Hay una constante queja en las democracias sobre sus fallas permanentes, que se atribuyen al modelo político que se ha diseminado por el mundo. Pero, la verdad, esos problemas no surgen de las democracias sino de una combinación de elementos propios de la naturaleza humana y de la civilización que hemos construido. Nuestra preocupación permanente es más bien sobre la imposibilidad que tienen los sistemas democráticos de neutralizar aquellos aspectos negativos de nuestra naturaleza sicológica que en sociedad se convierten en asuntos políticos insolubles. La corrupción existe antes de las democracias y ellas la han combatido con bastante éxito, pero no han encontrado las fórmulas perfectas para eliminar las tendencias egoístas y el deseo de aprovecharse los unos de los otros. Quizá le estamos pidiendo a una fórmula política lo que o es improbable que suceda o depende más bien de una transformación colectiva, de tipo espiritual o secular filosófico, que de un diseño legal infalible. Lo mismo puede decirse de la violencia que persiste en estos sistemas, incluido el nuestro, pero olvidamos que la historia de la humanidad fue de confrontación e injusticia, y que tal vez el único modelo que ha logrado reducir eso en una proporción nunca vista son las democracias.
Las democracias sí contienen, no todo lo que quisiéramos, pero lo hacen. Lo ciudadanos que hacen trampa en las democracias, y la historia lo ha mostrado, en las dictaduras se vuelven monstruos. Su vecino que corre la cerca, su colega que máquina para obtener lo que no merece en detrimento de sus derechos, su jefe que manipula para beneficiarse en contra de las reglas, su pariente que hace trampas permanentes para satisfacer su egoísmo o su odio, en una democracia están más o menos contenidos. Pero imagínese a esos personajes manejando una cárcel de detención de presos políticos en una dictadura de derecha, o en la policía secreta en un régimen de izquierda totalitario. Los asesinos, genocidas y demás protagonistas de los horrores del nazismo y el régimen soviético no eran extraterrestres, sino personas comunes y corrientes que no tuvieron democracias que los contuvieran. El mismo Hitler era una pintor delicado y Stalin un poeta inspirado en su juventud, y quienes crearon el terror con ellos fueron personas comunes y corrientes. Pero no hubo democracias fuertes que los contuvieran. Cuando estas se reinstalaron y se difundieron por el mundo lograron grandes cosas, y si nos tienen desilusionados por no haber podido modificar la naturaleza humana, cualquiera que sea la interpretación que tengamos de esta, o la forma en la que las sociedades se construyeron desde que inventamos la civilización tras la revolución agrícola hace 12.000 años, no es problema del sistema como tal sino de algo que la excede a ella misma. Su papel de contención lo ha cumplido y esperemos que cada vez más pueda implementarse ese deseo colectivo, pero no le podemos pasar la factura de algo tan complejo que no podemos entender ni aceptar como es nuestra naturaleza individual y la forma como se comporta en un escenario colectivo.
Vía: El Mundo.