Amanda nos lo ha recordado con su sonrisa ancha y la lluvia en el pelo. Ha sido una de las 5 millones, novecientas mil personas que votaron ‘sí’ en Chile a la pregunta «¿Quiere usted una nueva Constitución?» Enfrente, 1.600.000 que votaron que no. Muchos, beneficiarios del gobierno de las casitas altas, con rejas y antejardin y una preciosa entrada de autos esperando un Peugeot.
Otros, rehenes todavía del miedo. Cuando golpeas a un país, el miedo se mete por dentro. Sobre todo a los mayores. Pero ha vencido el coraje. El 78% frente al 22% de la población ha votado avanzar. Otro tanto hizo lo mismo para que la asamblea que escriba la nueva constitución nazca del pueblo y no estén presentes los asambleístas actuales. El pueblo con el alma llena de banderas.
La Constitución chilena de 1980 estaba hecha a medida de las exigencias de los economistas chilenos formados en la Escuela de Chicago con Milton Friedman. Cuando el golpe de 1973 contra la Unidad Popular de Allende, el shock que produjo la enorme violencia fue aprovechado para privatizar casi toda la riqueza del país, salvo el cobre, porque los militares querían seguir cobrando. Chile se convirtió en el escaparate del Fondo Monetario Internacional.
Por supuesto, fue el momento de aplicar uno de los principios neoliberales de los llamados «chicago boys»: los sindicatos entorpecen el funcionamiento, así que lo mejor es prohibirlos. Educación privada, sanidad privada, pensiones privadas, universidades privadas, transportes privados, mercados desregulados, venta del país a las empresas multinacionales. La única manera de vivir en Chile era endeudándose. Duerme duerme negrito.
Como en todas las dictaduras, después de la represión vino la calma. Es decir, que ya no hacía falta seguir fusilando. La Constitución de 1980 iba a dar apariencia legal a un acto nacido del crimen. Jaime Guzmán, el artífice de la Constitución de Pinochet, era un fascista neoliberal que siempre vio con buenos ojos la ejecución extrajudicial de miles de chilenos. Él después sería ejecutado extrajudicialmente. Jaime Guzmán dice que aprendió cosas de España. De lo peor, claro. No le gustó que la Constitución Española de 1978 desmontase las bases políticas del franquismo, aunque dejara intactas las estructuras económicas. El empuje popular logró algunas cosas y fracasó en otras. La correlación de debilidades de la que habló Vázquez Montalbán.
Para evitar que pasara algo similar en Chile, Guzmán se propuso blindar la Constitución del país para que, en caso de que hubiera un cambio en la correlación de fuerzas, la reforma de los aspectos sustanciales fuera inviable. El modelo neoliberal no se tocaba. Pero las desigualdades que genera el neoliberalismo terminaron por estallar. El escaparate del FMI estallaba y detrás de su vitrina solo había desolación. La subida de los precios del transporte en octubre de 2019 desbordó la paciencia de los jóvenes que cantaron: no son 30 pesos, son 30 años.
Sebastián Piñera, el dirigente que ha acompañado al genocidio de líderes sindicales en la Colombia de Iván Duque, el que buscó el derrocamiento de Maduro sumándose a farsas como la de Cúcuta, el títere que apoya a Trump y Bolsonaro, buscó una respuesta a la altura de su indignidad: aprobar en Estado de emergencia que disparaba a los ojos de los jóvenes para que no vieran lo que estaba pasando y tiraba a los adolescentes de los puentes para que no cruzaran a ningún lado.
El pueblo va a elegir directamente a 155 personas, la mitad hombres y la mitad mujeres, para que formen la Asamblea que redacte la Constitución. No van a estar ahí, sin que sean votados, los asambleístas herederos del pinochetismo. El proyecto constitucional nacerá de ese nuevo Chile que se ha expresado en las calles.
En el Preámbulo de la nueva Constitución, que es donde se escribe la esperanza del nuevo contrato, hablarán, seguro, de alamedas abiertas y del compromiso con la igualdad, la libertad y la fraternidad. Esas que quemaron las manos asesinas, y dirán que el pueblo chileno se ha levantado de su ruina y que en todo nuestro desprecio, y en esta votación histórica, ya están pagando su culpa los traidores.
Chile se ha acordado de Amanda, amiga de una indígena chola de Bolivia que acaba de echar a los golpistas de su país, y en el recuerdo no faltará Milagros Sala de Argentina y tampoco Gloria Ocampo de Colombia ni la hermana de Honduras Berta Cáceres. Pronto se juntarán en el recuerdo y en la acción con Manolita Sáez y Paola Pabón de Ecuador, cuyos ejemplos van a devolver al basurero de la historia a Lenín Moreno por traicionar al pueblo, y se juntarán estas mujeres alegres con una mujer negra de Detroit que dice que los asuntos de los negros importan y que por eso van a echar a Trump, y no faltará a la cita la sonrisa de Marielle y las manos de Manuela D’Avila para echar a Bolsonaro y a sus felonías contra los humildes.
Deben de andar llorando en Davos. Esas lágrimas de la derrota del neoliberalismo. La calle mojada en Santiago y en Valparaíso.
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