Publicó El Espectador este domingo una entrevista de la profesora de la Universidad de los Andes Constanza Castro Benavides a Federico Finchelstein y Pablo Piccato, profesores de la New School of Social Research y la Universidad de Columbia, intitulada “¿Tiene sentido hablar de fascismo en Colombia?”. Iniciando con la introducción obligada, esto es, una alusión a “Los orígenes del totalitarismo” de Hanna Arendt, con diplomacia intelectualoide y con peticiones de principio (afirmaciones nunca explicadas como esta: “Después de 20 años en el poder, los sucesivos gobiernos del Centro Democrático han demostrado su talante autoritario”), la pieza periodística se aleja del pretendido rigor académico para volverse panfletaria cuando omite que el comunismo es otra forma de totalitarismo, y cuando recurre a declaraciones incendiarias -“[h]ace unas semanas, a propósito de los asesinatos de 14 personas por la Policía”- que anteceden a la indagación de si en el llamado del expresidente Uribe a ejercer autoridad están “los elementos de la xenofobia de partido, la creación del enemigo interno y la militarización de la política”.
La publicación coincide con la minga que partió del Cauca y hoy, mientras escribo, recorre Bogotá. Entre reclamos al Gobierno Nacional que desconocen que ha asignado más de medio billón de pesos para cumplir compromisos asumidos con los indígenas del Suroccidente colombiano o ignoran las dificultades intrínsecas para implementar a cabalidad esos acuerdos -dificultades agravadas por la pandemia del COVID-19 y los grupos armados ilegales que se financian con el negocio de las drogas ilícitas para asesinar colombianos, incluso indígenas- se filtra el discurso de odio de quienes, en teoría, combaten las “mentiras fascistas” a que se refiere el artículo de El Espectador, pero, en realidad, se valen de ellas.
Porque de la minga, tristemente, se aprovechan agitadores profesionales, supuestos humanistas y políticos decentes que apelan a la exageración y la mentira sistemática, el pesimismo cultural y la prédica antisistema que sataniza el progreso para estigmatizar a sus contradictores. Dos incidentes son dicientes.
Por un lado, Claudia López, quien se dedica más a su campaña que a administrar, sostuvo el fin de semana que el Uribismo solo defiende las marchas para defender a un “presidiario” pero se opone a una manifestación para defender los derechos de todos. La falsedad es enorme. Primero, porque el Uribismo es un movimiento democrático y liberal que defiende y cree con profunda convicción en la protesta pacífica, libre y pública, razón por la cual también se ve obligado a denunciar la infiltración de la violencia –pierden de vista algunos que la primera en advertir la infiltración de la minga por disidencias de FARC fue la revista Semana. Segundo, porque controvertir con la minga no equivale a impedirle ejercer sus derechos sino a vivir el debate democrático. Tercero, porque pedirle a los manifestantes actuar responsablemente en medio de la pandemia del COVID-19 aplicando los protocolos de bioseguridad es lo correcto para proteger la vida y la salud pública –no puede olvidarse que Claudia López inicialmente hizo política con las marchas de hace unos meses en la capital de la República, y luego tuvo que lamentar lo que antes había anunciado el Gobierno Nacional: las aglomeraciones de manifestantes dispararían los casos de la enfermedad, como en efecto ocurrió. Cuarto, porque Álvaro Uribe no es un presidiario: él no es una persona que cumpla en presidio una condena porque nunca ha sido condenado de delito alguno. Y quinto, porque manifestarse por la presunción de inocencia, el debido proceso, el buen nombre y la reputación, la privacidad y la intimidad de un hombre es manifestarse por derechos de todos.
Por otro, una pancarta que acompaña a la minga dice “es necesario que Uribe muera”, imagen replicada por Gustavo Petro ayer por Twitter y apenas rechazada por Claudia López en la mañana del lunes a través de la misma red social (rápida e intemperante para unas cosas, estratégicamente paciente para otras). La amenaza de muerte o, en el mejor de los casos, la bajeza del mensaje, que revela abiertamente el deseo de que un ser humano fallezca, es evidente. ¿No es esto, acaso, crear un “enemigo interno”?
La satanización de Uribe, el Centro Democrático y el Gobierno de Iván Duque con mentiras y presentándolos como enemigos de todo el pueblo es fascismo. Así que preguntarse si hay fascismo en Colombia no es irrelevante. Pero no basta cuestionarse al respecto: también hay que responder el interrogante acertadamente y, como define el diccionario la palabra minga, entre “amigos y vecinos para hacer algún trabajo gratuito en común”.
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