Pasan los días y el relato de la emergencia sanitaria queda cada vez más relegado. Ahora se habla de la economía; sobre qué va a suceder ahora. Mientras que la tasa de cambio se hace cada vez más cercana a los 4,000 COP —cifra que superó en marzo y abril—, la demanda de petróleo cae en picada, y las cotizaciones bursátiles contraen los precios de los activos inflados durante meses por la especulación financiera; a su turno, la democracia en debacle por los sueños cumplidos del autoritarismo, el control, el confinamiento y la vigilancia bajo argumentos médico-sanitarios, aumentan la entropía causada por la incursión del virus a la infosfera mediática. A su vez, en las laderas de la periferia urbana proliferan trapos rojos, y los gremios empresariales anuncian su preocupación por la quiebra.
Al ritmo que la efervescente histeria colectiva sube por la incursión de la muerte en las pantallas que rigen la vida contemporánea, y a medida que aumenta la incertidumbre y el miedo por el desempleo, la quiebra y el hambre, emerge de las profundidades de la selva colombiana, y de los subterráneos del mercado internacional, las tentaciones del jugoso y veloz dinero ilegal. Aunque no más que una simple conjetura, el narcotráfico, al mismo tiempo tan anónimo y visible, se presentará como una alternativa plausible ante los ojos de la gente.
Tres caminos, a mi juicio, conducen a este posible escenario. El primero radica en la necesidad de las esferas sociales de bajos recursos que, ante la negativa política de los gobiernos de asegurar una renta básica, se rebuscarán la manera de sobrevivir; ahora, esto no significa que los pobres incursionarán necesariamente en el narcotráfico, pero observando las cifras del nivel de desempleo que se proyecta en unos meses, es posible que los incentivos de pertenecer a organizaciones criminales, ya de por sí alta, aumente aún más. En segundo lugar, tenemos el escenario de las empresas que se encuentran a punto de la quiebra, pues en estas, los narcos verán la ocasión perfecta para lavar su dinero, a su vez que las empresas verán en el narcocapital una oportunidad de evitar la bancarrota.
A falta de certezas, un tercer camino que acrecentará la demanda del mercado negro se sedimenta en los interiores de la intimidad de los hogares. Sin ignorar que muchas familias han experimentado mejoras en la convivencia y fortalecimiento de los lazos personales durante el confinamiento, otra parte de la población ha vivido el desmoronamiento de la confianza: los aumentos de divorcios, el incremento en las tasas de maltrato intrafamiliar, y la depresión y el estrés que se condensan cuando se mira hacia el interior y nos reencontramos con nuestras ajetreadas vidas, está surtiendo efectos psicológicos en detrimento de la salud mental. Lamentablemente, no todos aquellos que presentan patrones de insalubridad mental tratan su situación con terapias, ni psicólogos, ni amigos, ni familia; en cambio, encuentran en las drogas y alcohol una válvula de escape.
Mientras que los tapabocas se convierten en una prenda de vestir más, volviéndose moda en las ciudades, en los laboratorios clandestinos de las selvas colombianas los llevan puestos —y no se los han quitado— desde mediados de los 70’s. Al mismo tiempo que la gente en la ciudad lamenta el alza en los precios del dólar, toda la cadena de la economía política narcotraficante celebra la multiplicación de las ganancias por la mercancía pagada en verdes, incentivando la reampliación de la frontera agrícola para preparar nuevas chagras y sembrar.
Y para acabar de ajustar, las miradas simplistas de las entidades gubernamentales ven, en las bocas hambrientas que salen de los hogares sin comida, un cúmulo de agentes contaminantes que irrumpen su aséptica mentalidad expresada en las calles vacías; sin vida. Piden pan y les dan plomo. Pareciese que el virus develó el orden social en todas sus esferas: reveló el poder del narcotráfico desperdigado que no murió con Escobar, e hizo visible lo escandalosamente desigual e injusta que es la sociedad colombiana. Así las cosas, el panorama no parece muy alentador, las bolsas de valores vuelven a repuntar mientras millones de personas pierden el empleo, y el debate sobre a quién salvar ni se comentó. Claro, ya se decidió. ¿A quiénes salvaron?
Mientras tanto, en Colombia, la nueva narcoválvula no vendrá del Estado a través de una siniestra ventanilla, sino que será la sociedad, ignorada en sus demandas urgentes, la nueva dinamizadora de la economía oscura que no ha parado por el virus, y que quizás será la única sobreviviente del tan anunciado pero lejano fin del capitalismo.
Excelente análisis Alejo, creo que todo lo que mencionas ya esta pasando de manera simultánea en todo el mundo, y especialmente en países latinoamericanos donde la desigualdad,mezquindad y gobiernos corruptos no permiten prosperar a los ciudadanos.