Como si nos hubiesen amantado con engrudo, terminamos hechos para la existencia solemne, cuando lo que se precisa es de la vida simple. No hemos sabido llorar, no hemos sabido reír, porque en el aprendizaje no nos enseñaron a llorar y a reír. ¡Maldita sea!
Después de muchos años de trepar por la dura cuesta de la vidorria, descubrimos el valor de las lágrimas y el carcajeo. De ahí que debamos vivir agradecidos con los actores y los cómicos que nos las arrancan y nos enseñan a ser actores y cómicos, aun a costa de nosotros mismos.
Aquellos que saben mirar atrás y reír trascienden a otra dimensión, no hay en ellos apegos, frustraciones, desesperación. Desde tiempos inmemoriales la revista Selecciones trae una sección denominada “La risa remedio infalible” y véase que sí, una carcajada a toda mandíbula arroja descanso al cuerpo, alivia el espíritu, produce sensaciones indescriptibles. Quien no lo haya experimentado, sobrevive en permanente agonía.
Según mi práctica, hay que huir como si fuese de la peste misma de los apergaminados, insensibles, armados en ferro concreto que solo transmiten energías negativas. El mundo necesita de altos arranques positivos.
Los colombianos llevamos tres años recibiendo montones de energía negativa: esa despreciable amistad con Fidel Chávez, el amartelamiento de las cancillerías, el ominoso yerro de La Haya, la soberanía sojuzgada, el negociado de La Habana, producción industrial y agraria menguadas, corruptelas en la contratación estatal, empleo de calidad en ruina, por sobre todo la inseguridad rampante en calles y veredas. Todo digno de un De Profundis.
El emperador Santiago de Anapoima y su camarero don Fernando han conmovido la escena nacional con toda suerte de dislates, el último de ellos la acometida en caliente contra Jorge Enrique Robledo, a despecho que sea del Polo, el mejor de los actuales parlamentarios. No conoce el monte, no ha disparado un solo tiro para construir una sólida y digna carrera política.
Las sindicaciones pueriles, vacuas, no resisten una investigación previa porque no hay delito que imputarle. La opinión está conmovida hasta la risa con semejantes salidas de tono, a las que ya nos estamos acostumbrando por cuenta de los desvaríos presidenciales.
Las alucinaciones del presidente y de algunos de los ministros precipitan el descarrilamiento del país.
Estamos descuadernados y muertos de la risa y esto que ninguno de ellos es “yo soy Garrik cambiadme la receta”.
El gobierno crea los problemas e incuba conflictos a porrillo, preciso por falta de administración y a la final no sabe lidiar con ellos y se los endilga al primero que tenga a mano. Mírese no más hacia el Catatumbo, Chocó y Caucasia, a tantos escenarios donde florecen marchas y protestas.
El hombre es por naturaleza libre y a nadie se le puede prohibir que encamine sus pasos a marchar, ni que eleve su voz en franca actitud contestaria.
Los ciudadanos ya saben que la fuente de las desgracias de la Nación es el ambicioso inepto y que sobre los hombros de Álvaro Uribe Vélez recae la responsabilidad y el honor de la reconstrucción nacional. Eso se verá en adelante de 2014.
Ni Santos, ni el criado de librea son “Montecristo Santuario y Zuluaga”, pero nos hacen reír hasta el desfallecimiento.
Tiro al aire: nadie es tan bueno que no tenga algún defecto, ni tan malo que no tenga alguna virtud.
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