Esta pandemia del Covid-19 ha sido un momento de inflexión para todas las personas que hemos tenido el privilegio de quedarnos en casa, porque en un mundo tan desigual y profundamente precarizado como el nuestro lo es. Ha sido una oportunidad para reconectarnos con nuestro ser, ese que silenciamos a diario, ese que preferimos sacrificar por relaciones tóxicas de todo tipo, ese que nos transporta a nuestra esencia. Personalmente, para mí ha sido un proceso de reinvención personal, atravesado por un compromiso de reconciliarme con el mundo y buscar ser más asertivo en todo sentido, con la claridad que este es un compromiso de por vida que implica avances y retrocesos. La clave es entender que el amor propio, el amar a los demás y la construcción de una realidad social, política y cultural más justa, equitativa e inclusiva deben ser nuestro compromiso ético que nos inspire a seguir trabajando por la Utopía.
En primera instancia, esta crisis del Covid-19 ha logrado visibilizar y profundizar la profunda crisis estructural que tenemos en este mundo, dominado por un modelo salvaje que precariza, enferma y mata a las personas, las convierte en simples estadísticas con las que se toman decisiones. Priorizar la vida frente a la muerte también es una decisión política, esto hace parte de la transformación de las prácticas políticas tanto individuales, como colectivas. Esta crisis ha logrado ser un lente para entender por qué los reclamos por una salud universal, pública, gratuita y de calidad es un imperativo y no un simple capricho de unos revoltosos. Adicionalmente, ha logrado poner en la palestra las condiciones de precarización laboral que sufren los servidores de la salud, tristemente convertidos en mártires por un sistema que los utiliza como fichas a su acomodo y los echa a la merced de una discriminación causada por la desinformación, por la violencia estructural que nos agobia como sociedad y un gobierno que los trata como barreras humanas, sin misericordia ni empatía.
En segunda medida, podemos reflexionar sobre lo impactante que las ciudades de Colombia estén repletas de trapos rojos una visibilización de un sistema profundamente desigual con fenómenos de pobrezas ocultas, pobrezas extremas, pobrezas multidimensionales y una crisis ambiental que agudiza todo esto. La gente no sale a protestar ni a exigir a las calles porque quiera, porque “se quiera tirar la cuarentena”, ni mucho menos porque quiera desestabilizar a una administración distrital y municipal, sino porque está muriéndose de hambre, porque vive del diario en un país donde la informalidad es la ley y porque los sistemas de priorización y de información demostraron que son débiles y no responden a la complejidad de los contextos de desigualdad de las diferentes Colombias. Este gobierno para esta crisis está apelando a la «Solidaridad» de todos los sectores de la sociedad, pero lastimosamente eso es mera caridad. Porque la solidaridad en los contextos de crisis humanitaria debe ser complementaria a la acción estatal, la cual debe ser priorizada según el nivel de necesidad existente. Este gobierno ha demostrado hasta la saciedad cuáles son los intereses que lo sostienen y lo llevan a actuar.
En el país de las banderas rojas, de las minas antipersonales, de las fosas comunes, de la violencia basada en género, de la transfobia disfrazada de salud pública, del acoso escolar, de la miseria que consume a los pueblos indígenas y comunidades afro , de la desaparición de nuestros ecosistemas estratégicos, de la guerra perfecta a la paz imperfecta, decidimos establecer como prioritario salvar a empresas en paraísos fiscales, manejar todo mediante ayudas caritativas y no desde el fortalecimiento de la política social, darle salvavidas a la banca privada y profundizar las desigualdades medio medidas que sirven a la salud pública, pero que no las acompañan de intervenciones que fortalezcan el acceso y la garantía de derechos.
Definitivamente, la discusión de la renta básica es una obligación en estos momentos, no podemos seguir en la misma dirección de un país que romantiza la pobreza y la maquilla mostrándola como esfuerzo y dedicación, porque sin igualdad de oportunidades, una lucha frontal contra todas las formas de pobrezas, la garantía de los derechos fundamentales de manera universal y una priorización en la inversión en la política social. Sin garantías para el ejercicio de la ciudadanía individual y colectiva, lo que implica una transformación de la cultura del diálogo, del control social, de las intervenciones públicas y las comunicaciones gubernamentales para que sean verdaderamente participativas, que reciban las críticas como una forma de fortalecer la democracia y no acudir a mecanismos autoritarios que repriman al que piensa distinto o está desesperado porque el hambre y la miseria agobian. Esta crisis debe servirnos para entender que la crisis ambiental es el marco sobre el cual esta pandemia se agudizó, pero que gran parte de esta crisis es producto de la acción humana, especialmente de aquellos que anteponen sus ganancias económicas a la salud ambiental y, lastimosamente, estos son los mismos que quieren establecer una falsa coyuntura ética entre salvar vidas y reactivar la economía. Tomar partido por la vida, pero garantizando las condiciones de los comerciantes, de los microempresarios, de las poblaciones campesinas, de las poblaciones con orientaciones sexuales e identidades de género diversas, las personas migrantes, las personas habitantes de calle, las poblaciones indígenas, las comunidades afros, las personas adultas mayores, debe ser la verdadera prioridad y no salvar a los bancos ni a las grandes empresas situadas en los paraísos fiscales. ¡La vida está por encima de todo!¡No hay democracia sin justicia ni equidad social! ¡Renta Básica ya!
¡Feliz mes del Orgullo LGBT! Me siento orgulloso de ser marica, por eso ¡Justicia para Alejandra!, no podemos seguir dándole la espalda a nuestras hermanas Trans.
Comentar