A finales del año pasado acudí a una de las marchas para exigir la financiación de la educación superior que se dieron en el marco del paro estudiantil universitario. Recuerdo que alguien se me acercó y me entregó un papel firmado por diferentes partidos y movimientos de izquierda que manifestaba la necesidad de evitar que el gobierno colombiano entrara en guerra con Venezuela, afirmando además la autonomía que gozaba Nicolás Maduro para gobernar su país y conducirlo al comunismo.
Luego, en la más reciente movilización convocada en rechazo al atentado terrorista ocurrido en la Escuela de Policía General Santander, vi que muchos llevaban pancartas que mostraban su apoyo al expresidente Uribe y al gobierno actual, e incluso me enteré de la discriminación sufrida por un joven manifestante que al llevar una camiseta en contra de estos personajes (decía “No a la guerra de Duque-Uribe”), fue insultado por algunos de sus simpatizantes.
Y es aquí cuando llega el famoso comentario de “no politizar las marchas”, que pretende evitar este tipo de consignas pertenecientes a una ideología o inclinación política específica durante las mismas.
Pero lo cierto es que esto no es posible y no tendría por qué serlo. ¿Cómo se podría no politizar algo que en sí mismo es político? Siendo ciudadanos, interpretamos los hechos de la realidad nacional de acuerdo con nuestros principios, emociones y conocimientos. Cualquier intento por excluir estos elementos de nuestra forma de manifestarnos políticamente no es otra cosa que censura, una actitud más propia del autoritario que del demócrata.
Quizá entre los mismos marchantes podamos encontrar diferencias ideológicas (significativas incluso), pero esto no debe considerarse un obstáculo o inconveniente para la acción colectiva. Si entendemos que las marchas son una expresión importante de la participación democrática, tendríamos que entender también que la ciudadanía no es un ente monolítico que se mueve y piensa de la misma manera.
El debate público, con sus consensos y discrepancias se refleja también en estos espacios, y así como existe una motivación y sentimientos compartidos para asistir a ellos, también hay diferencias en cuanto a cómo se interpretan las problemáticas y cómo se resuelven. De esta forma, con el dolor que como país hemos experimentado por el atentado, unos hemos optado por apoyar el diálogo para enfrentar el conflicto armado y los ataques terroristas, y otros han optado por apoyar el combate frontal.
La política se trata de eso: conflictos, confrontación y acuerdos sobre lo fundamental. En las marchas y movilizaciones nos hemos visto las caras en medio de luchas comunes, luchas interconectadas, ideas distintas, similares, contrapuestas. Esto, en vez de despertarnos un afán por “limpiar” y “unificar” nuestras tendencias políticas (con una suerte de asepsia tecnocrática), tendría que mostrarse ante nosotros como una victoria de nuestra democracia.