Carolina se despertó hoy temprano, abrió los ojos y el peso de sus problemas le cayó nuevamente en los hombros. La imagen de la prueba que indicaba que estaba embarazada, no se borraba ni un segundo de su mente. Sabiendo que su pareja, un hombre machista e irresponsable, no la apoyaría en ninguna decisión que tomara al respecto, y recordando que probablemente no podría darle siquiera lo básico a su propio hijo, reafirmó su idea de abortar. Ahora solo quedaba escoger la opción más adecuada, o mejor, la menos inadecuada. Sabía que de cualquier forma, no podría hacerlo en un centro de salud, en condiciones apropiadas de sanidad, ni bajo la supervisión de un profesional. Gracias a la Ley, esa que hacen los de saco y corbata, tendría que arriesgar su vida, irónicamente, para poder seguir viviendo. Y todo por no poder económica, mental ni socialmente seguir la obligación desconsiderada que impone el Estado colombiano a sus ciudadanas: la obligación de ser madres.
La legislación sobre aborto, es una clara muestra de que la norma colombiana no está diseñada pensando en las necesidades reales que tiene el sexo femenino al interior de un país con problemáticas tan complejas como este. Y que además le concede, en relación a la paternidad, muchos más deberes camuflados en unas cuantas leyes, que al sexo masculino.
El Código Penal, señala en su artículo 122 que “La mujer que causare su aborto o permitiere que otro se lo cause, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a cincuenta y cuatro (54) meses”. Sin embargo, no existe ninguna regulación en la que el Estado se comprometa a garantizar la calidad de vida de la madre, que siguiendo “cívicamente” la norma penal, abandone la idea de abortar, y decida, aún en las condiciones extremas en las que viven un buen número de mujeres en Colombia, continuar con su embarazo. Tampoco existe una regulación que obligue a los padres de esos seres humanos en gestación, a responsabilizarse con la crianza y educación de los mismos; o que indique que la responsabilidad frente al embarazo es igual para ambos sexos.
Afortunadamente las cosas han variado un poco en los últimos años. La sentencia c-355 de 2006 de la Corte Constitucional especifica que “en el entendido que no se incurre en delito de aborto, cuando con la voluntad de la mujer, la interrupción del embarazo se produzca en los siguientes casos: (i) Cuando la continuación del embarazo constituya peligro para la vida o la salud de la mujer, certificada por un médico; (ii) Cuando exista grave malformación del feto que haga inviable su vida, certificada por un médico; y, (iii) Cuando el embarazo sea el resultado de una conducta, debidamente denunciada, constitutiva de acceso carnal o acto sexual sin consentimiento, abusivo o de inseminación artificial o transferencia de óvulo fecundado no consentidas , o de incesto”.
Si bien la sentencia citada es alentadora para algunos, no se puede desconocer que no solo las madres cuyos casos coinciden con los reseñados, se ven en la necesidad de abortar, y mucho menos que todas las que se encuentran en las situaciones bajo las cuales es posible hacerlo, finalmente lo consiguen. La realidad es que nuestro sistema de salud tiene los suficientes vacíos, como para que EPS, médicos, psicólogos y abogados interpongan tantos obstáculos a las mujeres que buscan interrumpir voluntariamente su embarazo a la luz de la ley, que estas finalmente no pueden hacerlo porque su embarazo ha avanzado lo suficiente para que no sea posible.
Por su parte, un buen número de detractores, buscan que se vuelva a penalizar el aborto en todos los casos, como una supuesta “defensa del derecho a la vida”, como si la vida de los seres humanos se midiera en términos estrictamente biológicos. ¿Acaso la mujer que se ve en la necesidad de abortar no tiene también una vida?
Si se miran detenidamente las estadísticas, es posible concluir, sin demasiada dificultad, que la penalización del aborto no solo constituye una intromisión abusiva del Estado en la intimidad y la libertad de decisión de la mujer sobre su propio cuerpo, sino que además, es un atentado directo contra su vida. En países donde el aborto ha sido despenalizado, las cifras de mortalidad materna se reducen drásticamente a raíz del cambio normativo. De hecho recientemente, el Ministro de Salud Pública de Uruguay, (país donde hace poco se despenalizó esta práctica), señaló que entre diciembre de 2012 y mayo de 2013, no hubo ni una sola muerte materna por causa del aborto en el país. Esto sucede gracias a que su despenalización permite a las mujeres realizarlo en las condiciones apropiadas, bajo las indicaciones de profesionales de la salud, y con los recursos médicos necesarios, hecho que sin duda tiene un costo inferior para el sistema de salud, que el tratamiento de las complicaciones de un aborto realizado en la clandestinidad.
Lo anterior no significa que las cifras de mujeres que abortan suba como consecuencia de la despenalización. Como lo señala, Florence Thomas, reconocida defensora de los derechos de las mujeres, en su libro “Había que decirlo”, una mujer no aborta por gusto, como más de una persona cruel y desubicada cree. De hecho, como lo demuestra la autora, es un hecho tan traumático que ninguna mujer querría repetir. Por esta razón, afirmar que la despenalización del aborto en todos los casos da pie a que las mujeres se conviertan en seres libertinos que van a despreciar los métodos anticonceptivos y se van a disponer a abortar todas las veces que sea necesario para librarse de sus responsabilidades, es absurdo.
Con todo lo dicho, no queda más que concluir que el escenario para las mujeres en Colombia parece ser siempre el mismo: la segregación cambia de forma, pero nunca desaparece. Aun hoy, cuando la legislación le ha concedido los mismos derechos civiles y políticos a ambos sexos, es inevitable encontrar apartes de esta, en donde se asignan deberes a la mujer en razón de su posibilidad de ser madre, como si fuera la única involucrada, como si el sexo masculino no tuviera ninguna responsabilidad al respecto.
“Me duele una mujer en todo el cuerpo” escribió Jorge Luis Borges algún día, y aunque seguramente no se refería al tema aquí tratado, no hay frase más precisa para describir el sentimiento de indignación que para algunos es inevitable sentir cuando algún detractor desinformado habla del aborto como si la mujer fuera un simple transporte para la vida, de cuyo destino todos se sienten autorizados a opinar.
Permíteme felicitarte y alegrarme. No es vano lo que hemos hecho y dicho muchos. Hemos de crear condiciones para el desarrollo liberal. Un abrazo
Nadie nos obliga a ser madres a menos que seamos violadas, , lo que tenemos que hacer es vernos obligadas a PLANIFICAR, PERO NO CON ABORTOS…
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