Esta columna empieza aclarando que por mucho que una mermelada tenga muchos conservantes, tarde o temprano se vencerá. Los médicos recomiendan consumir productos naturales en vez de enlatados, embutidos o cualquier alimento empaquetado que contenga ácido sórbico o benzoato de sodio. Esas dos sustancias son tan malas para el organismo como la burocracia estatal (coloquialmente llamada mermelada) para el progreso de un país. Como diría David Sánchez Juliao, “esa vaina” es mortal para Colombia.
Una vez un columnista, médico de profesión, cuando se metió al mundo de los editoriales, dijo que dicho oficio lo había obligado a leer más que el vademécum. Ser columnista lo obligaba a leer a otros columnistas así fueran ajenos a su contexto más cercano. Y lo hacía no tanto porque le tocara, era más bien una forma de estar en contacto permanente con la subjetividad de sus colegas; de otros que, como el, cada domingo despotricaban, con argumentos, acerca del tema del momento, o del personaje más renombrado o, como tanto les gusta, de los altos mandatarios una vez elegidos, o reelegidos, o destituidos.
Por mucho que se hable de un Presidente la gente nunca se va a cansar. Pero eso no obedece al sensacionalismo sino a la frustración del “ciudadano de a pie”, como dicen los que montan en Transmilenio, en el Metro, o en limosina pública, que no puede hacer más que votar. Votar cada vez que la Registraduría Nacional del Estado Civil se lo permita o lo habilite. En Colombia votar es un derecho pero no un deber. Si usted quiere vota y sino, no pasa nada. Por lo pronto seguirá siendo así. Ya se está debatiendo obligar a los ciudadanos a que lo hagan, independiente de si la razón para no hacerlo es que “todos los políticos son lo mismo”.
Algunos han salido a defender la propuesta y otros han dicho que eso sería una violación a la autonomía de cada uno para elegir si vota o no. Tendríamos otro panorama si el abstencionismo en el país no tuviera registros históricos. Aquí la gente no vota porque no le guste ninguno de los candidatos, porque si fuese así al menos votarían en blanco, pero ni eso hacen. Candidato Blanco, ese que siempre hace campaña y casi nunca gana, es el político más quemado en la historia de la democracia Colombiana. Las contadas veces que ha ganado ha sido porque las demás bazofias eran peor que nada.
Bien decía Arnold Joseph Toynbee que “el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”. El historiador británico que puso a prueba a las civilizaciones sabía muy bien que el mayor peligro de una sociedad es la indiferencia. No sentir inclinación ni repudio hacia los que determinan los rumbos de una nación es un tumor tan maligno como las intenciones que dichos individuos puedan tener.
La mermelada oficial jugó un papel determinante en las pasadas elecciones legislativas y presidenciales. La Ñoñomanía, la Musadilla y Humbertonto de la Calle, que salía cada dos comerciales a repetir que la paz venía llegando, que la paz ya estaba en camino, que la paz esto, que la paz lo otro, convencieron a más de un indeciso de que, por plata, por necesidad, o por animadversión, votara por la incertidumbre de la paz en vez de la certeza de la guerra.
Lo hicieron al costo que fue necesario: solamente en publicidad y eventos protocolarios, la administración de Juan Manuel Santos Calderón se gastó 640 millones de dolares en seis meses. La sequía de la Guajira se pudo evitar, nada más, con 10 billones de pesos que se esfumaron tal como el agua. Pero no había plata para eso, la prioridad era reelegirse y lo lograron. Claro está, no el gabinete completo, porque en lo que respecta al ex Vicepresidente Angelino Garzón, lo sacaron como todo un zarrapastroso. Para los intereses reeleccionistas, el “gamín» de Germán Vargas Lleras era el peón que necesitaban para terminar de convencer a los que no creían que, aunque no cumplieron con las 100 mil casas, durante los próximos cuatro años construirán 800 mil viviendas más.
Corolario: El Presidente se reposesionó sin tener listo el gabinete ministerial. Toda una verguenza sin precedentes en las elecciones democráticas del país. Pero una vergüenza justificada: la mermelada aún no se ha terminado de repartir.
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