“El orden internacional está bajo un ataque coordinado que, porque se cuida de no cruzar ciertas líneas, no cataliza una respuesta definitiva y al mismo tiempo pone en duda la voluntad política de EEUU a tomar acción.”
Hace un siglo las naciones europeas acababan de salir de una guerra tan extendida y destructiva que se ganó el título de Guerra Mundial. Las siguientes décadas llevaron a un nuevo conflicto que increíblemente superó al anterior. En ambos participó una coalición de países que buscaron preservar una forma de vida basada en elecciones, libre comercio y balance de poderes contra regímenes infectados de totalitarismos que probaron ser muy virulentos, como el imperialismo y el nacionalismo. EE.UU. participó de forma decisiva en ambos conflictos a favor de la democracia liberal. Con todo, al terminar este periodo de inmensas guerras, surgió una nueva amenaza totalitaria que, como los enemigos anteriores, tenía carácter expansivo: el comunismo, liderado por la Unión Soviética. EE.UU. tomó las riendas del lado contrario. Esto catalizó una división de bandos que batallaron alrededor del mundo, aunque nunca directamente entre las superpotencias. Para los años 80, el monolito comunista se desmoronó bajo su propio peso y los americanos observaron desde la cima. Muchos repitieron la formulación de Francis Fukuyama que era el “fin de la historia”, queriendo decir que el liberalismo había triunfado en la guerra ideológica de forma definitiva. Pero la historia no se detiene.
Con el auge estadounidense vino el liberalismo internacional. Ya no la misma democracia que el Imperio Ateniense exportó al resto de Grecia hace 2,400 años, que se basaba más que nada en la participación del ciudadano en los asuntos de Estado, sino una democracia liberal, en donde el Estado ya no es sólo la expresión del pueblo, sino su servidor. Los derechos no son permisos de un monarca o señor feudal que está por encima de la persona común, sino que ahora todos son ciudadanos de igual categoría y, por ende, soberanos. En el liberalismo, es la persona común la que legitima al Estado y no al revés. Justamente, una superpotencia no se hace sólo en términos de poder militar y económico, sino que debe poseer lo que se conoce como poder blando: el poder de las ideas. EE.UU. surge de la Guerra Fría promoviendo un modelo, la democracia liberal, como la máxima forma de gobierno para garantizar la fundamental libertad de cada individuo. Con todas sus incontables fallas, el mundo ha avanzado indiscutiblemente en términos de riqueza, expectativa de vida, reducción de pobreza extrema y desarrollo educativo, tecnológico y científico. Europa no sólo no ha vuelto a arrastrar al mundo a un caos militar, sino que yace integrada bajo una Unión Europea con instituciones políticas supranacionales dedicadas a cultivar democracias liberales. En el resto del mundo, instituciones multilaterales están combatiendo en tiempo real contra los males humanos, heredados unos y ocasionados otros, por el sistema.
El primer impacto a este modelo llegó en septiembre 11, 2001. El grupo terrorista Al-Qaeda tomó el control de cuatro aviones comerciales y los usó como misiles. Un error de inteligencia reminiscente al Ataque a Pearl Harbor que llevó a EEUU a entrar en la Segunda Guerra Mundial. Con cerca de 3,000 muertes y 25,000 heridos, el 9/11 fue el ataque terrorista más letal de toda la historia humana y fue contra la única superpotencia militar, económica e ideológica del mundo. Esta fue la primera vez que el Artículo 5 de la OTAN fue invocado: un ataque sobre uno es un ataque sobre todos. La reacción desencadenó largos conflictos y la creación de una inmensa infraestructura de vigilancia masiva. Esta guerra contra el terrorismo islámico sigue en pie. Hace no mucho el Estado Islámico aún llegaba a las primeras planas.
El segundo impacto fue la Gran Recesión de 2007-2009. Esta crisis financiera reveló una serie de vulnerabilidades incrustadas en el sistema financiero que llevó a una cadena de recesiones en las economías democráticas. Uno de los países que mejor sobrellevaron esta crisis fue China, que pudo mantener su crecimiento y salió sin mayores heridas económicas. Rusia, empeñado en prevenir la persistente expansión de la OTAN, cuyas provisiones previenen a países con conflictos activos de unirse, invadió Georgia en 2008 mientras EE.UU. se encontraba en las arenas movedizas de Medio Oriente. En los siguientes años, China comenzó a practicar una diplomacia más asertiva. En el mar del Sur de China un sofisticado sistema de defensa militar fue instalado junto con una campaña de construcción de islas artificiales que violaban las zonas marítimas de sus vecinos. Con la subida al poder de Xi Jinping en 2013, China se volvió más agresiva y nacionalista. Otro potencial miembro de la OTAN, Ucrania, fue invadido por Rusia en 2014, creando otra barrera contra la expansión de la alianza. Hong Kong, que por acuerdo internacional debía permanecer autónomo hasta 2047, está bajo asedio del Partido Comunista. Los aliados americanos del Asia-Pacífico se están enfrentando a la expansión nacionalista de la segunda economía del mundo.
Estas estrategias militares de las llamadas potencias revisionistas, junto con sofisticadas campañas de desinformación, están diseñadas para crear una duda sistémica. Por un lado, están sembrando incertidumbre en los aliados estadounidenses de si el poder hegemónico realmente está dispuesto a defenderlos. ¿Por ejemplo, entraría EEUU en una guerra contra Rusia por un país báltico o contra China por Taiwán? Por otro lado, están minando la confianza de la sociedad civil en las instituciones que forman la base de sus gobiernos democráticos. ¿Por ejemplo, que sucedería si el presidente estadounidense buscando reelección decide no reconocer el resultado, dispensando masivamente desinformación de fraude? La animosidad del presidente actual a sus propias instituciones y su voluntad de estar del lado autoritario es histórica. Vale la pena recordar la cumbre en Helsinki de julio 2018, cuando Trump anunció junto a Putin, presidente de Rusia, que el FBI estaba equivocado y que Rusia no había interferido en sus elecciones.
Miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Rusia y China buscan al mismo tiempo corromper esta y otras instituciones internacionales, así como han empezado a emular instituciones supranacionales para establecer bloques económicos regionales propios. Es decir, el orden internacional está bajo un ataque coordinado que, porque se cuida de no cruzar ciertas líneas, no cataliza una respuesta definitiva y al mismo tiempo pone en duda la voluntad política de EE.UU. a tomar acción. El sucesor de Obama debía tomar las riendas del liberalismo internacional y revitalizar los compromisos que se habían hecho desde la posguerra para preservar un mundo libre. En el contencioso panorama de las elecciones de 2016, sube Donald Trump a la presidencia con el eslogan “America First.”
Hoy estamos en pleno tercer impacto. La pandemia de COVID-19 ha logrado empeorar una situación que era difícil imaginar más complicada. El liberalismo internacional se vio golpeado operacionalmente cuando las cadenas de valor del mundo empezaron a colapsar. El desarrollo económico cayó en gran parte del mundo, junto con un incremento de sufrimiento y miseria en poblaciones vulnerables. Como en 2008, China ha logrado preservar su crecimiento económico por encima del resto. Se oye cada vez más admiración por el desempeño de los gobiernos autoritarios en manejar la crisis frente a los democráticos, siendo los primeros más ágiles para someter rápidamente a sus poblaciones. El presidente del instituto de investigación Freedom House, que lleva midiendo el deterioro del modelo democrático en las relaciones internacionales de la última década, dijo “Lo que comenzó como una crisis de salud mundial se ha convertido parte de la crisis democrática mundial.”
Los comicios presidenciales están en marcha en Estados Unidos. Para la reelección está Donald Trump, cuyo primer mandato estuvo lleno de xenofobia, anti-liberalismo, desinformación y cuestionamientos de la legitimidad de las instituciones nacidas del compromiso de la posguerra, como la ONU y la OTAN. En Europa temen que un segundo periodo de Trump signifique la salida de EE.UU. de la alianza euro-atlántica. No todos quieren esperar al final. Emmanuel Macron considera que, sin el histórico apoyo estadounidense, la Unión Europea está “al borde del precipicio.” El presidente francés quiere una Unión Europea independiente y soberana, un objetivo compartido con el régimen ruso, que hace años busca formar parte de un nuevo bloque militar europeo, independiente de EE.UU., basado en relaciones de poder en lugar de valores. En el Asia-Pacífico, Trump subió al poder rechazando el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, cuyo propósito era unificar los mercados de una serie de países de América Latina y Asia como contrapeso a la expansión china.
Antes un polo de estabilidad, EE.UU. ha hecho poco para mitigar el conflicto entre sus aliados, incurriendo también en sus propias disputas, demandando cobrar más por estacionar tropas americanas alrededor del mundo. El presidente ha tomado una postura diplomática transaccional, alejada de los valores que se supone representa el país, en donde exige servicios a cambio de protección militar. El caso más ilustrativo de este fenómeno se dio cuando Trump ofreció a Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, un paquete de ayuda a cambio de hacer caer a Hunter Biden, hijo del candidato demócrata que tiene negocios en ese país, así como apuntalar que los ataques informáticos al Comité Nacional Demócrata durante las elecciones de 2016 no fueron interferencia del gobierno ruso. Este vergonzoso abuso de poder para fines de persecución política fue tan solo una de las razones por las que la cámara baja del Congreso de los Estados Unidos inició un proceso de destitución contra el presidente, aunque este haya sido absuelto por una pequeña minoría en el Senado de acuerdo a líneas partidistas. ¿Es este el líder que revitalizará el liberalismo internacional frente a las potencias revisionistas y rupturas internas anti-democráticas?
Sea quien sea que tome las riendas de EE.UU. a partir de 2021, tendrá en sus manos el futuro del modelo de democracia liberal en el mundo. El presidente tendrá que lidiar con el desafío autoritario, que está ganando tracción, recuperarse con prontitud de la crisis de la pandemia y retornar a las alturas del comando de los aliados, todo a tiempo antes de que venga otra elección presidencial. Todas las naciones del mundo tienen sus ojos en las elecciones del llamado “líder del mundo libre,” una vez más.
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