“Somos seres dóciles, dúctiles y disciplinables. Es por eso que el engaño y la manipulación se derraman cristalinamente ante nuestros ojos sin que la duda o la crítica logren aprehenderlos”.
Somos seres dóciles, dúctiles y disciplinables. Es por eso que el engaño y la manipulación se derraman cristalinamente ante nuestros ojos sin que la duda o la crítica logren aprehenderlos. Pasa en casi todas las dimensiones de la existencia humana. Claramente el ejercicio de la política es uno de los escenarios donde en mayor medida se engendra la manipulación, la estafa, el timo.
Hoy (puede que haya sucedido ayer, no lo recuerdo), el engaño trasciende las simples mentiras directas con las que se atrae el electorado, se utiliza hábilmente toda una puesta en escena para que el candidato dramatice el papel que mayor favorabilidad encuentre ante la distraída e incauta opinión pública. Las vertientes alternativas de la política colombiana están atestadas de estos caimanes, se les reconoce con facilidad, aunque con francos dotes hollywoodescos unos alcanzan a perfeccionar sus protagónicos y logran su propósito. Luego de ello se desbarata toda la estantería.
Esta fábrica productora de políticos “alternativos” cuenta con simplificados esquemas de mediana sofisticación criolla. Por un lado, está la imagen: el personaje debe ser jovial, cercano, informal, semejante a la clase media (ojalá despeinado y despreocupado de su apariencia física), que haga todo lo que puede hacer un don Pedro, una doña Martha, un Andrés, una Tatiana; por el otro lado, está el discurso: la narrativa es simple, los diálogos y libretos no requieren mayor sofisticación y mucho menos forzados niveles de erudición, se debe hablar como habla don Pedro, como se expresa doña Martha. Los discursos, por tanto, se apoyan en adjetivos sencillos, sonoros y pegajosos, en lugares comunes y en escuetas metáforas, posibilitando que el diestro personaje protagónico se ponga tope a tope (mentón a mentón) con el mismo Andrés, con la misma Tatiana.
Súmele a ese prefabricado montaje escenas que den a entender una ferviente defensa de las causas sociales (se requiere buscar las que estén en auge); póngale una o dos mascotas (ojalá adoptadas) y dos que tres montadas en bicicleta para que el populacho sepa que su candidato ya no es el enarbolado político con formalismo cachachos, que su candidato también suda y huele mal. Ahí lo tiene usted, listo para descollar, librado de pecados burgueses, un atractivo personaje “alternativo” que presume con suficiencia la festiva encarnación.
Esto no sería más que un insulso problema estético, salpicado de prejuicios, si no fuera porque este mismo persona protagónico, en la oscuridad del poder, tras bambalinas, gobierna y administra con los claros ropajes del autoritarismo, del nepotismo, de la corrupción, del desprecio y desgano por los problemas sociales, de la indiferencia por aquellos que arriba de las tablas optó por personificar. Lastimosamente para cuando el estafado público comienza a pestañar ya la fabulesca función ha terminado.
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