Existe un factor que, a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido motivo de las más grandes guerras y disputas. Este no conoce credo, ideología, raza o género; sin embargo, ha sido y es determinante para la consecución de poder, aquella ambición ilimitada y atemporal del ser humano. Aquel factor es independiente de la existencia del hombre, pues no es una construcción suya; no obstante, es indispensable para su supervivencia y realidad. Hablamos, entonces, del territorio.
El territorio se sitúa como un elemento sin el cual no se puede hablar de Estado. En esta medida, el Estado debe organizarse en atención a aquel y su injerencia en el modo de vida, las necesidades, las alianzas, la riqueza y el potencial de una sociedad. Como se introdujo, la relevancia del territorio no solo implica un indicador de estructuración social, sino que también ha supuesto los conflictos más atroces y duraderos, pues quien tiene control sobre el territorio, será quien ostente el poder.
El Estado colombiano no ha sido ajeno a esta controversia, todo lo contrario; es, quizá, en la actualidad, uno de los Estados más permeados por el conflicto interno, el cual ha dejado, a su paso, pérdidas incalculables. La violencia en Colombia, más que una circunstancia, ha sido constancia por más de 60 años. El desplazamiento forzado, los cultivos ilícitos, la apropiación de tierras por grupos al margen de la ley y su disputa por zonas de control a nivel rural y urbano, entre otros, dan cuenta de esto.
Así las cosas, se hace necesaria, y posiblemente urgente, una consciencia colectiva de la realidad espacial de Colombia, y de lo que esta significa en relación con su entorno político y geográfico. Si los mismos ciudadanos no conocen su geografía, ¿cómo podrán exigir al Estado que sea garante de seguridad, paz y progreso? Y a su vez, ¿cómo tendrán certeza de una gestión adecuada, en un escenario globalizado que, cada vez más, trasciende las fronteras nacionales?
Colombia, como Estado, necesita que sus ciudadanos se eduquen y conozcan las características de su territorio y lo que estas suponen para su comunidad, ya sea como ventajas o amenazas. Lo anterior, con el fin de que se adquiera una visión crítica que permita analizar las decisiones de la administración pública, las reclamaciones de diferentes grupos y comunidades, la posible vulneración de derechos, las repercusiones de la explotación de la tierra, y las problemáticas que se circunscriben a ciertas zonas del país, entre otros. Así, desde la estrategia y el conocimiento, será posible definir y exigir cursos de acción que, además de propender por el desarrollo, constituyan una lucha sistemática contra la violencia y sus causas, inescindibles del factor territorial.
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