La mayor virtud de los trabajadores antioqueños, que los hace tan buenos trabajadores, es su obediencia. Al trabajador antioqueño se le distingue de otros por su sumisión; ése es su orgullo, pero de vez en cuando hace falta recordárselos.
Ante el ligero incremento reciente de las luchas sociales en Colombia, los patrones de diferentes empresas del sur del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, empresarios paisas, han sentido una gota de sudor frío (sólo una) que les corre por la frente y han reaccionado velozmente.
Para jalar la correa de sus empleados, han respondido con una campaña de propaganda patronal que consiste en dos cosas: sacar a los obreros un ratico, de vez en cuando, a la Avenida Regional para que canten hurras al empresario que los explota y maldiciones contra sus semejantes que se atreven a participar de una marcha: ¡No más paro, queremos trabajar! Y poner vallas a lo largo de la zona industrial al sur de Medellín.
Dos cosas resultan especialmente interesantes sobre esto: que sean directamente los empresarios y sus empleados quienes lo hacen, no limitándose a sus representantes políticos uribistas de quienes cuelgan pendones en época de elecciones, lo que puede significar que están quemando las naves. Entre otras cosas, estas empresas son orientadas políticamente por la fracción mafiosa del Centro Democrático, a cuyos dirigentes (Paola Holguín, Margarita Restrepo, Alfredo Ramos, etc.) invitan para hablarle a los empleados sobre los peligros del socialismo. En segundo lugar, sobresale la falta de pudor al poner las vallas de la propaganda patronal en la EAFIT, sin respetar su habitual mímica de universidad independiente, aún cuando objetivamente es el centro de pensamiento del Grupo Empresarial Antioqueño, espacio dedicado a formar sus cuadros.
Desde mi perspectiva, lo importante es hacer algo para aguzar a obreros paisas y que se enteren de que los está velando. Vean ustedes, señores obreros, lo qué hay tras los nobles mensajes de sus patrones:
“La empresa es de todos, la empresa somos todos”, dice una de las pancartas. Ciertamente las empresas no son de todos; son del dueño y esto no se puede perder de vista, lo que sí es cierto es que el trabajo en las empresas lo hacen los empleados, pero la ganancia pertenece sólo a los patrones. El dueño decide a quién contrata y a quién no, cómo organiza la producción, cómo se visten, cómo hablan y hasta cómo piensas sus trabajadores. El dueño o los dueños tienen los “derechos de propiedad” sobre la empresa, es decir, el Estado les garantiza esa propiedad incluso si riñe con la vida de los trabajadores.
Más allá de evidenciar la falsedad de la arenga patronal, lo interesante es pensar porque el jefe quiere que sus trabajadores y la sociedad tengan esa idea, aunque falsa, siempre presente.
Los empresarios paisas no se han vuelto comunistas, como podría inferirse con eso de que “las empresas son de todos”, en realidad, el mensaje tiene por objeto borrar de la conciencia de la gente las desigualdades sociales en las que se basa toda empresa capitalista: ustedes trabajan y yo me apropio del fruto de su trabajo. Cuando los trabajadores creen que la empresa es de ellos y que son valorados en ella eso los vuelve impotentes, los castra porque anula su capacidad de protestar, de quejarse y en últimas de parar la empresa, como principal mecanismo para mejorar su vida, conquistando así el empresario paisa un ambiente sin quejas, sin protestas, favorable a sus negocios. “La empresa somos todos” pero sólo los trabajadores son desechables como cualquier herramienta; sale uno y entra otro sin remordimiento.
Veamos ahora otra de las consigas que hacen parte de esta campaña de propaganda patronal: “Mi empresa, mi familia”. Muchas empresas alrededor del mundo, según las particularidades históricas, son negocios de familia y otras no ¿qué gana entonces el empresario paisa diciéndole a sus trabajadores que la empresa es como una familia? La respuesta, en una palabra, es obediencia. Se le obedece al cura por temor a dios, al médico por la creencia en su ciencia, al policía por la autoridad que le da el Estado, y al jefe porque posee los medios para la producción y reproducción de la vida material que el asalariado necesita. Pero el empresario antioqueño del sur de Valle de Aburrá quiere que la sociedad, y en especial los trabajadores, le obedezcan por otra razón.
Y ahí está la magia escondida: si la empresa es como una familia el patrón viene siendo el papá y los trabajadores los hijos. Al padre de familia se le obedece por el misticismo de la sangre, su autoridad se la da la naturaleza y por lo tanto es incuestionable, él sabe lo que es bueno para todos; al contrario, sus hijos no saben lo que les conviene (son incapaces de pensar por sí mismos) y por eso deben ser siempre dirigidos por el papá-patrón. Así, el empresario antioqueño convence a los empleados (y a la sociedad) de que la relación de desigualdad social que hay entre ellos no es social (y por lo tanto transformable) sino natural y conveniente.
Asemejar a la empresa con la familia permite algo más al patrón. Por la familia se hacen sacrificios máximos, a la familia se le debe una lealtad sobrenatural, casi independientemente de la calidad de las relaciones entre sus miembros. Ésta es la escondida exigencia de obediencia abnegada, tras un simple cartel de “Mi familia, mi empresa”. Si el primer mensaje anulaba cualquier animo de protesta, este lleva al trabajador a hacer sacrificios por su explotador.
Miren ahora, señores proletarios antioqueños, una tercera consigna patronal de esta campaña: “Empresa igual desarrollo y orgullo del país”. Aquí la demanda de obediencia llega a su punto máximo. Sin poder discutir la cuestión del desarrollo, digamos que, comparativamente hablando, en Colombia la clase empresarial nunca se ha visto afectada seriamente por la movilización obrera o popular, a pesar de ello, el estado de atraso de la sociedad y la economía colombiana es hondo, así que cuando los empresarios hablan de “desarrollo” se refieren al suyo propio, no al de los trabajadores o al del conjunto de la sociedad. Hacer creer que su éxito como empresarios es el éxito de la sociedad, significa que los patrones creen que la sociedad se reduce a ellos, o si acaso al Estado que tienen como herramienta para garantizar sus intereses. En realidad, quienes crean la riqueza son los trabajadores y esto no lo pueden olvidar ustedes señores proletarios.
Más interesante es la segunda parte, sobre el orgullo. En este punto, después de que se ha anulado la protesta de los trabajadores, se les han exigido total obediencia y sacrificio hacia el patrón y la empresa, ahora se les dice que deben sentir orgullo de ser explotados y no sólo ustedes, sino que ¡toda la sociedad debe sentir orgullo nacional por la explotación de sus trabajadores!
Tanto así, señores trabajadores paisas, es lo que está detrás de las nobles pancartas que sus patronos les pidieron colgar en las fachadas de la empresa: jalar la correa del perro o apretar el estribo de la mula, para que no se suelte y salga corriendo lejos de los juetazos.
Replicarán algunos: “no todos los trabajadores paisas son así; hay también rebeldía”. Esto es objetivamente cierto, pero el problema que aquí se plantea es la subalternidad de los obreros antioqueños. Los patrones en Antioquia cuentan con poderosos mecanismos de violencia o coerción contra sus trabajadores: en época de elecciones y bajo amenaza de despido vigilan cómo votan tomando la cédula y los datos públicos de la registraduría: puesto, mesa de votación y contrastan con la cantidad de votos del candidato patronal. Amenazan y desmantelan sindicatos, despiden ante el menor gesto de altanería (o dignidad) y nunca olvidan exigir de sus trabajadores el agradecimiento por el puestico. Estaremos, entonces, de acuerdo en que el trabajador antioqueño no es subalterno por naturaleza, sino en parte de manera forzada.
El camino del proletariado antioqueño no es otro que sumarse masivamente a las movilizaciones que están teniendo lugar, luchar aguerridamente por sus sindicatos y parar la producción de las empresas hasta que sus demandas sean conquistas; en otras palabras, aguzarse porque los están velando. Los obreros de la construcción hacen palacios para otros, pero viven en arriendo, los trabajadores textileros son esclavos de la máquina y en los call-center media jornada son 7 horas. Agradecer y sacar pecho por todo esto sólo les asegura una vida entera en las mismas, después de todo ¿por qué cambiar algo si los trabajadores están tan contentos?
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