sea un empresario de sí. La depresión aparece como síntoma subyacente ante la incapacidad real de cumplir con este flagelante discurso regulador de la realidad.
En ese orden de ideas, la depresión actual –concepto que curiosamente la psiquiatría comienza a usar luego de la segunda guerra mundial y que proviene esencialmente de la Economía (disminución continua de producción y consumo) y de la Geografía (caída de una zona de relieve que se encuentra a una altura menor a la de aquella región que la rodea)– surge como manifestación de incapacidad para estar a la altura de estas exigencias devenidas del discurso del amo, dicha incapacidad lleva al “hundimiento” del sujeto. Claramente, la depresión figura como la contracara de un sistema que, audazmente, trasfiere la culpa al incapaz y lo hunde en el sufrimiento, como ya lo mencionó Byung-Chul Han. Se diría pues que este síntoma psíquico es un paliativo más que valioso para el discurso dominante, debido a que el modelo neoliberal rentabiliza el rendimiento y ante cualquier falla condona su deuda con el mero padecer individual.
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