Reza el adagio popular: “las reglas están para romperlas”, afianzado en parte, por la cultura del incumplimiento que caracteriza a nuestra sociedad.
Tal vez, por lo demás, el creciente número de infractores a las medidas de confinamiento obligatorio, una cifra en aumento en el país. A diario se escucha noticias de personas que buscan eludir la cuarentena y esquivar la autoridad apelando a variadas estratagemas y múltiples excusas.
Esta marcada indisciplina, incita preguntar: ¿Qué motiva a una persona a incumplir las normas? para responder mejor este interrogante resulta apropiado indagar sobre las mentalidades incumplidoras. De acuerdo con el profesor Mauricio García, se pueden clasificar según las personas se consideren “Vivos”, “Rebeldes” o “Arrogantes”.
Siguiendo esta tesis, los infractores denominados «vivos» sopesan la relación costo-beneficio de su comportamiento, se aprovechan de lo insignificante de la pena y la incapacidad institucional para hacer cumplir las normas. Alardean de su habilidad para eludir los controles, desprecian al ciudadano obediente y como si fuera poco, son aplaudidos por ser «avispados».
De otro lado, están los infractores «rebeldes«, se creen con derecho a transgredir la norma por considerarla injusta, no reconocen la legitimidad de la autoridad, son anarquistas y asumen la desobediencia como un acto político de resistencia.
Por ultimo, se identifica a los desobedientes «arrogantes«, aceptan las normas pero estiman que gozan de una posición de privilegio que les da el derecho a no acatarlas. Creen que la Ley es importante para la sociedad pero esta hecha para los de «ruana», no para gente como ellos. Desestiman las normas y a la autoridad. «Usted no sabe quien soy yo«: es su predicamento.
Estos tres tipos de infractores suponen un reto para el Estado en tanto colocan en tela de juicio la validez y eficacia de las normas.
Ciertamente, estamos lejos de practicar el raciocinio Socrático según el cual la obediencia a las normas son un deber, en tanto: “El buen ciudadano debe obedecer aun las leyes malas, para no estimular al mal ciudadano a violar las buenas”. Esta máxima es una exigencia ética y un llamado a la autorregulación que evite el uso de la fuerza externa, a esto, añadiría Platón que una sociedad capaz de autorregularse no necesita de la coacción de las leyes para ordenar la conducta de sus miembros.