El objetivo de la izquierda internacional ha sido tomarse el poder para instaurar regímenes comunistas. A finales de los cincuenta, desde la Cuba castrista, la consigna era lograrlo por las armas en Latinoamérica. De allí nacieron, en los sesenta, las Farc y demás guerrillas que asolaron al continente bajo las consignas y estrategias del «foquismo», personificado en el Che Guevara, dado de baja en los Andes bolivianos.
Para los ochenta era evidente el fracaso de la costosa lucha armada y empezaron los procesos de reinserción (Tupamaros en Uruguay, M19 en Colombia, etc.), los cuales nunca prosperaron con las Farc, que bajo la consigna de la «combinación de las formas de lucha», ya era una multimillonaria mafia narcotraficante.
Con la caída del Muro de Berlín y el fin de la U.R.S.S., comenzando los noventa, el comunismo se viste de democracia y llega al poder con Lula en Brasil, donde se instala el Foro de Sao Paulo para articular una nueva ofensiva continental a partir del «litigio estratégico», agitando las banderas de «lo social» y los derechos humanos para levantar al pueblo y bloquear la democracia. El reciente ataque al ejército colombiano es un ejemplo.
Con las chequeras de Brasil y del petróleo venezolano, el Socialismo Bolivariano de Chávez llega al poder a finales de los noventa. Nace el ALBA en 2004, UNASUR en 2008 y la CELAC en 2010, mientras los maletines con dólares circulan por Argentina, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, comprando los votos de la nueva era.
En Colombia, la llegada de Uribe y la Seguridad Democrática en 2002, da comienzo a una lucha frontal contra los grupos ilegales y el narcotráfico, que buscan abrigo en Venezuela, inmersa en un proceso de concentración del poder, corrupción y narcotráfico. Las relaciones se rompen en 2010 y solo se restablecen con Santos y el abrazo a Chávez, su «nuevo mejor amigo» y garante de la negociación con sus mafiosos protegidos.
El Acuerdo con las Farc es el capítulo colombiano más vergonzoso de la estrategia de la izquierda radical, que se estrella, sin embargo, con la voluntad popular en el plebiscito, cuya rampante violación abre el camino al gobierno de Iván Duque en 2018.
Mientras tanto, Maduro arrastra a Venezuela hacia el precipicio. Un millón de millones ¡de dólares! dilapidados; más de 350.000 millones en paraísos fiscales; inflación, desabastecimiento y pobreza.
Sin la plata del petróleo ni la de Brasil, que vira a la derecha con Bolsonaro, ¿qué le queda a la izquierda internacional y a nuestra mezquina izquierda local? El narcotráfico. Hay que bloquear la democracia en Colombia y neutralizar a la Fuerza Pública; hay que proteger 200.000 hectáreas de coca para desestabilizar al país y financiar el camino al poder.
En la historia no hay «hechos aislados». Basta devolverse en ella desde los recientes en nuestra patria para constatarlo. El ataque mediático y político al general Martínez y la cúpula militar; los intentos por deslegitimar a un gobierno que busca ajustar los excesivos compromisos del acuerdo fariano, entre ellos el de la conexidad del narcotráfico con el delito político; el rechazo a las objeciones, orientadas a blindar la extradición y evitar la impunidad para la reincidencia tipo Santrich; la campaña contra el glifosato; la negociación de la política antidrogas con la principal mafia narcotraficante. Son hechos con un elemento articulador: el dinero del narcotráfico, para financiar a las Farc y mantener la ilusión desaforada de la izquierda de tomarse el hemisferio.
Por eso el narcotráfico, que también enriquece a los militares que sostienen a Maduro, bastión moribundo del Socialismo del Siglo XXI.