Petro va a ser el próximo presidente de Colombia. Cada día que pasa, y que nos acerca más a las elecciones, ratifico esa idea, ese desastre.
Como paliativo a lo anterior, después del mareo, digamos que ante una posible segunda vuelta, en la que Petro está fijo (regresan las ganas de vomitar), habría una oportunidad de derrotarlo. Sin embargo, ninguno de sus posibles rivales, de los que hoy se perfilan para intentar competirle, tiene la capacidad de generar consenso y unir a todas las fuerzas políticas.
Claro, se puede dar el todos contra Petro, y de acuerdo al rival funcionar. Arriesgado, pero en ese momento seguro la única salida viable.
Lo ideal es que Germán Vargas Lleras levante el brazo y se anime a ser candidato. Es el único con el conocimiento del Estado necesario para tomar las riendas del país y mitigar los problemas que afrontamos. Digo mitigar, no solucionar, porque este país no lo arregla nadie solo, sino la sociedad entera y comprometida, pero aquí ya sabemos que a muchos (la pandemia es la mejor radiografía) no les interesa que avancemos y que nos convirtamos en una mejor nación.
Lo de Vargas Lleras será tema para más adelante, pero ahí queda la inquietud.
Volviendo a Petro, si llega a la Casa de Nariño, recibirá un país en caos. Un caos, en mucha parte generado por él, que desde el 8 de agosto de 2018 no ha dejado ni un minuto de fomentar. En campaña permanente, como dirían los consultores, Petro ha estado cavando un profundo hueco de desolación, rabia y malestar en el corazón de sus simpatizantes. Repetir, repetir y repetir, porque algo les queda, que todo está mal y que él, que su Colombia Humana, es el bien que necesita el país.
Petro es la muestra clara de la oposición porque sí y porque no. Y es tan evidente, que ni siquiera un problema de talla mundial, una pandemia que a diario mata miles de personas, le permitió hacer una pausa en su rencor y en el fomento al odio de clases que bastante bien estudiado tiene desde su paso por el M-19. Ha seguido, ya sea desde Bogotá o Florencia -Italia, no Caquetá-, abriendo más la brecha y dejando claro que es el único, el salvador, el superhéroe que el país necesita. Lo peor, es que muchos le creen.
Y gobernará a placer, quién sabe si solo por cuatro años. Y digo a placer, porque quienes sean su oposición no tienen la capacidad de pagarle con la misma moneda, esa de convocar paros, protestas o marchas. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: hay que producir, independientemente, y mientras se pueda, de quien sea presidente.
Petro en lo público es socialista y en privado capitalista. Hoy, día de paro convocado por él, estará feliz desde su casa de varios miles de millones de pesos viendo cómo el vandalismo se apodera de las calles. Trinará desde su iPhone mientras se toma, quizás, un whisky 18 años. Él, tranquilo, verá el fruto de su esfuerzo de todos estos años materializarse y sonreirá con las arengas de los protestantes que reflejarán el inconformismo frente al gobierno. Capitalizará el descontento y dormirá feliz. No pensará en los miles de afectados que dejará la jornada de hoy y las que vienen si el paro es indefinido, porque no le importa, él necesita la coyuntura negativa y que la protesta sea lo más caótica posible.
Petro es el titiritero. Mueve los hilos de un montón de cuerpos sin cerebro que le sirven de tabla de resonancia para vomitar su retórica trasnochada.
El peligro es latente.
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