Sentí lagrimas rodar cuando en el frio de mi habitación me abrazo la soledad, reflejos de ansiedad que generaban coyuntura en los espacios blancos de mi subconsciente. Pensé que lo tenía todo bajo el control de mis manos y mis pensamientos, descubrí que la superficialidad fue el factor de mayor protagonismo a lo largo de mi vida.
Espejismos que divagaban en cada aventura, en cada beso. Emblemas para no volver a pisar el camino recorrido de falsos amores, senderos emprendidos y fracasados que se encontraron una y otra vez con el pasar del tiempo. Amores que no fueron tan olvidados, huellas que se enmarcaban el cinismo generado por la desconfianza y la falta de solidaridad de algunos que llamamos amigos.
Poemas estructurados para nunca ser pronunciados, de esos que guardas en el baúl de los sentimientos reprimidos, momentos capturados con el fin de mantener sonrisas tan reales infringidas por un corazón roto, pedazos quebrantados por la hipocresía y la falta de comprensión.
Tiempos prolongados de resguardo en el calor de la hoguera, ese espacio que muchos llamamos y conocemos como hogar, aquel lugar de luces y sombras que recobra la importancia de ver sonreír una madre, un hijo, un hermano. Momentos de incertidumbre, de miedo, de esperanza que nos desarman y nos reconfortan entre comparaciones inverosímiles de lo que puede pasarle al otro. Quizá, sólo quizá estemos mejor que muchos y peor que otros.
Fallar es la opción que tenemos muchos, reponernos no es para todos, entre almas indomables y causas perdidas, el flagelo de la crítica destructiva se hace más notorio, sed de odio que se siembra en el desmerito de quienes intentan calmar la plaga del contagio, contagio para muchos resumido en los pecados capitales, la pereza como la reina de ellos. Contagio de miedo, contagio de estar cansados de luchas, contagio de poder dar tranquilidad sin olvidar la realidad.
Momento de resurgir, momento de adornar los jardines que se han cubierto de cenizas, de terror. Momento de amar, de soñar, de posponer lo superficial y darle paso al aire, ese que se descontamina para regalarnos lo que si necesitamos, de lo que tanto hemos huido en los afanes por recorrer competencias que no nos llevarán más allá del reconocimiento. Pero, entonces ¿Qué tan cerca nos llevan estos afanes de alcanzar la felicidad que tanto buscamos y que pocas veces encontramos?
Florecemos en medio de la tempestad, damos vida a pesar de las condiciones, regalamos esencia a quien nos acompañan en este viaje que llamamos vida, damos luz a quienes viven en la oscuridad, somos lo que damos, siempre damos lo que somos.
-Andrea Ochoa Restrepo
Nota:
En Al Poniente quisiéramos saber cómo ha sido la experiencia de las personas en este tiempo que llevamos confinados en nuestros hogares. Decidimos crear los Diarios de Cuarentena, con la intención de comunicar los sentimientos, sensaciones y experiencias vividas que sentimos en estos momentos insólitos para nuestra especie, a raíz del confinamiento.
Si quieres contarnos cómo ha sido tu experiencia en esta cuarentena, escríbenos tu testimonio al siguiente correo: [email protected]. Estaremos recopilando todos los relatos que nos lleguen. Les pedimos que nos dejen sus nombres, sus edades y el barrio en el que vive. Pero también, si desean, se puede publicar con un seudónimo o anónimamente.