Las religiones hoy

Querámoslo o no, las religiones tienen un papel relevante dentro de nuestra sociedad. La mayoría de nosotros fuimos formados bajo preceptos cristianos, ya por costumbre familiar, por haber sido matriculados en un colegio confesional, por asistir semanalmente a las celebraciones dominicales, nuestros comportamientos morales, la concepción que tenemos sobre lo bueno y lo malo, nuestra relación con nosotros mismos y con los demás y la visión que tengamos del mundo se construyó sobre la piedra angular de la fe.

Desde nuestros orígenes, los seres humanos hemos buscado suplir nuestras limitaciones y dotar de significado nuestra existencia creando sistemas de creencias, los cuales intentan explicar los acontecimientos naturales y brindan la seguridad a sus adeptos que tendrán el beneplácito de la divinidad y alcanzar la transcendencia de su alma si cumplen con ciertos códigos de conducta. Estos sistemas surgen y mueren cada tanto tiempo, solo algunos logran sobrevivir, transformándose y complejizándose hasta llegar a las religiones que conocemos en la actualidad, que cuentan con cientos de millones de creyentes alrededor del planeta. Parece que, tanto en occidente como en oriente, los seres humanos no podemos deshacernos a cabalidad de los argumentos teistas para orientar nuestras vidas.

La historia ha demostrado que todas las religiones se han valido del prestigio que gozan y del respaldo popular que tienen para apoyar de cuando en vez, solapadamente, causas mezquinas. Basta recordar que el cristianismo durante siglos se ha alejado del mensaje redentor de su fundador, pasando por las cruzadas y la inquisición, ha bendecido regímenes opresores, patrocinado persecuciones y protegido criminales. En los últimos años se ha empeñado en combatir la autonomía reproductiva de las mujeres; el uso del condón y los métodos anticonceptivos; las uniones civiles de parejas homosexuales; el derecho a morir dignamente; las segundas nupcias de divorciados y otras tantas luchas por la igualdad plena que buscan las minorías. Evidentemente, en estas cuestiones se ha manejado siempre un doble rasero, pues no han combatido con el mismo ahinco los escándalos internos de corrupción y las denuncias de abusos sexuales a menores que pululan tanto en la iglesia católica como en las iglesias protestantes.

De otro lado, hay que reconocer la labor de otros tantos que buscan volver a la esencia del mensaje evangélico, entre ellos Francisco de Asís con su predicación de sobre la pobreza del clero; Teresa de Jesús, Hildegarda de Bingen y Sor Juana Inés de la Cruz con la reivindicación que hicieron de la posición de la mujer al interior de la iglesia y de la sociedad; en nuestro contexto latinoamericano reciente, la predicación valiente de monseñor Oscar Arnulfo Romero y monseñor Jesús Emilio Jaramillo que exigían a los gobiernos de El Salvador y Colombia, respectivamente, que atendieran los reclamos de la población más vulnerable y les garantizasen sus derechos más elementales, lo que les costó la vida. Hace pocas semanas fuimos testigos de la tenacidad de la hermana Ann Rose Un Tawng que, en medio de una revuelta, fue capaz de arrodillarse frente al ejército de Myanmar para impedir que disparasen contra los manifestantes.

A la lista anterior podríamos añadir también el nombre del papa Francisco. Este argentino fue elegido para renovar la imagen de la iglesia y ha actuado en consecuencia, su pontificado ha estado marcado por mensajes sencillos, pero cargado de signos transgresores. Quizá el último de estos fue la visita que realizo a Irak en el mes de marzo, Francisco llego a un país en ruinas, devorado por la guerra y la corrupción, donde los cristianos son una minoría, en medio de un contexto político y religioso que, por decirlo menos, es hostil y que ha llevado a fracturar toda la estructura social iraquí. De allí la relevancia que un líder religioso de talla internacional caminase por sus calles, hablase con su gente y les llevase un mensaje de paz y reconciliación.

Podríamos decir que este viaje del jesuita con nombre franciscano fue la puesta en práctica de su última encíclica Fratelli Tutti, donde apela por una fraternidad global y denuncia los pecados de este mundo globalizado y capitalista que parece ir sin rumbo y que ha fomentado en nuestra sociedad la cultura del descarte de aquellos que son más vulnerables. Estas lógicas del mercado nos han encerrado en nosotros mismos, solo importa el bienestar individual y este va siempre en detrimento del colectivo, de allí germinan todas las desigualdades que padecemos: la corrupción, la pobreza, la violencia, el hambre, las múltiples formas de injusticias, la desescolarización, la falta de oportunidades de empleo, la discriminación, los fanatismos nacionalistas y religiosos, la crisis ecológica, las guerras… Estas sombras densas que se han agravado durante esta pandemia del Covid-19 no pueden seguir siendo ignoradas por nosotros, más cuando causan tanto dolor. Debemos actuar y hacerlo pronto.

Precisamente por lo anterior, intentar subsanar todos estos males que aqueja a la humanidad debería ser la misión fundamental de las distintas religiones hoy. La etimología latina del término religión (religare) refiere a aquello que amarra, que une lo que está dividido, por ello, en sociedades fragmentadas por el odio, la violencia y la muerte, los creyentes, con sus actitudes y discursos, no deberían contribuir a profundizar estos dramas, sino que, por el contrario, deberían ser los primeros en llevar esperanza, fomentar espacios de reconciliación, sanar las heridas de tantos que sufren y que han sido lastimados también por malinterpretaciones de textos sagrados y rigorismos religiosos. Si en verdad el amor es aquello en lo que coinciden todas las religiones, su lucha por el reconocimiento de la dignidad, la igualdad y la libertad de cada ser humano definirá la convicción real de sus adeptos a sus doctrinas. En ultimas, en medio de nuestra diversidad, somos iguales, somos hermanos.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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