Joseph Roth, el santo bebedor

Stefan Zweig y Joseph Roth- © Wiki Commons

“El 23 de mayo de 1939, Joseph Roth se dispone a escribir, como lo hace habitualmente en la terraza del café Tournon de París. Ha finalizado uno de sus relatos más conmovedores: La Leyenda del Santo Bebedor, suerte de testamento vital”.

El 23 de mayo de 1939, Joseph Roth se dispone a escribir, como lo hace habitualmente en la terraza del café Tournon de París. Ha finalizado uno de sus relatos más conmovedores: La Leyenda del Santo Bebedor, suerte de testamento vital. Al leer el periódico se entera de la muerte de Ernst Toller, poeta y revolucionario alemán de origen judío que optó por suicidarse en el hotel Mayflower de Nueva York. La noticia lo impresiona: “Suicidarme es algo que yo sólo haría si estuviera ante el peligro de caer en manos de las bestias”. Para aquel momento en la capital francesa sólo se habla de la guerra y de la aniquilación de judíos emprendida por los nazis; el miedo y el desasosiego crecen en las calles y el número de suicidios va en aumento: Adolf Hitler ha invadido Austria y Checoslovaquia. En compañía de su amigo Soma Morgenstern escucha música judía, en particular “A dudele far got”, canción del rabino Jizchak von Berdischew que Roth interpreta a manera de oración; comprende que no volverá a escribir. Su estado físico es deplorable. “Ya no puedo comenzar”, murmura, al tiempo que se alisa los bigotes amarillentos por la nicotina. Al escritor austríaco lo abate un colapso y rueda por el suelo.

De inmediato, Madame Alazard, propietaria del café, y Frederike Zweig, ex esposa de Stefan Zweig, llevan a Roth al hospital Necker, sanatorio de los pobres, donde muere el 27 de mayo de 1939. La causa de la defunción, según indicaron los médicos, fue una afección bronquial adquirida durante su corta estancia en el hospital; empero, durante sus últimas horas de vida, el escritor austríaco padeció la terrible agonía de la abstinencia alcohólica: temblores y sudoraciones, vómitos y ansiedades se acrecentaron hasta tal punto de sufrimiento que la muerte fue inevitable. Al final de La Leyenda del Santo Bebedor, Roth afirma: “Dénos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte”; empero, en el pequeño infierno del hospital Necker, nadie le cumplió tal deseo. Fallece entre delirios y alucinaciones en un París de temores y angustias que se prepara para el inicio de la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con David Bronsen, biógrafo de Roth, el certificado de defunción no menciona su actividad como escritor; es más, es categorizado como judío sin oficio alguno.

Considerado uno de los escritores austríacos más importantes del siglo XX, junto con Hermann Broch y Robert Musil, a los cuarenta y cuatro años Joseph Roth ya tenía en su haber más de treinta publicaciones: novelas y ensayos, artículos y reportajes conforman su obra; destacan: Fuga sin fin (1924), historia de Franz Tunda, teniente caído en desgracia y hecho prisionero en la Rusia de comienzos de la Primera Guerra Mundial, que sobrevive bajo una falsa identidad durante la Revolución bolchevique, aunque ansía recuperar su identidad perdida al retornar a su patria; La marcha de Radetzky (1932) y La cripta de los capuchinos (1938) relatan la decadencia y caída de la monarquía austro-húngara a partir de las vivencias de tres generaciones de la familia Trotta. Como corresponsal de distintos periódicos, su vida fue un continuo peregrinar entre Galitzia, provincia oriental del imperio austro-húngaro, Viena y Berlín. En 1933 abandona definitivamente Alemania, así como Walter Benjamin o Heinrich Mann lo hicieron, instalándose finalmente en París.

La Leyenda del Santo Bebedor es la historia de Andreas Kartak, vagabundo que encuentra una noche, bajo los puentes del Sena en París, a un enigmático hombre que le ofrece doscientos francos. Dado su alto sentido del honor se niega a aceptarlos; sabe que nunca podrá pagar su adeudo. No obstante, el caballero le recomienda una solución: cuando pueda reunir el dinero deberá ir a la iglesia de Sainte-Marie des Batignolles y entregar la suma acordada a la santa Teresa de Lisieux. Desde ese momento, la vida del vagabundo es un permanente ir y venir camino hacia el templo; le ocurre un imprevisto tras otro: deambula por hoteles, encuentra casualmente a mujeres, realiza trabajos fortuitos, pierde la noción del tiempo en rondas de absentas con viejos amigos, que reaparecen como “comparsas fantasmales”. Si bien es cierto que este relato describe la existencia sin sentido de un vagabundo alcohólico que en vano busca redimirse, alude también a la Europa de los años treinta que padece el fascismo y el triunfo del Führer en una Alemania envilecida.

La obra de Joseph Roth se anticipa a la barbarie: reconoce que la salvación no es posible; sin embargo, no pierde la fe en la humanidad y la confianza en el poder de la literatura. En 1938 escribe: “Sé que mientras nosotros nos esforzamos por decir la verdad, en un simple papel, el altavoz ya está allí preparado para el transmisor de mentiras. Las ondas se apresuran a difundir por el mundo su turbación, su barbarie, su demencia brutal. Y el progreso progresará aún más, para estar presente a su debido tiempo, cuando el mal lo necesite. Aún así nosotros hablamos. Aún así, escribimos. Porque sabemos que las palabras veraces no mueren”.

Carolina Moreno Echeverry

Ingeniera civil, Maestra y Doctora en literatura. Consultora empresarial de instituciones públicas y privadas, docente e investigadora universitaria en Colombia y México. Ha sido colaboradora en diversos medios de comunicación mexicanos. Lectora gozosa y apasionada difusora de los placeres de la lectura y escritura.